2A Reyes 21, 1 - 26

MANASÉS, REY IMPÍO

[1] Manasés tenía doce años cuando comenzó a reinar, y reinó durante cincuenta y cinco años en Jerusalén. Su madre se llamaba Hepsiba. [2] Se portó muy mal con Yavé, imitando las pésimas prácticas de los pueblos a los que Yavé había quitado el país para dárselo a los israelitas. [3] Volvió a construir los santuarios de las lomas que había destruido su padre, Ezequías. [4] Levantó altares al dios Baal e hizo un tronco sagrado semejante al que había hecho Ajab, rey de Israel. Se arrodilló ante todas las estrellas del cielo y las adoró. Construyó altares en los patios de la Casa de Yavé, de la cual éste había dicho: «En Jerusalén pondré mi Nombre.» [5] Edificó altares a todos los astros del cielo en los dos patios de la Casa de Yavé. [6] Sacrificó a su hijo por el fuego. Practicó los presagios y la magia, hizo traer adivinos y brujos, haciendo sin cesar lo que Yavé condena, y provocando así su ira. [7] Incluso colocó el tronco sagrado de la diosa Aserá en la Casa de Yavé, a pesar de que Yavé había dicho a David y a Salomón, su hijo: «En esta Casa mía, en Jerusalén, que elegí de entre todas las tribus de Israel, pondré mi Nombre para siempre. [8] Ya no permitiré que mi Nombre ande errante fuera de la tierra que di a sus padres, con tal de que ustedes traten de actuar según toda la Ley que les di por medio de mi servidor Moisés.» [9] Pero no escucharon, y Manasés los llevó a hacer cosas peores que las que habían hecho las naciones que Yavé había exterminado ante los israelitas. [10] Entonces habló Yavé por boca de sus siervos los profetas, diciendo: [11] «Manasés, rey de Judá, ha multiplicado las acciones pésimas y ha actuado peor que los mismos amorreos; ha sido causa de que también la gente de Judá pecara con sus repugnantes imágenes. [12] Por eso, voy a traer sobre Jerusalén y sobre Judá un mal tan grande que a quienes lo escuchen les zumbarán los oídos. [13] Jerusalén y sus reyes van a tener la suerte de Samaria y de la familia de Ajab. Fregaré a Jerusalén como se friega un plato para limpiarlo y, después, lo vuelven al revés. [14] Arrojaré el resto de mi pueblo y lo entregaré en manos de sus enemigos, para que sean su presa y botín. [15] Pues hicieron lo que me desagrada y me hicieron enojar desde el día en que sus padres salieron de Egipto, hasta hoy.» [16] Manasés derramó también sangre inocente, en tal cantidad que llenó a Jerusalén de punta a punta, además de los pecados con que hizo pecar a Judá. [17] Lo demás referente a Manasés, todo cuanto hizo y los pecados que cometió, está escrito en el libro de las Crónicas de los reyes de Judá. [18] Cuando murió Manasés, lo sepultaron en el jardín de su casa, en el jardín de Uzza, y su hijo Amón reinó en su lugar.

AMÓN

[19] Amón tenía veintidós años cuando comenzó a reinar, y reinó dos años en Jerusalén; el nombre de su madre era Mesulemet, hija de Jarús, de la ciudad de Yotbá. [20] Se portó mal con Yavé, como había hecho su padre Manasés. [21] Siguió en todo los pasos de su padre, sirvió a los ídolos a los que había servido su padre y se postró ante ellos. [22] Abandonó a Yavé, Dios de sus padres, y no anduvo por sus caminos. [23] Los oficiales de Amón se conjuraron contra él y lo asesinaron en su casa. [24] Pero los ciudadanos mataron a todos los que se habían conjurado contra el rey, y proclamaron en su lugar a su hijo Josías. [25] Lo demás referente a Amón y lo que hizo, está escrito en el libro de las Crónicas de los reyes de Judá. [26] Lo sepultaron en su sepulcro, en el jardín de Uzza, y reinó en su lugar su hijo Josías.

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[1] La liberación milagrosa de Jerusalén no detuvo el curso de los acontecimientos. Ya antes de que se termine el reinado de Ezequías, el reino de Judá ha tenido que someterse al poder asirio. Esto explica en parte por qué el hijo de Ezequías, Manasés, empezó a reprimir el culto de Yavé que era el alma de la resistencia judía a los poderes extranjeros. Manasés persigue a los creyentes y promueve los cultos asirios, como había hecho Jezabel en Israel con los cultos cananeos. Fue un reino de cuarenta y cinco años durante los cuales, tanto los profetas como el pueblo fiel tuvieron que callarse o esconderse. La traición a la Alianza de Yavé fue tal que, después de muerto Manasés, los profetas lo hicieron responsable de la caída de Jerusalén. Esta experiencia trágica del pueblo de Dios no debe sorprendernos, pues más de una vez hemos visto que los favores que pedimos a Dios y que él escuchó fueron seguidas de fracasos y de sufrimientos que no se podían esperar.

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