Mateo 16
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LOS FARISEOS PIDEN UNA SEÑAL (MC 8,11; LC 11,16; 12,54)
[1] Los fariseos y los saduceos se acercaron a Jesús. Querían ponerlo en apuros, y le pidieron una señal milagrosa que viniera del Cielo. [2] Jesús respondió: «Al atardecer ustedes dicen: Hará buen tiempo, pues el cielo está rojo y encendido. [3] Y por la mañana: Con este cielo rojo obscuro, hoy habrá tormenta. Ustedes, pues, conocen e interpretan los aspectos del cielo, ¿y no tienen capacidad para las señales de los tiempos? [4] ¡Generación mala y adúltera! Ustedes piden una señal, pero señal no tendrán, sino la señal de Jonás.» Jesús, pues, los dejó y se marchó. [5] Los discípulos, al pasar a la otra orilla, se habían olvidado de llevar pan. [6] Jesús les dijo: «Tengan cuidado y desconfíen de la levadura de los fariseos y de los saduceos.» [7] Ellos empezaron a comentar entre sí: «¡Caramba!, no trajimos pan.» [8] Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿Por qué se preocupan, hombres de poca fe? ¿Porque no tienen pan? [9] ¿Es que aún no comprenden? ¿No se acuerdan de los cinco panes para los cinco mil hombres, y cuántas canastas recogieron? [10] ¿Ni de los siete panes para los cuatro mil hombres, y cuántos cestos llenaron con lo que sobró? [11] Yo no me refería al pan cuando les dije: Cuídense de la levadura de los fariseos y de los saduceos. ¿Cómo puede ser que no me hayan comprendido?» [12] Entonces entendieron a lo que Jesús se refería: que debían tener los ojos abiertos, no para cosas de levadura, sino para las enseñanzas de los fariseos y saduceos.
LA FE DE PEDRO Y LAS PROMESAS DE JESÚS (MC 8,27; LC 9,18; JN 6,69) [13] Jesús se fue a la región de Cesarea de Filipo. Estando allí, preguntó a sus discípulos: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo? ¿Quién es el Hijo del Hombre?» [14] Respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros que eres Elías, o bien Jeremías o alguno de los profetas.» [15] Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» [16] Pedro contestó: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.» [17] Jesús le replicó: «Feliz eres, Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. [18] Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer. [19] Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo.» [20] Entonces Jesús les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
JESÚS ANUNCIA SU PASIÓN (MC 8,31; LC 9,22; 12,9; 14,27) [21] A partir de ese día, Jesucristo comenzó a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y que las autoridades judías, los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley lo iban a hacer sufrir mucho. Que incluso debía ser muerto y que resucitaría al tercer día. [22] Pedro lo llevó aparte y se puso a reprenderlo: «¡Dios no lo permita, Señor! Nunca te sucederán tales cosas.» [23] Pero Jesús se volvió y le dijo: «¡Pasa detrás de mí, Satanás! Tú me harías tropezar. Tus ambiciones no son las de Dios, sino las de los hombres.» [24] Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. [25] Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará. [26] ¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? [27] Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta. [28] En verdad les digo: algunos que están aquí presentes no pasarán por la muerte sin antes haber visto al Hijo del Hombre viniendo como Rey.»
[1] Una señal milagrosa que viniera del Cielo, o sea de Dios, según el modo de hablar de los judíos. Querían una prueba de que Dios estaba con él. No se les dará señal. Jesús se niega a hacer prodigios para demostrar su autoridad. Los que aman la verdad y buscan las cosas auténticas, sabrán reconocer la firma de Dios en las actuaciones de Jesús y de sus apóstoles, aun cuando mil propagandas hablen en contra. La señal de Jonás es la resurrección de Jesús (ver Mt 12,40). En algún sentido la resurrección es la señal más decisiva de su misión, pero solamente la entienden los que creen. Los que exigen milagros para creer no tendrán respuesta.
[5] El Evangelio ha guardado muy pocas cosas de lo que conversaban entre sí Jesús y sus apóstoles durante esos largos meses de vida en común. Qué bueno que al menos se hayan referido aquí a una de las muchas tonterías que dijeron delante de él. Si entendieron al revés su advertencia, fue porque estaban muy preocupados por esas cosas "necesarias" que siempre convendría más dejarlas en las manos de Dios. Desconfíen de la levadura de los fariseos y de los saduceos: ver Mc 8,11. Con mucha frecuencia el Evangelio asocia estos dos nombres. Ya hemos visto que los saduceos eran el partido de los jefes de los sacerdotes. Eran por derecho de familia los responsables de la vida nacional y religiosa del pueblo de Dios. Los fariseos en cambio se adherían personalmente a su partido que se dedicaba a la defensa de la Ley de Dios. Eran enemigos de los Saduceos. No digamos que "¡eran hipócritas y gente perversa!" Las autoridades civiles y religiosas del pueblo de Israel se opusieron muy naturalmente a Jesús. ¿Cómo podría Dios visitar a su pueblo y ser bien acogido por la mayoría de sus jefes, mientras éstos se sienten propietarios ya sea de sus títulos o de su autoridad, ya sea de sus talentos o de sus propios méritos?
LA IGLESIA - PEDRO - EL PAPA
[13] Una de las parábolas del Reino de Dios ya anunciaba de alguna manera a la Iglesia (Mt 13,31-33). Ahora el presente texto nos habla nuevamente de la Iglesia. Nos dice cuál es su base: la fe en Jesús, Cristo e Hijo de Dios. Realza la dignidad propia de Pedro entre todos los apóstoles. Sugiere que la Iglesia siempre necesitará esa cabeza visible. La fe en Cristo, Hijo de Dios, que Pedro proclama primero entre los apóstoles, es realmente algo que viene de Dios. Nuestra fe no es una opinión humana, una adhesión sentimental; no viene de la carne ni de la sangre, expresión que, entre los judíos, designaba lo que en el hombre es puramente humano, lo que el ser mortal hace y comprende con sus propias capacidades. La fe en Cristo es mucho más que una convicción humana, y las palabras con que Jesús felicita a Pedro: Feliz eres Simón... valen también para todo verdadero creyente. El Padre es el que nos ha elegido y nos ha traído hacia Cristo (ver Jn 6,37 y 6,44). Después se enfatiza la dignidad de Pedro. Hablamos de Pedro, a pesar de que su nombre era Simón, pues Jesús le dio este apodo de Piedra que nosotros deformamos en Pedro. Este cambio de nombre significa que Dios le ha dado una misión, como ya había ocurrido con Abrahán y Jacob (Gén 17,5 y 32,29). Otros textos en el Evangelio atestiguan el liderazgo y la fe de Pedro: Mt 10,2; 14,28; 17,25; Lc 5,8-10; 22,32; Jn 6,68 y 22,15-19.Pero lo que Jesús dice a Pedro, ¿vale también para sus sucesores? Nadie puede negar que ya en el Antiguo Testamento Dios quiso que su pueblo tuviera un centro visible, Jerusalén, y la nación se había ordenado en torno al Templo y a los reyes, hijos de David. Cuando Dios eligió a David, le prometió que sus hijos estarían para siempre encabezando el Reino de Dios; esta promesa se verificó en Jesús. Ahora, Jesús elige a Pedro, que será para siempre la base visible del edificio. En adelante los sucesores de Pedro serán lo que él mismo fue en la primitiva Iglesia. Para los judíos, atar y desatar significaba declarar lo que está prohibido y lo que está permitido. Así a Pedro y a sus sucesores los Papas les corresponde determinar, en última instancia, quiénes pertenecen y quiénes no pertenecen al cuerpo de los creyentes, y qué es parte o no de la fe de la Iglesia. La historia de la Iglesia primitiva manifiesta que, ya en los primeros siglos, las iglesias locales eran conscientes de la autoridad suprema del obispo de Roma, sucesor de Pedro. Su rol no pudo sino ampliarse a lo largo de la historia, ya que era tanto más necesario cuanto más fuertes se hacían las tensiones entre los cristianos de diversos continentes y culturas, cada vez más distintos en sus expresiones religiosas. Sin embargo, el hecho de reconocer esa misión del sucesor de Pedro no quiere decir que su palabra deba acallar todas las otras voces dentro de una Iglesia silenciosa, ni que su autoridad justifique una estructura que aplaste la vida. Este texto no suprime otras palabras del Evangelio muy importantes, en las que la base de la Iglesia es un «colegio» de apóstoles, y donde nada se hace sin diálogo. Pedro es el «portero» (Mc 13,34), pero no es el «Maestro» ni el «Padre» (Mt 23,9). La misión que le fue entregada de fortalecer en la fe a sus hermanos, no significa que éstos sean menores de edad en la fe. Su responsabilidad universal cobra todo su sentido en una Iglesia en la que cada uno tiene el deber de pensar por sí mismo y la libertad de expresarse. Los poderes de la muerte (18). El texto original dice «las puertas del Hades». «Las Puertas» designaban entonces la sede del gobierno; el Hades designa el mundo subterráneo abandonado a los muertos y a los poderes demoníacos. Por más que las fuerzas de la muerte se esfuercen por hundir a la Iglesia o por desarrollar en ella fermentos de corrupción, no le impedirán que cumpla su misión salvadora. Este enfrentamiento se describe en Ap 12,17.Otros textos presentan a los Doce apóstoles como los cimientos de la Iglesia (Ef 2,20 y Ap 21,14). También ellos reciben el poder de atar y desatar en Jn 20,21, pero, en ese lugar, se refiere claramente al perdón de los pecados. (Ver también Mt 18,18). Hay otras palabras de Jesús a Pedro (Lc 22,31 y Jn 21,15).Al leer los relatos de Mc 8,27 y Lc 9,18 se plantean algunas preguntas respecto a esta «fe» de Pedro: ver comentario de Lc 9,18.Jesús, piedra de base: Mc 10,12; 1 Cor 3,11; 1 Pe 2,6.
[21] .Ver el comentario en Mc 8,31.Después de ponerse al servicio del Reino, Pedro no podía aceptar que la injusticia y la fuerza del mal salieran vencedoras. Jesús, en cambio, sabe que para destruir el poder del mal no hay otro camino que el sacrificio de sí mismo. ¡Ponte detrás de mí, Satanás! Pedro se pone frente a Jesús para cerrarle el camino que lleva a la cruz y Jesús reconoce en su intervención la misma voz que lo tentó en el desierto. Por eso Jesús lo llama Satanás, que significa Tentador o Estorbo. Que Pedro pase más bien detrás de Jesús y lo siga, como conviene a un discípulo. El que quiera asegurar su vida la perderá. (25). Jesús recuerda la gran opción de toda vida humana: nadie podrá encontrar a Dios ni llevar a bien su vida si no es sacrificándola. Fuera de eso, todo es palabrería. Es una opción que, mientras más prometedora se nos presente la vida, más nos espanta. Y esa es la razón por la cual los compromisos definitivos dan miedo a muchos.
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