Salmo 123 (122), 1 - 4

[1] A ti he elevado mis ojos, a ti que habitas en los cielos. [2] Como los ojos de los siervos se fijan en la mano de su dueño, como miran los ojos de una esclava la mano de su dueña, así miran nuestros ojos al Señor, ¿nuestro Dios, cuándo tendrá piedad de nosotros? [3] Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad, porque estamos saturados de desprecios. [4] Nuestra alma está colmada de las burlas de la gente acomodada, del desprecio de los engreídos.

[1] Oración de los afligidos. Grito de súplica y de esperanza de los judíos, que, al regreso del destierro, se ven humillados y despreciados por sus vecinos paganos. ¡Cuántas veces escuchamos en el Evangelio ese mismo grito de la gente afligida! Pensemos especialmente en la actitud tenaz de la cananea: «Señor, ten piedad de mí.» Persigue a Cristo con obstinación desesperada; él es su única salvación. Con todos los que hoy sufren la mentira y la maldad, los humillados, los marginados... te suplicamos, Señor, que manifiestes tu bondad.

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