Daniel 9, 1 - 27

ORACIÓN DE DANIEL [1] En el primer año del reinado de Darío, hijo de Asuero, de la raza de los medos y rey de Caldea, [2] pasó lo siguiente: Yo, Daniel, me puse a buscar en las escrituras cuántos años quedaría en ruinas Jerusalén. Al profeta Jeremías, Yavé le habló de setenta años. [3] Me dirigí al Señor y le imploré, y durante cierto plazo le supliqué con oraciones y ayunos. Hacía penitencias vestido con un saco y sentado en el polvo. [4] Rogué a Yavé, mi Dios, y le hice esta confesión: Señor, Dios grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos. [5] Nosotros hemos pecado, hemos sido injustos y rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus leyes. [6] No escuchamos a tus siervos los profetas, que, en nombre tuyo, hablaban a nuestros reyes, a nuestros jefes, a nuestros padres y a todo el pueblo del país. [7] Señor, para ti la justicia, para nosotros la cara llena de vergüenza, como sucede en este día; a nosotros, a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén, a todo Israel, próximos y lejanos, en todos los países donde tú los dispersaste a causa de las infidelidades que cometieron contra ti. [8] Para nosotros, para nuestros reyes, para nuestros príncipes, para nuestros padres, la vergüenza, porque nos hemos sublevado contra Yavé. [9] De él esperamos solamente el perdón y la misericordia, [10] porque no hemos escuchado la voz de Yavé, nuestro Dios, ni seguimos las leyes que él nos había dado por medio de sus servidores los profetas. [11] Todo Israel ha quebrantado tu ley y se apartó de ella en vez de escuchar tu voz. Por eso, sobre nosotros ha caído la maldición y las amenazas escritas en la Ley de Moisés, siervo de Dios, porque pecamos contra él. [12] El cumplió las palabras que pronunció contra nosotros y contra los que nos gobernaban. Hizo venir sobre nosotros una calamidad tremenda. No, no hubo jamás otra mayor que la que cayó sobre Jerusalén. [13] Todas estas desgracias nos han sobrecogido de acuerdo con lo escrito en la Ley de Moisés, pero nosotros no hemos tratado de calmar la ira de Yavé, nuestro Dios, convirtiéndonos de nuestros pecados y aprendiendo a oír tu verdad. [14] Yavé realizó sus amenazas y descargó esta calamidad sobre nosotros; pues Yavé, nuestro Dios, es justo en todas sus obras, mientras que nosotros no hemos obedecido su voz. [15] Y ahora, Señor, Dios nuestro, que con mano poderosa sacaste a tu pueblo de Egipto y te ganaste una fama que dura hasta el presente, nosotros hemos pecado, hemos sido malos. [16] Señor, según tu bondad, aparta tu cólera y tu enojo de Jerusalén, tu ciudad, tu santo monte; porque, a causa de nuestros pecados y de las maldades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son la burla de todos los que nos rodean. [17] Ahora, pues, oh Dios nuestro, escucha la plegaria y las súplicas de tu siervo, y, por amor de ti mismo, haz brillar tu rostro sobre tu santuario devastado. [18] Dios mío, inclina tus oídos y escucha. Abre tus ojos y mira cómo está arruinada la ciudad sobre la cual ha sido pronunciado tu Nombre. No nos apoyamos en nuestras buenas obras, sino que derramamos nuestras súplicas ante ti, confiados en tu gran misericordia. [19] Señor, escucha; Señor, perdona; Señor, atiende. Obra, Dios mío, no tardes más, por amor de ti mismo, ya que tu Nombre ha sido invocado sobre tu ciudad y tu pueblo.La profecía de las setenta semanas de años [20] A la hora de la ofrenda de la tarde estaba todavía hablando; confesaba mis pecados y los de Israel, mi pueblo, y suplicaba a Javé, mi Dios, que defendiera su Santo Monte. [21] En ese momento, Gabriel, aquel que había visto al principio de la visión, se acercó a mí, volando, [22] y me habló así: «Daniel, he venido ahora para instruirte. [23] Mientras estabas orando se pronunció una palabra y he venido a comunicártela porque Dios te ha elegido. Presta, pues, atención a esta palabra y entiende la visión: [24] Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para poner fin a la perversidad, para terminar con el pecado, para borrar la ofensa, para instaurar una justicia eterna, para que se cumplan visiones y profecías y sea ungido el Santísimo. [25] Compréndelo bien: Desde que fue dada la orden de reedificar Jerusalén hasta un jefe ungido, son siete semanas. Luego, en sesenta y dos semanas, plazas y muros serán reconstruidos, pero en tiempos difíciles. [26] Después de las sesenta y dos semanas será muerto un ungido, sin que se encuentre culpa en él; y la ciudad y el templo serán destruidos por el pueblo de un rey que vendrá. Y terminará como sumergida. Hasta el fin habrá guerras y los desastres que Dios ha previsto. [27] Aquel príncipe impondrá su ley a gran parte del pueblo durante una semana. Durante la mitad de una semana hará cesar los sacrificios y las ofrendas. El devastador colocará el abominable ídolo en el Templo, hasta que la ruina decretada por Dios caiga sobre el devastador.

[1] Daniel está meditando la profecía de Jeremías (25,11) sobre los setenta años del destierro de los judíos a Babilonia. El ángel Gabriel le entrega otro mensaje que se refiere a setenta semanas de años. Este mensaje es una de las profecías más famosas del libro de Daniel.

[20] Gabriel empieza diciendo unas palabras enigmáticas (vers. 24) y después da una explicación.Poner fin a la injusticia, borrar la ofensa, cumplir las profecías, instaurar la justicia. Así se anuncia claramente la venida del reino de Dios. Se ungirá el Santísimo: se trata del Lugar Santísimo, es decir, el Templo. Después de haber sido profanado por los paganos vencedores, será renovado para ser la morada definitiva de Dios en medio de su pueblo.Ahora viene una explicación dada por el mismo Gabriel, que precisa que todo esto va a suceder pronto. Las setenta semanas son una cifra simbólica de semanas de años, y no se pueden tomar al pie de la letra sino las siete primeras semanas: éstas son las que habían transcurrido entre la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 587 y el edicto de liberación de Ciro, llamado Ungido de Dios en Is 45, en el año 538.Viene después un período no precisado, representado por las sesenta y dos semanas de años, que llega hasta el comienzo de la persecución de Antíoco en el año 171. En ese año fue asesinado el sumo sacerdote Onías: un ungido será muerto. Después el perseguidor hizo cesar el culto del Templo de Jerusalén e incluso edificó sobre el altar de los holocaustos otro altar consagrado a Baal Samen: es la abominación (o ídolo) del devastador. Esta es la semana de persecución durante la cual fue escrita la presente profecía; para el fin de la semana se anuncia una intervención victoriosa de Dios.La intervención divina se manifestó en la paz inesperada que los judíos consiguieron en ese momento (1 Mac 6,55). Pero ésta no fue la llegada del Reino de Dios, sino solamente un signo precursor. Solamente en Cristo se cumpliría lo anunciado referente a la justicia eterna.En todo caso las cifras puestas por el autor se refieren al tiempo de los Macabeos. Si no se verificó entonces el fin de la historia, es inútil manipular las cifras para calcular cuándo será: Dios no quiso darla a conocer (Mc 13,32). Al final del siglo pasado, el fundador de los Testigos de Jehováh construyó toda su interpretación de la Biblia sobre esta profecía de Daniel. Sus cálculos extravagantes demostraban que, después del reino de Dios en Israel, con David y Salomón, terminado en tiempos de Daniel, empezaba el nuevo Reino de Dios, el cual terminaría en el año 1914, con el fin del mundo. Como no sucedió, rectificaron sus cálculos.No es el lugar para discutir sus teorías. Basta notar que para ellos las dos fechas claves de la salvación son la destrucción de Jerusalén en el siglo 6 antes de Cristo, y el año 1914. En cambio, la venida de Jesús, su muerte y su resurrección no tienen ninguna importancia para la venida del Reino de Dios. Con esto se verifica el error de los que se apoyan en textos confusos de la Biblia para cuestionar las verdades más seguras, en vez de partir de las bases más firmes de la fe para tratar de aclarar los textos confusos.

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