Salmo 42 (41), 1 - 12
[2] Como anhela la cierva estar junto al arroyo, así mi alma desea, Señor, estar contigo. [3] Sediento estoy de Dios, del Dios de vida; ¿cuándo iré a contemplar el rostro del Señor? [4]Lágrimas son mi pan de noche y día, cuando oigo que me dicen sin cesar: "¿Dónde quedó su Dios?" [5] Es un desahogo para mi alma, acordarme de aquel tiempo, en que iba con los nobles hasta la casa de Dios, entre vivas y cantos de la turba feliz. [6] ¿Qué te abate, alma mía; ¿por qué gimes en mí? Pon tu confianza en Dios que aún le cantaré a mi Dios Salvador. [7] Mi alma está deprimida, por eso te recuerdo desde el Jordán y el Hermón a ti, humilde colina. [8] El eco de tus cascadas resuena en los abismos, tus torrentes y tus olas han pasado sobre mí. [9] Quiera Dios dar su gracia de día, y de noche a solas le cantaré, oraré al Dios de mi vida. [10] A Dios, mi Roca, le hablo: ¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué debo andar triste, bajo la opresión del enemigo? [11]Mis adversarios me insultan y se me quiebran los huesos al oír que a cada rato me dicen: "¿Dónde quedó tu Dios?" [12] ¿Qué te abate, alma mía; por qué gimes en mí? Pon tu confianza en Dios que aún le cantaré a mi Dios salvador.
[1] Un levita, un sacerdote, recuerda con qué alegría iba en el pasado en peregrinación a Jerusalén. Nosotros también estamos desterrados en esta tierra, esperando ver el rostro de Dios. Es bueno que no nos sintamos satisfechos demasiado pronto con algunas bellas ceremonias.
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