Jueces 17, 1 - 13

HISTORIA DE MIQUEAS [1] Había en los cerros de Efraím un hombre llamado Miqueas. [2] Dijo a su madre: «Los mil cien siclos de plata que te quitaron y por los que lanzaste una maldición, esa plata la tomé yo; y ahora te la devuelvo.» [3] Su madre respondió: «¡Que mi hijo sea bendito de Yavé!» Y él le devolvió los mil cien siclos de plata. Pero su madre le dijo: «Yo quería consagrar este dinero a Yavé y dárselo de mi propia mano, para que, con este dinero, mi hijo se hiciera una estatua con una cubierta de metal. Así que te doy esta plata.» [4] El, sin embargo, devolvió la plata a su madre, la cual separó doscientos siclos para el fundidor. Este le hizo una estatua de madera cubierta de metal y estuvo en casa de Miqueas. [5] Así que Miqueas tuvo una Casa de Dios; también se hizo un mueble para sacar la suerte y unos idolitos, y consagró a uno de sus hijos como sacerdote suyo. [6] Pues, en aquel tiempo, no había rey en Israel y cada uno hacía lo que mejor le parecía. [7] Había en Belén de Judá un joven levita, descendiente de Moisés, que vivía allí como forastero. [8] Un día dejó Belén y salió al camino para ver dónde podría establecerse como forastero. Llegó a los cerros de Efraím, a la casa de Miqueas. [9] Este le preguntó: «¿De dónde vienes?» Y contestó: «Soy levita y vengo caminando de Belén; ando en busca de algún lugar en el cual me pueda quedar como forastero.» [10] Miqueas le dijo: «Quédate en mi casa y serás para mí un padre y un sacerdote; yo te daré diez monedas de plata al año, el vestido y la comida.» Y entró el levita. [11] El levita aceptó quedarse en casa de aquel hombre y fue para él como uno de sus hijos. [12] Miqueas consagró al levita; este joven fue su sacerdote y se quedó en casa de Miqueas. [13] Y dijo Miqueas: «Ahora sé que Yavé me favorecerá porque tengo a este levita como sacerdote.»

[1] El libro de los Jueces concluye con dos relatos típicos de la vida de Israel de ese tiempo. El autor, después de alabar esa época en que no se necesitaban reyes (ver 8,22), reconoce los males que producía la anarquía.En los capítulos 17-18, la ausencia de una autoridad religiosa hace que los sacerdotes hagan lo que quieran. Recordemos que en aquel tiempo los hombres de la tribu de Leví estaban dedicados al culto (ver Núm 3). En 18,27 se notará uno de los lugares de la Biblia en que se manifiesta mayor indiferencia frente a una matanza salvaje. Los israelitas de ese tiempo no sabían todavía lo que vale la vida del hombre, tanto la del enemigo como la suya propia.El individuo no contaba, sino sólo el pueblo. Suprimir una población extranjera no tenía mayor gravedad que arrasar un bosque.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Eclesiastés 3, 1 - 22

SIRACIDES