Marcos 12
PARÁBOLA DE LOS VIÑADORES ASESINOS (MT 21,23; LC 20,9)
[1] Jesús entonces les dirigió estas parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y construyó una casa para el celador. La alquiló después a unos trabajadores y se marchó al extranjero. [2] A su debido tiempo envió a un sirviente para pedir a los viñadores la parte de los frutos que le correspondían. [3] Pero ellos lo tomaron, la apalearon y lo despacharon con las manos vacías. [4] Envió de nuevo a otro servidor, y a éste lo hirieron en la cabeza y lo insultaron. [5] Mandó a un tercero, y a éste lo mataron. Y envió a muchos otros, pero a unos los hirieron y a otros los mataron. [6] Todavía le quedaba uno: ése era su hijo muy querido. Lo mandó por último, pensando:«A mi hijo lo respetarán.» [7] Pero los viñadores se dijeron entre sí: «Este es el heredero, la viña será para él; matémosle y así nos quedaremos con la propiedad.» [8] Tomaron al hijo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. [9] Ahora bien, ¿qué va a hacer el dueño de la viña? Vendrá, matará a esos trabajadores y entregará la viña a otros.» [10] Y Jesús añadió: «¿No han leído el pasaje de la Escritura que dice: La piedra que rechazaron los constructores, ha llegado a ser la piedra principal del edificio. [11] Esta es la obra del Señor, y nos dejó maravillados?» [12] Los jefes querían apresar a Jesús, pero tuvieron miedo al pueblo; habían entendido muy bien que la parábola se refería a ellos. Lo dejaron allí y se fueron.
EL IMPUESTO PARA EL CÉSAR (MT 22,15; LC 20,20)
[13] Querían pillar a Jesús en algo que dijera. Con ese fin le enviaron algunos fariseos junto con partidarios de Herodes. [14] Y dijeron a Jesús: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te inquietas por los que te escuchan, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios. Dinos, ¿es contrario a la Ley pagar el impuesto al César? ¿Tenemos que pagarlo o no?» [15] Pero Jesús vio su hipocresía y les dijo: «¿Por qué me ponen trampas? Tráiganme una moneda, que yo la vea.» [16] Le mostraron un denario, y Jesús les preguntó: «¿De quién es esta cara y lo que está escrito?» Ellos le respondieron: «Del César.» [17] Entonces Jesús les dijo: «Devuelvan al César las cosas del César, y a Dios lo que corresponde a Dios.» Jesús, pues, los dejó muy sorprendidos.
¿RESUCITAN LOS MUERTOS? (MT 22,23; LC 20,27)
[18] Entonces se presentaron algunos saduceos. Esta gente defiende que no hay resurrección de los muertos, y por eso le preguntaron: [19] «Maestro, según la ley de Moisés, si un hombre muere antes que su esposa sin tener hijos, su hermano debe casarse con la viuda para darle un hijo, que será el heredero del difunto. [20] Pues bien, había siete hermanos: el mayor se casó y murió sin tener hijos. [21] El segundo se casó con la viuda, y murió también sin dejar herederos, y así el tercero. [22] Y pasó lo mismo con los siete hermanos. Después de todos ellos murió también la mujer. [23] En el día de la resurrección, si han de resucitar, ¿de cuál de ellos será esposa? Pues los siete la tuvieron como esposa.» [24] Jesús les contestó: «Ustedes están equivocados; a lo mejor no entienden la Escritura, y tampoco el poder de Dios. [25] Pues cuando resuciten de la muerte, ya no se casarán hombres y mujeres, sino que serán en el cielo como los ángeles. [26] Y en cuanto a saber si los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el capítulo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? [27] Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están muy equivocados.
» EL MANDAMIENTO MÁS IMPORTANTE (MT 23,34; LC 20,39; 10,25)
[28] Entonces se adelantó un maestro de la Ley. Había escuchado la discusión, y se quedaba admirado de cómo Jesús les había contestado. Entonces le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» [29] Jesús le contestó: «El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. [30] Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. [31] Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos.» [32] El maestro de la Ley le contestó: «Has hablado muy bien, Maestro; tienes razón cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, [33] y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todas las víctimas y sacrificios.» [34] Jesús vio que ésta era respuesta sabia y le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y después de esto, nadie más se atrevió a hacerle nuevas preguntas.
¿DE QUIÉN ES HIJO EL CRISTO? (MT 22,41; LC 20,41; MT 23,6)
[35] Mientras Jesús enseñaba en el Templo, preguntó: «¿Por qué los maestros de la Ley dicen que el Mesías será el hijo de David? [36] Porque el mismo David dijo, hablando por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. [37] Si David mismo lo llama «Señor», ¿cómo puede entonces ser hijo suyo?» Mucha gente acudía a Jesús y lo escuchaba con agrado. [38] En su enseñanza Jesús les decía también: «Cuídense de esos maestros de la Ley, [39] a quienes les gusta pasear con sus amplias vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar asientos reservados en las sinagogas y en los banquetes; [40] incluso devoran los bienes de las viudas, mientras se amparan detrás de largas oraciones. ¡Con qué severidad serán juzgados!
» LA OFRENDA DE LA VIUDA (LC 21,1)
[41] Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos, y daban mucho. [42] Pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. [43] Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: «Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. [44] Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos.»
[1] En esta comparación, la viña representa el Reino de Dios. Los judíos eran el pueblo de Dios, y habían llegado a considerar que los intereses de Dios se confundían con los suyos propios. Como ellos eran los elegidos de Dios, él les debía su ayuda contra los demás pueblos. Confiaban ser salvados y no se preocupaban por la suerte de los demás que no conocían a Dios. Dios les había encargado su Reino, es decir, los había dirigido a lo largo de su historia para que sus experiencias fueran una luz para los demás pueblos. Conociendo mejor a Dios, debían desarrollar entre ellos la justicia, el espíritu de responsabilidad, el sentido de la fraternidad: ésos eran los frutos que Dios quería cosechar. Dios había enviado a los profetas para recordar al pueblo su deuda, pero fueron poco escuchados. Por último viene el Hijo único de Dios hecho hombre, y pasa lo mismo; va a ser matado fuera de la viña, es decir, después de ser rechazado por los suyos. Entonces la obra del Reino de Dios va a ser encargada a otros, es decir, a todos los que se reunirán en la Iglesia de Cristo. Aquí termina la parábola. Pero aunque la Iglesia tenga «las promesas de la vida eterna», esto no significa que tal o cual parte de la misma no pueda desaparecer. La Iglesia de hoy está prácticamente ausente en países y en ambientes sociales que contaban con numerosas comunidades en el pasado, y tal vez esto se deba a que en ellas se desvirtuó el espíritu del Evangelio. Si la Iglesia pasa a ser un grupo social como los demás, si no es el lugar donde hay más obediencia a Dios, más empeño para salvar a los que sufren en vano, los que se hicieron dueños de la viña se encontrarán posiblemente algún día con las manos vacías.
[13] La trampa está en lo siguiente: preguntan sobre el impuesto que los judíos deben pagar al César, emperador de Roma, dado que los judíos habían sido colonizados por los romanos. Se presentan juntos fariseos y partidarios de Herodes, que en política son enemigos. Los fariseos rechazan la dominación romana; los partidarios de Herodes, al contrario, la aceptan. Si Jesús dice que hay que pagar, los fariseos lo desprestigiarán ante el pueblo. Si afirma que no, los partidarios de Herodes lo harán detener por los romanos. Jesús no condena el imperialismo romano, pero tampoco lo justifica. ¿Será porque los problemas de paz y justicia entre los pueblos no son cosas bastante «espirituales» y no le interesan? En realidad Jesús no mira los problemas políticos como los miramos nosotros. Son problemas importantes, por supuesto, y la Historia Sagrada nos enseña que Dios quiere libertad para cada uno y que las naciones tengan la posibilidad de desarrollar su cultura y su vida nacional. Y esto justifica ampliamente el compromiso político de los cristianos. Pero Jesús sabe también que la liberación verdadera se juega más allá de las fronteras de las rivalidades partidarias. Vivió en un momento en que sus compatriotas estaban sumamente politizados, divididos en facciones irreconciliables, que iban a ser una de las causas de la rebeldía y de los desastres de los años 66-71. La respuesta de Jesús invita a sus adversarios a que coloquen la política en su verdadero lugar y no confundan la fe con el fanatismo religioso. Pagar el impuesto al César, gobernante extranjero y pagano, era para los fariseos como renegar de Dios, verdadero Señor de Israel. Y debido a que identificaban los objetivos del partido nacional judío con la causa de Dios, debían aplastar a los partidos opuestos para servir a Dios. En vista de que la fe exige de nosotros una obediencia total, las personas que hoy todavía confunden la fe con una militancia política llegan poco a poco a justificar todo lo que hace su partido, incluso la mentira y los crímenes. El César de Roma no era Dios, aunque pretendía serlo. Había logrado imponer su autoridad y el uso de la moneda romana; mas no por eso podía exigir la obediencia de la conciencia, que se debe sólo a Dios. Pero tampoco era «el enemigo de Dios», como lo creían los fariseos, y no era necesario negarle el impuesto y la sumisión para adelantar el Reino de Dios.
[18] Marcos quiso poner uno al lado del otro los enfrentamientos de Jesús con los dos partidos más importantes del pueblo judío: los Fariseos y los Saduceos. Los Saduceos, los jefes de los sacerdotes, eran los dirigentes del pueblo de Dios. No creían en cosas espirituales ni en la resurrección, innovaciones funestas, según ellos, que debilitaban el espíritu nacionalista y el poder del aparato central. Su Biblia se reducía al Pentateuco, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, donde se habla mucho de los sacerdotes y nada de la resurrección. La resurrección de los muertos es un término que entendemos muy mal. Cuando Jesús llamó a la hija de Jairo (Mc 5,2) o a Lázaro (Jn 11,1), ya muertos, solamente les concedió volver a la vida humana que llevaban antes. La niña volvió a sus sueños, Lázaro a trabajar su campo, y posteriormente tuvieron que morir otra vez. Esta no fue la resurrección. Muchas personas creen que «hay algo después de la muerte» y que algo de nosotros, que llamamos alma, sobrevive. Esta creencia contiene una parte de la verdad, pero no lo más importante. La resurrección significa, no una supervivencia de «algo de nosotros», sino una transfiguración de toda nuestra persona. Y esto se hará por gracia y obra de Dios: vamos a renacer de Dios mismo. A muchos les cuesta creer en la resurrección de los muertos por el concepto erróneo que se han formado de ella; no cabe preguntar si vamos a resucitar con estómago y vísceras, ya que en esa vida nueva no hay lugar para las funciones biológicas propias de los seres mortales, como el comer, dormir o el sexo; seremos en el cielo como ángeles. Con frecuencia tratamos de imaginarnos lo que seremos después de que hayamos resucitado; esta curiosidad, que es muy legítima, no puede hallar respuestas satisfactorias. Pablo trata de darnos alguna luz respecto a este interrogante que debía preocupar a los primeros cristianos tanto como a nosotros (1 Cor 15,35-37); pero, aun con esas explicaciones, seguimos insatisfechos. Reconozcamos que, mientras estemos en este mundo en que la materia y el tiempo son nuestro entorno natural, nos será imposible imaginar el «nuevo mundo», el cielo nuevo y la tierra nueva cuya venida nos anuncia Jesús, después de los profetas (Is 65,17; Ap 21, 1-4).Si pudiéramos arriesgarnos en una comparación, parecida a la de Pablo, podríamos decir lo siguiente: Alguien que nunca ha visto más que las semillas de las plantas o de los árboles, ¿cómo se podrá imaginar una planta cubierta de flores o un árbol totalmente desarrollado? ¿Qué habría aparentemente en común, entre la pequeña semilla, a veces no más grande que una cabeza de alfiler, sin color ni vida, y la planta que ha alcanzado su madurez, adornada de múltiples colores y con sus ramas balanceándose al viento? Pero quien contempla un árbol o una planta, sabe muy bien de dónde ha venido esa vida que admira. Del mismo modo es imposible para nosotros imaginar ahora lo que seremos en la totalidad de nuestro ser humano cuando tenga lugar la transfiguración a que Dios nos llama. Pero cuando se haya realizado, nos daremos cuenta de la unión vital que existe entre lo que seremos entonces y lo que somos hoy en día. Con esto entendemos el doble reproche de Jesús a los saduceos: No entienden el poder de Dios, y por eso lo que imaginan es sólo una caricatura de la resurrección. No entienden las escrituras. Pocos libros de la Biblia anteriores a Jesús hablaban de la resurrección. Pero todos nos presentan a un Dios que es Vida y que hace a los hombres amigos suyos. Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Si Dios se comprometió con ellos, ¿podría dejarlo indiferente que desaparezcan totalmente y para siempre, mientras él sigue feliz en su gloria?
AMAR A DIOS
[30] Amarás al Señor, tu Dios. Muchas personas se extrañan al ver que este primer mandamiento no está en los diez de Moisés, que hablan sólo de servir a Dios. Pero lo leemos en Deut 6,4.Amar a Dios no es un mandamiento como los demás. Pues los mandamientos señalan obras precisas que debemos cumplir o de las que nos debemos abstener; por ejemplo: descansarás el día del Señor, o no cometerás adulterio. En cambio, toda nuestra existencia está implicada en esto de amar a Dios. Esa es la razón por qué el amor de Dios no se presenta en el Nuevo Testamento como un mandamiento sino como el primer fruto del Espíritu que Dios da a sus hijos: Rom 8,15 y 22. Dios es el primer amado (Mt 6,9-10; 1 Jn 4,17, muy especialmente en la persona de su Hijo: 2 Cor 5,15; 1 Pe 1,8. No hay auténtico amor al prójimo sin ese amor a Dios: 1 Jn 5,2.Hay personas que se creen irreprochables porque cumplen los diez mandamientos de Moisés. Sería más exacto decir que han llegado al nivel mínimo de moralidad que Moisés exigió a un pueblo primitivo y poco responsable, hace más de treinta siglos. En vez de fijarse en este decálogo para después sentirse muy contentos de sí mismos, deberían meditar el primer mandamiento, sin el cual los demás no significan nada. Amarás a Dios con todo tu corazón. Lo amarás más que a los seres más queridos. Te desvivirás por él, te olvidarás de ti mismo para buscar en todo lo que a él más le gusta. Lo amarás con toda tu alma, con toda tu inteligencia. Dedicarás lo mejor de tu inteligencia a conocerlo. Analizando tu propia vida, tratarás de comprender cómo ha guiado tus pasos. Considerando los acontecimientos mundiales y los sucesos diarios, procurarás entender cómo llega el Reino de Dios. Perseverando en la oración y la lectura bíblica, pedirás a Dios que te comunique su propio Espíritu para conocerlo mejor. Lo amarás con todas tus fuerzas. Y dado que en esto eres muy débil, pedirás la ayuda de Dios y tratarás de juntarte con los verdaderos servidores de Dios, usando los medios que la Iglesia pone a tu disposición. El mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo viene en segundo lugar, porque no es posible entenderlo bien y menos aún cumplirlo, si no existe ya el amor a Dios. Lo que Dios pide es mucho más que la solidaridad con el prójimo, mucho más que la ayuda al que sufre. Debemos esforzarnos por ver al hermano tal como lo ve el Padre. Debemos procurarle lo que el Padre desea para él. Entre las muchas obras buenas que podríamos hacer por el prójimo, debemos elegir las que nos aconseja el Espíritu de Dios. Y todo eso requiere que conozcamos a Dios primero y que lo amemos.
LA MIRADA DE DIOS
[38] Los maestros de la Ley no eran personas malas. Se habían hecho profesores de religión porque se interesaban por la religión. Pero en cuanto el maestro deja de esforzarse por ser santo, no pasa de ser un pobre hombre. El mismo respeto que le tributa la gente lo lleva a permitirse muchos desvíos que en cualquier otro se reprocharían severamente.
[41] Con el episodio de la viuda pobre, Marcos quiere establecer un contraste con el anterior. Esta mujer fue la única, entre tantos fieles, que había retribuido a Dios como se merece. Es la personificación de los innumerables pobres que no tienen prácticamente nada y que, sin embargo, se las ingenian para dar algo de lo poco o nada que tienen. Gente humilde es capaz de sacrificar algunas horas o algunos días de trabajo pagado para ayudar a otro o para dedicarse al estudio en beneficio de sus compañeros. Otros dirán: «El lo puede porque gana poco, pero yo perdería demasiado». El escaso sueldo que pierden vale mucho más que el buen sueldo que no quiere perder la persona más acomodada. Sólo el pobre puede dar eso mismo que necesitaba para vivir.
Comentarios