Hechos 13, 1 - 52
PABLO ES ENVIADO POR LA IGLESIA
[1] En Antioquía, en la Iglesia que estaba allí, había profetas y maestros: Bernabé, Simeón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahem, que se había criado con Herodes, y Saulo. [2] Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: «Sepárenme a Bernabé y a Saulo y envíenlos a realizar la misión para la que los he llamado.» [3] Ayunaron e hicieron oraciones, les impusieron las manos y los enviaron. PRIMERA MISIÓN DE PABLO [4] Enviados por el Espíritu Santo, Bernabé y Saulo bajaron al puerto de Seleucia y de allí navegaron hasta Chipre. [5] Llegados a Salamina, comenzaron a anunciar la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Juan les hacía de asistente. [6] Atravesando toda la isla hasta Pafos, encontraron a un mago judío, un falso profeta llamado Bar-Jesús, [7] que estaba con el gobernador Sergio Paulo, el cual era un hombre muy abierto. Este hizo llamar a Bernabé y Saulo, pues deseaba escuchar la Palabra de Dios, [8] pero el otro ponía trabas. El Elimas (éste era su nombre, que significa el Mago), intentaba apartar al gobernador de la fe. [9] Entonces Saulo, que no es otro que Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijó en él sus ojos [10] y le dijo: «Tú, hijo del diablo, enemigo de todo bien, eres un sinvergüenza y no haces más que engañar. ¿Cuándo terminarás de torcer los rectos caminos del Señor? [11] Pues ahora la mano del Señor va a caer sobre ti, quedarás ciego y no verás la luz del sol por cierto tiempo.» Al instante quedó envuelto en oscuridad y tinieblas, y daba vueltas buscando a alguien que lo llevase de la mano. [12] Al ver lo acontecido, el Gobernador abrazó la fe, pues quedó muy impresionado por la doctrina del Señor. PABLO EN LA CAPITAL DE PISIDIA [13] Pablo y sus compañeros se embarcaron en Pafos y llegaron a Perge de Panfilia. Allí Juan se separó de ellos y regresó a Jerusalén, [14] mientras ellos, dejando Perge, llegaban a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. [15] Después de la lectura de la Ley y los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: «Hermanos, si ustedes tienen alguna palabra de aliento para los presentes, hablen.» [16] Pablo, pues, se levantó, hizo señal con la mano pidiendo silencio y dijo: «Hijos de Israel y todos ustedes que temen a Dios, escuchen: [17] El Dios de Israel, nuestro pueblo, eligió a nuestros padres. Hizo que el pueblo se multiplicara durante su permanencia en Egipto, los sacó de allí con hechos poderosos, [18] y durante unos cuarenta años los llevó por el desierto. [19] Luego destruyó siete naciones en la tierra de Canaán y les dio su territorio en herencia. [20] Durante unos cuatrocientos cincuenta años les dio jueces, hasta el profeta Samuel. [21] Entonces pidieron un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Cis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. [22] Pero después Dios lo rechazó y les dio a David, de quien dio este testimonio: Encontré a David, hijo de Jesé, un hombre a mi gusto, que llevará a cabo mis planes. [23] Ahora bien, Dios ha cumplido su promesa: ha hecho surgir de la familia de David un salvador para Israel, ese es Jesús. [24] Antes de que se manifestara, Juan había predicado a todo el pueblo de Israel un bautismo de conversión. [25] Y cuando estaba para terminar su carrera, Juan declaró: «Yo no soy el que ustedes piensan, pero detrás de mí viene otro al que yo no soy digno de desatarle la sandalia.» [26] Hermanos israelitas, hijos y descendientes de Abrahán, y también ustedes los que temen a Dios, a todos nosotros se nos ha dirigido este mensaje de salvación. [27] Es un hecho que los habitantes de Jerusalén y sus jefes no lo reconocieron, sino que lo procesaron, cumpliendo con esto las palabras de los profetas que se leen todos los sábados. [28] Aunque no encontraron en él ningún motivo para condenarlo a muerte, pidieron a Pilato que fuera ejecutado. [29] Y cuando cumplieron todo lo que sobre él estaba escrito, lo bajaron de la cruz y lo pusieron en un sepulcro. [30] Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. [31] Durante muchos días se apareció a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén, y que habían de ser sus testigos ante el pueblo. [32] Nosotros mismos les traemos ahora la promesa que Dios hizo a nuestros padres, [33] y que cumplió para nosotros, sus hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en el Salmo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. [34] Dios lo resucitó de entre los muertos, y no volverá a conocer muerte ni corrupción. Pues así lo dijo: Les daré las cosas santas, las realidades verdaderas que reservaba para David. [35] Asimismo está dicho en otro lugar: No permitirás que tu santo experimente la corrupción. [36] Bien saben que David, después de haber servido durante su vida a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. [37] Otro, pues, es el que no sufre la corrupción, y ese es Jesús, al que Dios resucitó. [38] Sepan, pues, hermanos, cuál es la promesa: por su intermedio ustedes recibirán el perdón de los pecados y de todas esas cosas de las cuales buscaron en vano ser liberados por la Ley de Moisés. [39] Quien cree en este Jesús es liberado de todo esto. [40] Tengan, pues, cuidado de que no les ocurra lo que dijeron los profetas: [41] Atiendan ustedes, gente engreída, asómbrense y desaparezcan. Porque voy a realizar en sus días una obra tal, que si se la contaran, no la creerían.» [42] Al salir Pablo y Bernabé de la sinagoga, les rogaban que de nuevo les volvieran a hablar de este tema el sábado siguiente. [43] Y cuando se dispersó la asistencia, muchos judíos y de los que temen a Dios les siguieron. Pablo y Bernabé continuaron conversando con ellos, y los exhortaban a perseverar en la gracia de Dios. [44] El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió para escuchar a Pablo, que les habló largamente del Señor. [45] Los judíos se llenaron de envidia al ver todo aquel gentío y empezaron a contradecir con insultos lo que Pablo decía. [46] Entonces Pablo y Bernabé les hablaron con coraje: «Era necesario que la Palabra de Dios fuera anunciada a ustedes en primer lugar. Pues bien, si ustedes la rechazan y se condenan a sí mismos a no recibir la vida eterna, sepan que ahora nos dirigimos a los que no son judíos. [47] El mismo Señor nos dio la orden: Te he puesto como luz de los paganos, y llevarás mi salvación hasta los extremos del mundo. [48] Los que no eran judíos se alegraban al oír estas palabras y tomaban en consideración el mensaje del Señor. Y creyeron todos los que estaban destinados para una vida eterna. [49] Con esto la Palabra de Dios empezó a difundirse por toda la región. [50] Pero los judíos incitaron a mujeres distinguidas de entre las que temían a Dios y también a los hombres importantes de la ciudad y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé hasta que los echaron de su territorio. [51] Así que los apóstoles se fueron a la ciudad de Iconio, pero al salir sacudieron el polvo de sus pies en protesta contra ellos. [52] Dejaban a los discípulos llenos de gozo y Espíritu Santo.
[1] Aquí comienzan las misiones de Pablo. La misión parte de la Iglesia, como debe ser; no hay misión si no se es enviado (es el sentido de «misión»). Pero la iniciativa viene del Espíritu Santo y responde a la vida ferviente de la comunidad de Antioquía. Nótese cómo la comunidad acepta la partida de dos de sus cinco principales animadores; con la imposición de las manos se implora la gracia de Dios para los dos misioneros. Hasta ese momento Pablo no es más que el asistente de Bernabé.Es muy difícil saber cómo se organizó la Iglesia en sus comienzos. No tenía entonces la jerarquía de tres órdenes que tenemos ahora, a saber, obispos, sacerdotes y diáconos, que sólo quedará establecida hacia fines del siglo primero.Las Iglesias de Jerusalén y de Antioquía se gobernaban, seguramente, en forma diferente a la de las pequeñas comunidades. La mayoría de éstas escogían a sus Ancianos de entre los hombres más dignos de confianza. Bastaba que hubieran sido reconocidos o establecidos por los apóstoles o por cualquier otra autoridad superior, y fueran aceptados por las comunidades vecinas. Su servicio de «presidencia» incluía el bautismo, la celebración de la eucaristía y la unción de los enfermos. Esta institución de los Ancianos (véase 14,23 y 11,30) se había calcado del modo de organizarse de las comunidades judías.En todas partes en que había profetas reconocidos como tales (y ese era el caso de Antioquía), gozaban de una autoridad superior, bastante cercana a la de los apóstoles (1 Cor 12,28 y Ef 2,20).Pablo y Bernabé, si bien no eran considerados todavía como apóstoles, eran sin embargo profetas. En cuanto a los maestros o doctores, eran capaces, como los maestros de la Ley de los judíos, de enseñar la doctrina y la moral a partir de la Escritura.
[4] Esta primera misión comienza de una manera tradicional. Los judíos podían viajar por todo el imperio romano, pues en todas las ciudades importantes encontrarían un barrio judío o una comunidad judía. Desde Antioquía, Pablo y Bernabé se embarcan para la isla de Chipre, patria de Bernabé.El encuentro con Sergio Paulo tiene un valor simbólico, porque se ve que el Evangelio no sólo conquista a la gente humilde, sino también a las autoridades. Pablo es consciente de que debe dar testimonio ante «los reyes y los gobernadores» (Lc 21,12). En adelante el libro de los Hechos no hablará más de Saulo sino de Pablo. ¿Acaso el gobernador lo autorizó a tomar su nombre de familia? Para Pablo, que ya era ciudadano romano (16,37), fue un paso más para integrarse al mundo de los no-judíos.Pablo y sus compañeros (13). Una vez empezada la misión, Pablo se impone como jefe y Bernabé pasa al segundo plano. Cuando llegaron al continente, en la inhóspita región de Perge, Juan Marcos los abandonó. Los planes audaces de Pablo le provocaron probablemente miedo; sabía un poco de griego, y tal vez se sintió muy mal al entrar en un país en el que pocas personas conocían esa lengua.Pablo y Bernabé penetran en las montañas de Turquía actual y llegan al corazón de la provincia de Pisidia, a Antioquía (que no se debe confundir con la otra Antioquía).Lucas cuenta con detalles los acontecimientos de Antioquía de Pisidia, porque fueron típicos de lo que iba a suceder, tanto entre los judíos como entre los griegos -los paganos- en otros lugares donde Pablo iría a predicar.Pablo habla durante la reunión del Sábado en la Sinagoga de los judíos. El culto se componía de Salmos y de lecturas bíblicas del Antiguo Testamento. Luego uno o dos de los responsables hacían algunos comentarios. Por deferencia hacia Pablo, que estaba de visita y que había ya dado a entender que tenía algo que decir, le pidieron que hablara.El discurso de Pablo, un compendio de la historia de Israel, puede parecernos sin gran interés, como el de Pedro (cap. 2) o el de Esteban (cap. 7). Pero era la manera judía de predicar, y para todos esos emigrados no había nada más interesante que oír recordar esa historia que sabían de memoria y que les daba su identidad en medio de los otros pueblos. Pablo presenta, pues, esa historia, poniendo énfasis en una serie de hechos que le dan un sentido y la conducen muy precisamente a Cristo. Demuestra que las promesas de Dios a Israel se han realizado por la resurrección de Cristo.Hay aquí una manera de comprender el Evangelio que no debemos perder. Decimos que la fe judía y luego la cristiana son «históricas». Esto quiere decir, en primer lugar, que Dios se ha revelado en la historia; nuestra fe, por tanto, no es una doctrina descubierta por pensadores, ni tampoco parte de leyendas. Pero también quiere decir que la resurrección de Jesús marca un nuevo punto de partida de toda la historia humana y que, año tras año, la historia está en marcha hacia un término cuya única salida será el Juicio y el reino de Dios. No podemos simplemente contar el evangelio como una doctrina siempre verdadera, sino que debemos mostrar cómo el Evangelio y el Espíritu de Dios están actuando con fuerza en los acontecimientos.El público reaccionó de diversas formas. Allí no había sólo judíos, sino también los «que temen a Dios» y los «prosélitos» (más comprometidos con el Judaísmo) que ya hemos encontrado en el caso del Etíope y de Cornelio; los judíos los consideraban creyentes de segunda clase. Desde sus primeras palabras, Pablo los saluda como si fueran judíos. Luego, en su predicación, no insiste más en la observancia de la Ley, que sólo era seguida enteramente por los judíos y que los ponía por encima de los demás, sino que declara que La Ley ha sido superada (v. 38). Pablo menciona las promesas de Dios que se dirigen a todos los hombres. Los «que temen a Dios» se entusiasman con el evangelio que hace de ellos creyentes completos.A la salida de la Sinagoga, Pablo no se queda en el grupo de los judíos sino que inmediatamente atrae hacia sí a un cierto número de los que temen a Dios. El contacto debe haber sido muy impactante para ellos, puesto que al sábado siguiente llevaron consigo todo un mundo que jamás se había visto aún.Se produjo entonces una crisis. Los judíos más orgullosos tuvieron miedo cuando se vieron rodeados de esos paganos impuros; se opusieron a Pablo y no pensaron más que en echarlo fuera, lo que consiguieron con la intervención de mujeres ricas y piadosas. Fue entonces cuando comenzó a existir una comunidad cristiana separada de la de los judíos.Todo eso, ¿no es acaso actual? Si no vemos a menudo tales crisis en nuestra Iglesia es quizá porque los apóstoles son poco numerosos, como en tiempos de Pablo, y porque no hemos recibido aún la visita del que se haría oír más allá de nuestros muros.Todos los que estaban destinados para una vida eterna (48). Esta expresión no condena a los que no han creído. Simplemente dice que la venida de algunos fue para ellos un don. Dios estaba entrando en sus vidas, haciendo de ellos los portadores de una corriente de vida (Jn 17,3).
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