Hebreos 6, 1 - 20

[4] De todas maneras, es imposible renovar a los que ya fueron iluminados, que probaron el don sobrenatural y recibieron el Espíritu Santo, [5] y saborearon la maravillosa palabra de Dios con una experiencia del mundo futuro. [6] Si a pesar de todo esto recayeron, es imposible renovarlos por la penitencia cuando vuelven a crucificar por su cuenta al Hijo de Dios y se burlan de él. [7] Si una tierra absorbe las lluvias que la riegan a su debido tiempo y produce pasto provechoso para quienes la cultivan, recibe la bendición de Dios; [8] pero la que produce zarzas y espinas pierde su valor; un poco más y la maldicen, y terminarán por prenderle fuego. Sigamos firmes en nuestra esperanza [9] Ustedes se encuentran en una situación mejor y tienen salvación; lo creemos, amadísimos, aun cuando hablemos de este modo. [10] Dios no es injusto para olvidar lo que han hecho y cómo han ayudado y todavía ayudan a los santos por amor de su Nombre. [11] Solamente deseamos que cada uno demuestre hasta el fin el mismo interés por alcanzar lo que han esperado. [12] No se vuelvan flojos, sino más bien imiten a aquellos que por su fe y constancia consiguieron al fin lo prometido. [13] Tomen el ejemplo de Abrahán. Dios le hizo una promesa que confirmó con juramento y, como no había nadie más grande que Dios por quien jurar, juró invocando su propio Nombre: [14] Te colmaré de bendiciones y te multiplicaré sin medida. [15] Y perseverando, Abrahán vio realizarse las promesas de Dios. [16] Los hombres juran por alguien mayor que ellos, y cuando algo es dudoso, el juramento pone fin a la discusión. [17] Por eso Dios también confirmó su promesa con un juramento, para demostrar a sus destinatarios que nunca cambiaría su decisión. [18] Tenemos, pues, promesa y juramento, dos cosas irrevocables en las que Dios no puede mentir y que nos dan plena seguridad cuando dejamos todo para aferrarnos a nuestra esperanza. [19] Esta es nuestra ancla espiritual, segura y firme, que se fijó más allá de la cortina del Templo, en el santuario mismo. [20] Allí entró Jesús para abrirnos el camino, hecho sumo sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.

[1] En pocas palabras (6,1-3) este párrafo nos recuerda las bases de la enseñanza cristiana en ese tiempo: Doctrina referente a los bautismos. Tal vez era una exposición de los diferentes caminos que se le ofrecían al hombre en busca de una religión. Había bautismos judíos, el bautismo de Juan y también el bautismo cristiano. Pero, a lo mejor, era también una instrucción sobre el bautismo y el don del Espíritu. Para nosotros ordinariamente las cosas son claras, ya que hay un bautismo y luego, en la confirmación, recibimos de un modo más especial los dones del Espíritu. Pero en esa época las cosas no eran tan evidentes y se hablaba fácilmente de varios bautismos, del bautismo de agua, del bautismo del Espíritu. La imposición de las manos. Era el nombre primitivo de la confirmación. Estas primeras lecciones ponen de relieve el carácter dramático de la vida humana: no hay más que dos caminos opuestos que acabarán en el juicio. Si alguien no se decide por el camino que lleva a Cristo, pierde su vida. A los que ya fueron iluminados (4). En la Iglesia primitiva el bautismo recibía a menudo el nombre de «iluminación». No sólo porque los catecúmenos habían sido instruidos en la fe, sino también porque esa fe acogida había renovado su percepción del mundo e incluso su personalidad. Por otra parte, el Señor concede a menudo una experiencia tangible de su presencia al que se bautiza después de haber entrado en un verdadero camino de conversión. Esta experiencia, que será evocada a través de figuras grandiosas en 12, 18-24, se puede dar también en los retiros espirituales. Que probaron el don sobrenatural. A propósito de este término, recordemos que hasta estos últimos siglos, todo el mundo creía que la tierra era el centro del universo. Para nuestros antepasados, el cielo formaba como una bóveda por encima de la tierra, y más allá de esa bóveda se encontraba el mundo celestial en que Dios residía. De este modo las cosas supracelestes eran también sobrenaturales, en el sentido actual de esta palabra, es decir, divinas. Nuestra traducción dice «sobrenatural» cuando en la carta se dice «supracelestial» (3,1; 8,5; 9,23; 11,16), porque se trata de realidades divinas cuya experiencia ya vivimos en la tierra. Un ancla que se fijó más allá de la cortina (9). En el Templo de Jerusalén, únicamente el sumo sacerdote entraba en el «santo de los santos» o lugar santísimo, separado de la sala anterior por una cortina. Es la imagen del cielo, del auténtico «santo de los santos», donde únicamente Jesús ha entrado. Pero mientras estamos al otro lado, nuestra esperanza está ya en el cielo; este ardiente deseo no es ilusión humana, sino que viene de Dios quien no nos puede engañar. Llegaremos pues con toda seguridad allí donde hemos puesto nuestra esperanza.

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