Ester 3, 1 - 15

[1] Después de estos sucesos, el rey Asuero quiso honrar de un modo especial a Amán, hijo de Hamedata, el agagita. Lo subió de categoría y le dio el primer lugar entre todos los ministros de su corte, [2] ordenando que todos los integrantes de la guardia real que vigilaban la puerta del palacio se arrodillaran a su paso. Mardoqueo, sin embargo, se negó a hacerlo. [3] Sus compañeros, entonces, le dijeron: «¿Por qué no quieres cumplir la orden del rey?» [4] Y como día a día ellos le repetían lo mismo y él continuaba sin hacerles caso, se lo dijeron a Amán. Este quiso ver personalmente si Mardoqueo persistía en su negativa, pues había oído decir que era judío. [5] Y cuando vio que, efectivamente, Mardoqueo se negaba a arrodillarse ante él, se enojó muchísimo. [6] No le pareció, empero, conveniente vengarse sólo de Mardoqueo, pues como ya sabía que era judío, creyó que era mejor aniquilar junto con él a todos los judíos que había en el imperio de Asuero. [7] El año duodécimo del reinado de Asuero, en el mes de Nisán, Amán ordenó que se viera el Pur (es decir, que se sorteara) en qué mes y en qué día iba a exterminar a los judíos. Salió sorteado el duodécimo mes, llamado Adar. [8] Fue entonces a ver al rey y le dijo: «En medio de la gran población de todas tus provincias vive un pueblo que no se junta con nadie. Sus leyes son totalmente distintas a las demás y no toman en cuenta tus decretos. Por ningún motivo te conviene dejarlos tranquilos. [9] Si tú quieres, podemos dictar un decreto para acabar con ellos, y yo, en cambio, depositaré a cuenta del tesoro real más de diez mil talentos en manos de tus funcionarios.» [10] El rey se sacó el anillo de su mano y se lo entregó a Amán, el perseguidor de los judíos, con estas palabras: «¡Quédate con tu plata! [11] Por lo demás, te doy permiso para que hagas con ese pueblo lo que quieras.» [12] Se citó, entonces, a todos los escribientes reales para que se reunieran el [13] del primer mes a fin de copiar las ordenanzas de Amán dirigidas a los virreyes, a los gobernadores de las provincias y a los jefes de cada país. Iban escritas en el alfabeto de cada provincia y redactadas en el idioma de cada país. El documento llevaba además la firma y el sello del rey. [13] Por orden del soberano, los mensajeros llevaron, en el menor tiempo posible, a todas las provincias del imperio las cartas en que se mandaba masacrar, asesinar y exterminar a todos los judíos, fueran jóvenes o viejos, niños o mujeres, y apoderarse de sus bienes. [14] Este edicto, que tenía que ser ley en cada provincia, debía ser publicado en todos los pueblos para que todo el mundo estuviera listo para la fecha señalada. [15] El decreto fue publicado primeramente en Susa, causando en toda la ciudad gran consternación, mientras que el rey y Amán se divertían en comilonas y borracheras.

[7] Amán es ministro de un rey «absoluto», al que sus súbditos consideran cual un Dios. Esta clase de superiores nunca tolera a su lado a hombres capaces de hablarles con franqueza, pero se dejan embaucar fácilmente.

[14] Esta «carta de Asuero» es una de las páginas más notables de esta novela de Ester. Es un modelo de lo que piensan, dicen y escriben los gobiernos totalitarios de todos los lugares y tiempos.El que por motivos de conciencia no acepta alguna exigencia de los que están en el poder, es considerado un traidor a su patria o a su pueblo. El libro muestra como ese totalitarismo encubre una verdadera idolatría a los dirigentes que son considerados infalibles. Habrá que recordar siempre que las naciones y sus ejércitos son sólo medios al servicio de la comunidad internacional y de la paz, la que requiere de hombres y de conciencias libres.Esta carta destaca la libertad de conciencia del pueblo judío, libertad que no debe ser menor entre los cristianos. Nos hace ver por qué las sociedades del pasado, tan poco respetuosas de los derechos de la persona humana - aun cuando se creían cristianas - no podían tolerar a los judíos. Por los mismos motivos los cristianos son actualmente perseguidos o sometidos a muchas obligaciones en grandes países, incluso democráticos, en que las mayorías son de otra religión. Pero se puede hacer otra lectura de esta carta: en ella se puede ver hasta qué punto los judíos irritaban a los no-judíos con su manera de vivir y de actuar. Estos notaban que el judío hacía siempre prevalecer su solidaridad con los judíos por sobre su pertenencia a otra nación; veían cómo sus leyes y costumbres lo mantenían aparte y no le permitían una verdadera camaradería con sus vecinos. Y el final del libro manifestará la violencia sin límites que se abrigaba en el corazón de esos fieles humildemente confiados en su Dios.

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