Jeremías 24


LOS DOS CANASTOS DE HIGOS [1] Yavé me mostró dos canastos con higos, que estaban delante de su templo. Esto pasó después de que Nabucodonosor, rey de Babilonia, desterró a Jeconías, hijo de Joaquim, rey de Judá, y a los príncipes de Judá junto con los herreros y los cerrajeros, y los llevó a Babilonia, lejos de Jerusalén. [2] Un canasto tenía higos muy buenos, como son los primeros que maduran; el otro tenía higos podridos, tan malos que no se podían comer. [3] Y me preguntó Yavé: «¿Qué ves, Jeremías?» Le contesté: «Higos. Los buenos son muy buenos; los malos están tan podridos que no se pueden comer.» [4] Entonces me llegó una palabra de Yavé: Esto dice Yavé, Dios de Israel: [5] Así como se mira con gusto estos higos buenos, así me voy a interesar por el bien de los desterrados de Judá, que eché de este lugar al país de los caldeos. [6] Me fijaré que les vaya bien, los haré regresar a su tierra, los reconstruiré en vez de demolerlos, los plantaré en vez de arrancarlos. [7] Les daré un corazón que sea capaaz de conocerme a mí, Yavé. Serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a mí con todo su corazón. [8] Pero así como se trata a los higos malos, tan podridos que no se pueden comer, así trataré a Sedecías, rey de Judá, a sus príncipes y al resto de los habitantes de Jerusalén, tanto a los que quedaron en este país como a los que viven en Egipto. [9] Serán motivo de espanto y de vergüenza para todos los reinos de la tierra; se reirán y se burlarán de ellos, serán como un ejemplo de maldición en todos los países adonde los echaré. [10] Enviaré contra ellos la espada, el hambre, la peste, hasta que hayan desaparecido de la tierra que les había dado a ellos y a sus padres.


[1] En el año 598 hubo un primer sitio de Jerusalén, la capitulación del rey Joaquín, y un primer destierro. En los diez años que siguieron, tanto el nuevo rey Sedecías como los que quedaron, obraron como si no hubiera pasado nada. Aunque vencidos y pobres, los de Jerusalén pensaron luego que no les había tocado la peor parte y que solamente tenían que lamentar la suerte de los desterrados. Jeremías rechaza esta opinión. Dios se interesa por los desterrados; son ellos el comienzo del futuro pueblo renovado. En cambio, a los de Jerusalén les espera algo peor.


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