Ester 4, 1 - 17

[1] Apenas supo Mardoqueo lo que estaba pasando, rasgó su traje, se puso un saco y se echó ceniza en la cabeza. Luego salió a recorrer la ciudad, lanzando gritos desgarradores. [2] Se detuvo frente al palacio real, donde se quedó, pues no podía entrar tal como andaba vestido. [3] De igual manera, apenas se conoció en las provincias el edicto real, todo era entre los judíos duelo, ayuno, lágrimas y lamentos. Muchos dormían vestidos de saco y en medio de la ceniza. [4] Sus damas de compañía y sus sirvientes le contaron a Ester lo que estaba haciendo Mardoqueo. Ella se angustió mucho y le mandó a su tío ropas para que se las pusiera en vez del saco. [5] Pero él se negó. Entonces llamó ella a Hatac, uno de los hombres castrados que el rey había puesto a su servicio, y le mandó que fuera donde Mardoqueo a preguntarle qué era lo que le pasaba y por qué actuaba de esa forma. [6] Fue, pues, Hatac a hablar con Mardoqueo, que estaba en la plaza de la ciudad frente al palacio real. [7] Mardoqueo lo puso al tanto de lo que ocurría y le habló, en especial, de la cantidad de dinero que Amán había ofrecido al tesoro real para compensar lo que se iba a perder con los judíos. [8] Le entregó, después, una copia de la condenación a muerte de los judíos, que había sido publicada en Susa, para que se la pasara a Ester y ésta la leyera. También le pedía a Ester que fuera a hablar con el rey para interceder por su pueblo y conseguir la revocación del edicto. «Acuérdate, le decía, de cuando vivías humildemente y de que yo te daba de comer con mi mano. Pues has de saber que Amán, el segundo del reino, le ha pedido al rey que nos condene a muerte. Invoca al Señor, habla por nosotros al rey, líbranos de la muerte.» [9] Volvió Hatac donde Ester y le contó lo que le había dicho Mardoqueo. [10] En respuesta, la reina envió esta nota a Mardoqueo: [11] «Todos los funcionarios del rey y el pueblo en general saben que cualquiera, sea hombre o mujer, que entre sin haber sido llamado a los aposentos privados del rey, está por ley condenado a muerte, a no ser que el rey le tienda su bastón de oro perdonándole la vida. Hace ya treinta días que el rey no me invita a visitarlo.» [12] Al leer Mardoqueo la respuesta de Ester, le contestó: [13] «No creas que por el hecho de que estás en el palacio, serás la única judía que se podrá salvar. [14] Muy por el contrario, pues si tú persistes en no hablar ahora que puedes hacerlo, ya llegarán por otro lado a los judíos su salvación y liberación, y en cambio morirás tú con toda tu familia. Quién sabe si, tal vez, en vista de una circunstancia como ésta, tú llegaste a ser reina» [15] Ester, entonces, le envió otro recado: [16] «Pide a todos los judíos de Susa que se reúnan, que se pongan a ayunar por mis intenciones. Que durante tres días enteros no coman ni beban. Por mi parte también yo ayunaré acompañada de mis sirvientas. Así preparada, iré a presentarme al rey a pesar de la prohibición y, si está escrito que yo muera, moriré.» [17] Partió Mardoqueo e hizo todo lo que Ester le pedía.

[12] En los momentos difíciles, siempre hay personas mejor ubicadas que piensan salvarse o salvar su trabajo, y prefieren callarse en vez de solidarizarse con los que son maltratados o a los que se quitan sus derechos. Incluso si tienen más conocimientos religiosos, mejor saben justificar su silencio. Por eso Mardoqueo insiste, recordando a Ester su deber. Ayunen rogando a Dios por mí. La gran confianza de Ester en las oraciones de su pueblo la lleva a poner en peligro su propia vida. Ester entiende, como el mismo Mardoqueo, que Dios no permitirá que desaparezca su pueblo.

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