Apocalípsis 9



[1] Y tocó el quinto ángel. Vi entonces una estrella que había caído del cielo a la tierra. Le fue entregada la llave del pozo del abismo. [2] Abrió, pues, el pozo del abismo, y del pozo subió una humareda como la de un horno inmenso que oscureció el sol y el aire. [3] De esa humareda salieron langostas, que se esparcieron por la tierra, y se les dio la misma capacidad que tienen los alacranes de la tierra. [4] Se les ordenó que no causaran daño a las praderas, ni a las hierbas, ni a los árboles, sino sólo a los hombres que no llevaran el sello de Dios en la frente. [5] No podían matarlos, sino únicamente atormentarlos durante cinco meses con un dolor semejante al que produce la picadura del alacrán. [6] En aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; querrán morir, pero la muerte huirá de ellos. [7] Estas langostas se parecen a caballos aparejados para la guerra. Pareciera que tienen en la cabeza coronas de oro y rostros como de seres humanos; [8] sus cabellos son como los de mujer y sus dientes como los de leones. [9] Tienen corazas de hierro y sus alas hacen el mismo ruido que un ejército de carros con muchos caballos que corren al combate. [10] Tienen colas como de alacranes, y en las colas aguijones para torturar durante cinco meses a los hombres. [11] Tienen un rey, el ángel del Abismo, que en hebreo se llama Abadón, y en griego, Apolión (en castellano, Destrucción). [12] El primer ¡Ay! ha pasado. Vienen todavía otros dos detrás. [13] Tocó el sexto ángel su trompeta. Entonces oí una voz que salía de las cuatro esquinas del altar de oro que está delante de Dios. [14] Decía la voz al ángel de la sexta trompeta: «Suelta a los cuatro ángeles inmovilizados a orillas del gran río Eufrates.» [15] Y fueron soltados los cuatro ángeles que esperaban la hora, el día, el mes y el año, para exterminar a la tercera parte de la humanidad. [16] El número de los soldados de a caballo era de doscientos millones; es el número que oí. [17] Así vi a los caballos y a los que los montaban: tenían corazas color fuego, jacinto y azufre; las cabezas de los caballos son como cabezas de leones y de sus bocas sale fuego, humo y azufre. [18] La tercera parte de la humanidad fue exterminada por estas tres plagas: fuego, humo y azufre, que salían de la boca de los caballos. [19] Es temible la boca de los caballos, pero también lo son las colas. Pues las colas son como serpientes y terminan en cabezas con las que causan daño. [20] Pero los sobrevivientes, los que no fueron exterminados por estas plagas, no renunciaron a sus prácticas; continuaron adorando a los demonios, con esos ídolos de oro, plata, bronce, piedra y madera, que no pueden ver, oír ni caminar. [21] No se arrepintieron de sus crímenes, ni de sus brujerías, ni de su inmoralidad sexual, ni de sus robos.

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