Hechos 8, 1 - 40

[1] Saulo estaba allí y aprobaba el asesinato. Este fue el comienzo de una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría. [2] Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron un gran duelo por él. [3] Saulo, por su parte, trataba de destruir a la Iglesia. Entraba casa por casa, hacía salir a hombres y mujeres y los metía en la cárcel. FELIPE ANUNCIA LA PALABRA EN SAMARÍA [4] Mientras tanto, los que se habían dispersado anunciaban la Palabra en los lugares por donde pasaban. [5] Así Felipe anunció a Cristo a los samaritanos en una de sus ciudades adonde había bajado. [6] Al escuchar a Felipe y ver los prodigios que realizaba, toda la población se interesó por su predicación. [7] Pues espíritus malos salían de los endemoniados dando gritos, y varios paralíticos y cojos quedaron sanos. [8] Hubo, pues, gran alegría en aquella ciudad. EL MAGO SIMÓN [9] Había llegado a aquella ciudad antes que Felipe un hombre llamado Simón. Tenía muy impresionada a la gente de Samaría con sus artes mágicas y se hacía pasar por un gran personaje. [10] Todos estaban pendientes de él, pequeños y grandes, y decían: «Este es el poder de Dios", pues se hablaba de un tal "gran poder de Dios.» [11] Desde hacía tiempo los tenía alucinados con sus artes mágicas, y la gente lo seguía. [12] Pero cuando Felipe les habló del Reino de Dios y del poder salvador de Jesús, el Mesías, tanto los hombres como las mujeres creyeron y empezaron a bautizarse. [13] Incluso Simón creyó y se hizo bautizar. No se separaba de Felipe, y no salía de su asombro al ver las señales milagrosas y los prodigios que se realizaban . [14] Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén tuvieron noticia de que los samaritanos habían aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. [15] Bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, [16] ya que todavía no había descendido sobre ninguno de ellos y sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. [17] Pero entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo. [18] Al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se transmitía el Espíritu, les ofreció dinero, [19] diciendo: «Denme a mí también ese poder, de modo que a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo.» [20] Pedro le contestó: «¡Al infierno tú y tu dinero! ¿Cómo has pensado comprar el Don de Dios con dinero? [21] Tú no puedes esperar nada ni tomar parte en esto, porque tus pensamientos no son rectos ante Dios. [22] Arrepiéntete de esa maldad tuya y ruega al Señor que te perdone por tus intenciones, si es posible. [23] Porque en tus caminos solamente veo amargura y lazos de maldad.» [24] Simón respondió: «Rueguen ustedes al Señor por mí, para que no venga sobre mí nada de lo que han dicho.» [25] Pedro y Juan dieron testimonio y, después de predicar la Palabra del Señor, volvieron a Jerusalén. Por el camino evangelizaron varios pueblos de Samaría. FELIPE BAUTIZA A UN ETÍOPE [26] Un ángel del Señor se presentó a Felipe y le dijo: «Dirígete hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza; no pasa nadie en esos momentos.» [27] Felipe se levantó y se puso en camino. Y justamente pasó un etíope, un eunuco de Candaces, reina de Etiopía, un alto funcionario al que la reina encargaba la administración de su tesoro. Había ido a Jerusalén a rendir culto a Dios, [28] y ahora regresaba, sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías. [29] El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate a ese carro y quédate pegado a su lado.» [30] Y mientras Felipe corría, le oía leer al profeta Isaías. Le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?» [31] El etíope contestó: «¿Cómo lo voy a entender si no tengo quien me lo explique?» En seguida invitó a Felipe a que subiera y se sentara a su lado. [32] El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste: Fue llevado como oveja al matadero, como cordero mudo ante el que lo trasquila, no abrió su boca. [33] Fue humillado y privado de sus derechos. ¿Quién podrá hablar de su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra. [34] El etíope preguntó a Felipe: «Dime, por favor, ¿a quién se refiere el profeta? ¿A sí mismo u a otro?» [35] Felipe empezó entonces a hablar y a anunciarle a Jesús, partiendo de este texto de la Escritura. [36] Siguiendo el camino llegaron a un lugar donde había agua. El etíope dijo: «Aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?» ([37] Felipe respondió: «Puedes ser bautizado si crees con todo tu corazón.» El etíope replicó: «Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.») [38] Entonces hizo parar su carro. Bajaron ambos al agua y Felipe bautizó al eunuco [39] Apenas salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y el etíope no volvió a verlo. Prosiguió, pues, su camino con el corazón lleno de gozo. [40] En cuanto a Felipe, se encontró en Azoto y salió a evangelizar uno tras otro todos los pueblos hasta llegar a Cesarea.

[1] La persecución obliga a los cristianos (al menos a los del grupo helenista) a dispersarse por Judea y Samaría. De este modo comienza a realizarse la perspectiva abierta por Jesús el día de la Ascensión. Aquí, como en muchas otras ocasiones, lo que era promesa de muerte se convierte en vida. El capítulo 8 nos da algunos ejemplos de la evangelización en Judea y Samaría.En cuanto a la actitud de Saulo, véase lo que él mismo dice al respecto en Gál 1,13.

[4] Los cristianos dispersos proclaman su fe, y comienzan las comunidades cristianas en Samaría. La evangelización trae consigo la alegría, pues Dios se ha revelado y por su Espíritu sana los cuerpos y los corazones. No todos, sin duda, se convertirán, pero la colectividad ha vivido un momento de gracia.

[9] Felipe, uno de los siete, bautiza, pero quienes vienen a comunicar el don del Espíritu son los apóstoles Pedro y Juan. El bautismo y la imposición de las manos aparecen desde el principio como dos etapas de la iniciación cristiana y se refieren a dos aspectos diferentes de la vida en la Iglesia. El bautismo señala la renovación de una persona por la fe. La imposición de las manos muestra la transmisión del Espíritu de una época a otra, a partir de los primeros que lo recibieron el día de Pentecostés. Esta imposición de las manos (que se ha transformado en la confirmación en la Iglesia actual) iba entonces ordinariamente acompañada por esas manifestaciones de que nos hablan Hechos 19,6 y 1 Cor 12 y 14. Estos dones, de los cuales a menudo no retenemos más que el aspecto espectacular, formaban parte de una experiencia global de la fe. De ella continúan participando, de una u otra manera, los que se ponen a disposición del Espíritu.Simón, un mago, da a Pedro la oportunidad para condenar una falsa interpretación de los dones espirituales. Simón ve a los apóstoles como unos magos más poderosos que él y quiere comprarles el poder de hacer algunos milagros. Pedro nos da a entender que buscar milagros no es la manera de prepararse a recibir el Espíritu. De cualquier forma, esas cosas no se compran.Las manifestaciones del Espíritu no son siempre las que se mencionan en los Hechos, pues Dios adapta sus dones a las necesidades de la Iglesia. Las comunidades sencillas y pobres reciben más dones de curación para los enfermos; puesto que les faltan los recursos normales, Dios se hace presente. Los grupos de oración reciben el don de lenguas que ayuda a confiar en Dios y a perseverar en la alabanza. Allí donde la fe reposa en la convicción de la justicia divina y del temor de Dios, observamos predicciones y revelaciones de los secretos del corazón. Al contrario, entre los que tienen una formación más racional e intelectual, el profeta se distingue a menudo por el don de hablar con seguridad y de dar un esclarecimiento de la fe, en el que tanto la comunidad como los individuos reconocen la voz de Dios.El Espíritu continúa actuando en muchos creyentes que tal vez no hablan en lenguas ni hacen curaciones, pero que actúan bajo la inspiración del Espíritu y que producen los frutos del Espíritu (Gál 5,22-24). Ellos son, pues, testigos auténticos de Jesús.Bautizados en el Nombre del Señor Jesús (16). Véase al respecto el comentario de 19,5.

[26] Nótese cómo el Espíritu condujo a Felipe hacia un hombre que no era ni judío ni samaritano, el primer hombre de otra raza que recibió el Evangelio. El etíope es de los «que temen a Dios» (27). Así se designaba a las personas de otras razas que habían sido atraídas por la religión de los judíos y la fe en un solo Dios. Sin observar todas las costumbres judías, leían la Biblia y les gustaba tomar parte en las ceremonias judías. Desempeñaron un papel importante en las misiones cristianas entre los pueblos no judíos.Todo comenzó con un texto de Isaías 53,7. Ese poema habla de un servidor de Yavé injustamente condenado, que por sus sufrimientos repara los pecados de toda la humanidad. Los apóstoles y la Iglesia primitiva veían en ese texto uno de los pasajes que mejor anunciaba al Cristo; véase el comentario de Mc 14,24 y 1 Pe 2,24-25. El poema de Isaías termina con una velada referencia a la resurrección del Servidor del Yavé.

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