Juan 13

LA TERCERA PASCUA [1] Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

JESÚS LAVA LOS PIES A SUS DISCÍPULOS [2] Estaban comiendo la cena y el diablo ya había depositado en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle. [3] Jesús, por su parte, sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía. [4] Entonces se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. [5] Echó agua en un recipiente y se puso a lavar los pies de los discípulos; y luego se los secaba con la toalla que se había atado. [6] Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?» [7] Jesús le contestó: «Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Lo comprenderás más tarde.» [8] Pedro replicó: «Jamás me lavarás los pies.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no podrás tener parte conmigo.» [9] Entonces Pedro le dijo: «Señor, lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.» [10] Jesús le dijo: «El que se ha bañado, está completamente limpio y le basta lavarse los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos.» [11] Jesús sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos ustedes están limpios.» [12] Cuando terminó de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? [13] Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. [14] Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. [15] Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo. [16] En verdad les digo: El servidor no es más que su patrón y el enviado no es más que el que lo envía. [17] Pues bien, ustedes ya saben estas cosas: felices si las ponen en práctica. [18] No me refiero a todos ustedes, pues conozco a los que he escogido, y tiene que cumplirse lo que dice la Escritura: El que compartía mi pan se ha levantado contra mí. [19] Se lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy. [20] En verdad les digo: El que reciba al que yo envíe, a mí me recibe, y el que me reciba a mí, recibe al que me ha enviado.» [21] Tras decir estas cosas, Jesús se conmovió en su espíritu y dijo con toda claridad: «En verdad les digo: uno de ustedes me va a entregar.» [22] Los discípulos se miraron unos a otros, pues no sabían a quién se refería. [23] Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba recostado junto a él en la mesa, [24] y Simón Pedro le hizo señas para que le preguntara de quién hablaba. [25] Se volvió hacia Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?» [26] Jesús le contestó: «Voy a mojar un pedazo de pan en el plato. Aquél al cual se lo dé, ése es.» Jesús mojó un pedazo de pan y se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón. [27] Apenas Judas tomó el pedazo de pan, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto.» [28] Ninguno de los que estaban a la mesa comprendió por qué Jesús se lo decía. [29] Como Judas tenía la bolsa común, algunos creyeron que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta.», o bien: «da algo a los pobres.» [30] Judas se comió el pedazo de pan y salió inmediatamente. Era de noche. [31] Cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él. [32] Por lo tanto, Dios lo va a a introducir en su propia Gloria, y lo glorificará muy pronto. [33] Hijos míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me buscarán, y como ya dije a los judíos, ahora se lo digo a ustedes: donde yo voy, ustedes no pueden venir. [34] Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. [35] En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros.» [36] Simón Pedro le preguntó: «Señor, ¿adónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde.» [37] Pedro le dijo: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Estoy dispuesto a dar mi vida por ti.» [38] Jesús le respondió: «¿Dar tú la vida por mí? En verdad te digo que antes de que cante el gallo me habrás negado tres veces.»

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[1] Aquí empieza la segunda mitad del Evangelio de Juan. En la primera, las señales de Cristo y sus discursos anunciaban la obra que iba a realizar en el mundo, y la gloria que le correspondería después de que fuera «levantado en alto». Ahora «ha llegado la hora de Jesús», en que va a realizar todo lo anunciado. Esta segunda mitad empieza con los discursos de despedida de Jesús después de su última Cena. Así como en los capítulos anteriores cada discurso de Jesús tomaba pie de un milagro, también los discursos de despedida, que ocupan los capítulos 14-17, tienen su punto de partida en un hecho sorprendente, que es el «lavatorio de los pies». Este gesto encierra dos enseñanzas:- Cómo debemos purificarnos antes de participar en la Cena del Señor.- Cómo se debe poner en práctica el mandato del amor.


EL RITO PENITENCIAL
[2] . Juan, al contar la última Cena, no hace alusión a la Eucaristía (Mc 14,12), pero narra y explícita el gesto de Jesús en que lavó los pies a sus apóstoles. Se puso a lavar los pies de los discípulos. Los judíos pobres andaban descalzos, y los otros con sandalias. Un gesto tradicional de buena acogida era ordenar a un sirviente que lavara los pies del caminante (ver Gén 18,4). A pesar de que dicha costumbre no existía entre los apóstoles, pues no tenían sirvientes, Jesús quiso ser aquella noche el sirviente de todos. No lo hizo para procurarles limpieza y bienestar corporal, sino como un acto sagrado destinado a purificarlos, como sucede en el bautismo. Los apóstoles estaban en gracia de Dios: la palabra de Jesús que habían acogido los había purificado (15,3). Sin embargo, les hacía falta una preparación antes de compartir el pan de vida en la mesa de su Señor. No existe religión alguna que entregue las cosas sagradas de buenas a primeras, y los mismos judíos acudían a ritos de purificación antes de participar en el banquete pascual. Jesús no fue menos exigente: él mismo limpió a sus apóstoles. No les pidió una confesión previa de sus pecados; solamente debieron aceptar humildemente que su Señor les lavara los pies. Este acto nos recuerda el sacramento del Bautismo, pero también el de la Penitencia: en él se unen lazos de humildad y de misericordia, tanto del que purifica como de los que son purificados. En adelante los apóstoles harán lo que su Señor había hecho primero, pues él los envía en su nombre para esto. No actuarán como jerarcas o jueces que conceden el perdón a culpables; serán los que darán el primer paso para purificar a quienes se acercan a la Cena del Señor. En este capítulo aparece siete veces la palabra Señor. Comprendemos, pues, que al lavar los pies, Jesús hizo un gesto destinado a enseñarnos, mejor que cualquier otro, cómo es nuestro Señor y Dios.


EL AMOR CRISTIANO
[33] . Les doy un mandamiento nuevo. Es decir, un mandamiento propio de los tiempos nuevos que empiezan. La Biblia hablaba de fidelidad interior a Dios y de amor al prójimo. Este mensaje, sin embargo, quedaba oculto por la maraña de los formulismos. Además, son muchas las maneras de amar; hasta el fanatismo religioso puede encubrirse tras el amor a Dios. Aquí, en cambio, el amor es la única ley, y los ejemplos que nos dio el Señor en su vida terrena nos señalan el camino del amor. Mientras vamos profundizando el misterio del amor divino que se nos manifiesta en Jesús, nuestro amor se va identificando con el mismo Amor eterno de Dios que, al fin, actuará libremente a través de nosotros. El amor auténtico procede de Dios y hace que todos volvamos a la unidad en Dios. El amor según Dios es el que libera al prójimo y lo incita a desarrollar plenamente los dones que el Señor le entregó. El amor que se inspira en el de Cristo respeta el misterio del otro y lo ayuda a ser lo que Dios quiso que fuera, pasando por muerte y resurrección.

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