Salmo 51 (50), 1 - 21

[3] Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta. [4] Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame tú de mi pecado. [5] Pues mi falta yo bien la conozco y mi pecado está siempre ante mí; [6] contra ti, contra ti sólo pequé, lo que es malo a tus ojos yo lo hice. Por eso en tu sentencia tú eres justo, no hay reproche en el juicio de tus labios. [7] Tú ves que malo soy de nacimiento, pecador desde el seno de mi madre. [8] Mas tú quieres rectitud de corazón, y me enseñas en secreto lo que es sabio. [9] Rocíame con agua, y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve. [10] Haz que sienta otra vez júbilo y gozo y que bailen los huesos que moliste. [11] Aparta tu semblante de mis faltas, borra en mí todo rastro de malicia. [12] Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un firme espíritu. [13] No me rechaces lejos de tu rostro ni me retires tu espíritu santo. [14] Dame tu salvación que regocija, y que un espíritu noble me dé fuerza. [15] Mostraré tu camino a los que pecan, a ti se volverán los descarriados. [16] Líbrame, oh Dios, de la deuda de sangre, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia. [17] Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza. [18] Un sacrificio no te gustaría, ni querrás si te ofrezco, un holocausto. [19] Mi espíritu quebrantado a Dios ofreceré, pues no desdeñas a un corazón contrito. [20] Favorece a Sión en tu bondad: reedifica las murallas de Jerusalén; [21] entonces te gustarán los sacrificios, ofrendas y holocaustos que se te deben; entonces ofrecerán novillos en tu altar.

[1] Para algunos -entre los cuales no faltan los cristianos- la palabra pecado está pasada de moda. El pecado no sería más que una debilidad de nuestra naturaleza, o el producto de malas estructuras sociales, y quienes pueden remediarlo serían los médicos junto con los psiquiatras y sociólogos. Pero allí está la cruz de Jesús, que es la señal tanto de la existencia del pecado como de su total destrucción. No fue en vano la educación que Dios le dio al pueblo del Antiguo Testamento sobre el sentido del pecado. Este salmo ha conservado las palabras antiguas: deuda, pecado, falta, malas acciones, pero ha dejado de lado poco a poco lo que se originaba en el temor o que era sólo falta a la ley, para acentuar lo esencial: lo que es malo a tus ojos yo lo hice y lo que es traición al Dios que nos ama. Este salmo si bien se refiere al adulterio de David (2 Sam 11) fue, en realidad, escrito mucho más tarde, cuando el pueblo de Dios en su conjunto había tenido la experiencia de su pecado. Al final vuelve a sostener que el Dios de la verdad sólo se interesa por nuestros gestos religiosos si nuestra persona ha sido previamente removida en profundidad. Esta afirmación es, a veces, difícil de entender; por eso, alguien quiso corregirla agregando los versículos 20-21, para no escandalizar así al buen pueblo que venía a orar al Templo. Tu amas la verdad en el fondo del corazón. Reconocer el pecado es entrar en la verdad. Un corazón contrito % será la prueba de nuestro amor; el clamor a Dios que * crea un corazón puro % será la expresión de nuestra fe. Piedad de mí, Señor, en tu bondad. Dios no es amado o es mal amado: la experiencia del perdón es la puerta de acceso al conocimiento de Dios, como lo dirá Romanos 5-6. Y este reconocimiento hará que en recompensa nos sea dado el Espíritu de Dios que nos entrega a la vez la firmeza y la alegría. De la muerte presérvame, Señor. El mal o los crímenes que hemos cometido nos hacen temer la muerte, que llevamos con nosotros. De ahí ese deseo de reparar, de hacer de nuevo, de salvar a los demás: Indicaré el camino a los desviados. Pero eso va a depender de Dios más que de nosotros. Todo este salmo está bañado de una atmósfera de serenidad (10-14), pues Dios no quiere la muerte del pecador, sino que viva. Y el pecador, perdonado y seguro del perdón incesante de Dios, será, en medio del mundo amargado y pesimista, el testigo de la misericordia divina. Cada vez que en la Iglesia recibimos el sacramento del perdón, encontramos a Jesucristo mismo, al Salvador que intercede y al Padre que perdona. Cada una de nuestras confesiones es una celebración gozosa de Dios misericordioso, y la fuente de todas las renovaciones.

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