Juan 6
– LA SEGUNDA PASCUAEL PAN DE VIDA: LA MULTIPLICACIÓN (MC 6,34; MT 14,13; LC 9,10) [1] Después Jesús pasó a la otra orilla del lago de Galilea, cerca de Tiberíades. [2] Le seguía un enorme gentío, a causa de las señales milagrosas que le veían hacer en los enfermos. [3] Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. [4] Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. [5] Jesús, pues, levantó los ojos y, al ver el numeroso gentío que acudía a él, dijo a Felipe: «¿Dónde iremos a comprar pan para que coma esa gente?» [6] Se lo preguntaba para ponerlo a prueba, pues él sabía bien lo que iba a hacer. [7] Felipe le respondió: «Doscientas monedas de plata no alcanzarían para dar a cada uno un pedazo.» [8] Otro discípulo, Andrés, hermano de Simón Pedro, dijo: [9] «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es esto para tanta gente?» [10] Jesús les dijo: «Hagan que se sienta la gente.» Había mucho pasto en aquel lugar, y se sentaron los hombres en número de unos cinco mil. [11] Entonces Jesús tomó los panes, dio las gracias y los repartió entre los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, y todos recibieron cuanto quisieron. [12] Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que han sobrado para que no se pierda nada.» [13] Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos que no se habían comido: eran las sobras de los cinco panes de cebada. [14] Al ver esta señal que Jesús había hecho, los hombres decían: «Este es sin duda el Profeta que había de venir al mundo.» [15] Jesús se dio cuenta de que iban a tomarlo por la fuerza para proclamarlo rey, y nuevamente huyó al monte él solo. [16] Al llegar la noche, sus discípulos bajaron a la orilla [17] y, subiendo a una barca, cruzaron el lago rumbo a Cafarnaún. Habían visto caer la noche sin que Jesús se hubiera reunido con ellos, [18] y empezaban a formarse grandes olas debido al fuerte viento que soplaba. [19] Habían remado como unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y se llenaron de espanto. [20] Pero él les dijo: «Soy Yo, no tengan miedo.» [21] Quisieron subirlo a la barca, pero la barca se encontró en seguida en la orilla adonde se dirigían. [22] Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago se dio cuenta que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había subido con sus discípulos en la barca, sino que éstos se habían ido solos. [23] Mientras tanto algunas lanchas de Tiberíades habían atracado muy cerca del lugar donde todos habían comido el pan. [24] Al ver que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, la gente subió a las lanchas y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús. [25] Al encontrarlo al otro lado del lago, le preguntaron: «Rabbí (Maestro), ¿cómo has venido aquí?» [26] Jesús les contestó: «En verdad les digo: Ustedes me buscan, no porque han visto a través de los signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. [27] Trabajen, no por el alimento de un día, sino por el alimento que permanece y da vida eterna. Este se lo dará el Hijo del hombre; él ha sido marcado con el sello del Padre.»
EL PAN DE VIDA: CREER EN EL HIJO DE DIOS [28] Entonces le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios?» [29] Jesús respondió: «La obra de Dios es ésta: creer en aquel que Dios ha enviado.» [30] Le dijeron: «¿Qué puedes hacer? ¿Qué señal milagrosa haces tú, para que la veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? [31] Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, según dice la Escritura: Se les dio a comer pan del cielo.» [32] Jesús contestó: «En verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. [33] El pan que Dios da es Aquel que baja del cielo y que da vida al mundo.» [34] Ellos dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» [35] Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed. [36] Sin embargo, como ya les dije, ustedes se niegan a creer aun después de haber visto. [37] Todo lo que el Padre me ha dado vendrá a mí, y yo no rechazaré al que venga a mí, [38] porque yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. [39] Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. [40] Sí, ésta es la decisión de mi Padre: toda persona que al contemplar al Hijo crea en él, tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.» [41] Los judíos murmuraban porque Jesús había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo.» [42] Y decían: «Conocemos a su padre y a su madre, ¿no es cierto? El no es sino Jesús, el hijo de José. ¿Cómo puede decir que ha bajado del cielo?» [43] Jesús les contestó: «No murmuren entre ustedes. [44] Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió. Y yo lo resucitaré en el último día. [45] Está escrito en los Profetas: Serán todos enseñados por Dios, y es así como viene a mí toda persona que ha escuchado al Padre y ha recibido su enseñanza. [46] Pues, por supuesto que nadie ha visto al Padre: sólo Aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre. [47] En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna.
EL CUERPO DE CRISTO, PAN DE VIDA [48] Yo soy el pan de vida. [49] Sus antepasados comieron el maná en el desierto, pero murieron: [50] aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran. [51] Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo.» [52] Los judíos discutían entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer carne?» [53] Jesús les dijo: «En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. [54] El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. [55] Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. [56] El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. [57] Como el Padre, que es vida, me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí. [58] Este es el pan que ha bajado del cielo. Pero no como el de vuestros antepasados, que comieron y después murieron. El que coma este pan vivirá para siempre.
¿QUIEREN MARCHARSE TAMBIÉN USTEDES? [59] Así habló Jesús en Cafarnaún enseñando en la sinagoga. [60] Al escucharlo, cierto número de discípulos de Jesús dijeron: «¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo?» [61] Jesús se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: «¿Les desconcierta lo que he dicho? [62] ¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir al lugar donde estaba antes? [63] El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu, y son vida. [64] Pero hay entre ustedes algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a entregar. [65] Y agregó: «Como he dicho antes, nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» [66] A partir de entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirle. [67] Jesús preguntó a los Doce: «¿Quieren marcharse también ustedes?» [68] Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. [69] Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.» [70] Jesús les dijo: «¿No los elegí yo a ustedes, a los Doce? Y sin embargo uno de ustedes es un diablo.» [71] Jesús se refería a Judas Iscariote, hijo de Simón, pues era uno de los Doce y lo iba a traicionar.
[1] Ver Marcos 6,30.
[22] En las páginas que siguen, Juan desarrolla palabras que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaún. A lo mejor Jesús no dijo con tanta precisión en ese día lo que se refiere a la Eucaristía (vers. 48-58). Sin embargo, no podemos dudar de que Jesús se expresó en forma escandalosa para sus oyentes. Y ¿qué dijo, sino precisamente afirmar que debemos ir a él como a nuestro pan verdadero y recibir por medio de su persona la vida eterna que nos hace falta? En todo tiempo la mayor parte de la humanidad ha trabajado por su alimento, y su primera preocupación es asegurarlo para el mañana, porque si no come dejará de vivir. El hombre no tiene en sí mismo la vida (53), y debe sacar constantemente de lo exterior lo necesario para mantenerla. Pero a pesar de todo, algún día la vida se le escapa, porque no ha encontrado la comida que permanece (27).En realidad el hombre necesita mucho más que pan; al comer y beber busca algo que remedie su indigencia como criatura. Teniendo el alimento, multiplicará los objetos de su deseo sin conseguir algo que lo deje colmado, y tendremos que esperar la resurrección, pues es en la asamblea de Todos los Santos donde habrá paz y unidad total y perfecta. Esa será precisamente la Obra del Hijo del Hombre. El discurso empieza con una pregunta de los judíos: ¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios? Y Jesús responde: La obra de Dios es ésta: creer. El Padre no exige «obras», o sea, las prácticas de una ley religiosa, sino más bien la fe en su Hijo. En el capítulo anterior, Jesús afirmó que su obra consistía en resucitarnos. Aquí indica la obra nuestra: creer en el Enviado del Padre. La palabra clave del discurso es el pan. Por eso Juan la repite siete veces en cada sección de este capítulo. Y siete veces aparecerá la expresión: que ha bajado del cielo.
[28] Aquí viene la primera parte del discurso: Jesús se hace nuestro pan cuando creemos en él. En el pasado Dios había facilitado a los israelitas un alimento providencial, el maná, cuando les faltaba todo en el desierto. Pero si Dios se conforma con ser nuestro bienhechor y nosotros vamos a él en busca de favores, terminamos por fijarnos solamente en las cosas que Dios nos proporciona; casi no se las agradecemos, y luego nos volvemos a quejar. Y así pasó con los israelitas que, después de recibir el maná, se rebelaron contra Dios y murieron en el desierto. Es que las cosas, aunque vengan del cielo, no nos hacen mejores ni nos confieren la vida verdadera. Por eso ahora Dios propone algo nuevo. El pan que baja del cielo no es una cosa, sino Alguien. Ese pan verdadero nos comunica la vida eterna, pero para recibirlo se necesita dar un paso, o sea, creer en Cristo. Todo lo que el Padre me ha dado vendrá a mí (37). Sólo vendrán a Cristo los que el Padre conoce. En la misma Iglesia, que abarca a gente de toda clase, solamente aquellos a quienes el Padre concede esta gracia encontrarán los caminos de Cristo discutido y humilde. Cuando hayamos dicho todo lo que conviene decir sobre la importancia de los sacramentos o de las obras buenas, habrá que volver también a esta afirmación de Jesús: ninguna diligencia nuestra puede sustituir la elección del Padre que nos llama a conocer a su Hijo según la verdad. No es sino Jesús, el hijo de José (42). Los oyentes de Jesús son todos judíos que creen en Dios y en la Biblia. Pero una cosa es creer en los profetas del pasado, celebrados después de su muerte, y otra reconocer a esos enviados de Dios mientras viven y son discutidos, especialmente cuando el Enviado de Dios es un simple carpintero. Hoy todavía tendremos que superar las mismas dudas y escuchar a los enviados de Dios que nos enseñan una misión concreta en el mundo de hoy. Son muchos los que creen en la Biblia o en Cristo, y no quieren escuchar en la Iglesia las voces que llaman a la pobreza y al rechazo de los ídolos. No murmuren. La Biblia usa este mismo verbo murmurar en el Exodo; en el desierto, los israelitas desconfiaban de Dios y criticaban a cada momento las decisiones de Moisés (Ex 15,24; 16,2; 17,3).Serán todos enseñados por Dios (45). Unos textos de los profetas mostraban por qué camino se iba a superar la religión judía. Después de la alianza de Dios con Israel en el Sinaí, con sus leyes y sus ritos destinados a educar a este pueblo, debían abrirse tiempos nuevos en que Dios se comunicaría con cada uno de sus fieles, de la misma manera que había hecho con los grandes profetas (Is 54,13; Jer 31,34; Jl 3,1). Jesús recuerda estas promesas, pero añade una precisión. No se trata de que cada cual reciba revelaciones y luego pueda creer que todo lo ha escuchado de Dios, sino que recibimos del Padre una inclinación a buscarlo todo en Jesús. En Jesús, como en el perfecto espejo de Dios, descubrimos la voluntad del Padre sobre nosotros. Jesús es «la» Palabra de Dios; en él el Padre lo ha dicho todo, y las revelaciones más auténticas no pueden sino devolvernos a él.
LA COMUNION.
LOS SACRAMENTOS
[48] Segunda parte del discurso: Jesús se hace nuestro pan cuando comemos su carne en el sacramento de la Eucaristía. Esta «Cena del Señor» es la expresión más fuerte de nuestra unión con Dios en Cristo. ¿Cómo puede éste darnos a comer carne? Según los manuscritos más antiguos, Juan escribió "carne", y no "su carne", citando las mismas palabras de los israelitas que desconfiaban de Dios en el desierto (Núm 11,4 y 18). Pero Juan, al que le gusta jugar con las palabras, les da aquí un sentido diferente: ¿Cómo un enviado del cielo daría carne al mundo, si lo que necesitamos es lo espiritual? Jesús contestará en el versículo 63: eso de comer carne, que parece cosa muy terrenal, solamente se justifica porque esa carne es la de Cristo resucitado y transformado por el Espíritu, y por eso da vida (6.63).Mediante un gesto visible, el creyente participa de una realidad que no ve: entra en comunión de vida con Cristo resucitado. Acostumbramos a hablar de sacramento para designar estos gestos que figuran y contienen una realidad espiritual. En la Cena del Señor o misa, nuestra fe nos lleva a recibir como cuerpo y sangre de Cristo algo que todavía no parece ser más que pan y vino. Pero, con esto, Cristo resucitado se hace para nosotros alimento de vida. Jesús es el pan vivo, o sea, activo. Nuestro cuerpo transforma el pan y lo asimila, es decir, lo hace cosa suya: el pan no actúa. Cristo, por el contrario, actúa y, al comerlo, es él quien nos transforma, quien nos hace cosa suya: Quien me come tendrá de mí la vida. Carne y sangre. En la cultura hebraica, carne y sangre designan a todo el hombre en su condición natural. Jesús quiere que hagamos nuestro todo su ser humano en su condición humilde y mortal, y él nos comunica su divinidad. Es evidente que la comunión sólo capta todo su sentido si se hace bajo las dos especies de pan y de vino; y aun que habitualmente no se haga así por razones prácticas, sólo hay eucaristía si el celebrante por lo menos comulga bajo las dos especies. Una vez más Jesús va a «cumplir» lo que contenía la Antigua Alianza: cumplir, es decir, dar la realidad allí donde no había aún más que sombra. Entre los diversos sacrificios que se ofrecían en el Templo, estaban los llamados de comunión; los fieles comían durante un banquete una parte de la víctima. La comían «delante» de Dios ( Deut 12,18), uniéndose así a su Dios a quien estaba consagrada la mejor parte de la víctima. Jesús, el verdadero cordero (Jn 1,36), se ofrece en sacrificio por el pecado del mundo y así lleva a su cumplimiento todos los sacrificios por el pecado del Antiguo Testamento (Heb 10,5-6). Al hacer de su persona resucitada el alimento de su pueblo, realiza la unión perfecta del Nuevo Pueblo de Dios con su Padre. A pesar de todo, no nos dejamos fácilmente convencer, pues hemos comprobado que no basta comulgar para ser perfectos, y que no todos los que comulgan viven del Espíritu de Cristo. Por eso nos asombra la palabra de Jesús: el que come mi carne tiene la vida, quien no come... Pero el don de Dios, ya sea su palabra o el cuerpo de Cristo, es una semilla muy pequeña que se pierde en muchos casos, y que no da frutos más que en los que perseveran. Los sacramentos que recibimos hacen madurar en nosotros la vida de Dios, pero lo hacen actuando en lo más profundo de nuestro ser. Mientras tanto, nos fijamos solamente en que, a pesar de recibir los sacramentos, nos quedamos con muchos defectos, y no comprendemos que la verdadera transformación de nuestra persona es cosa que no se puede notar a simple vista.
[60] Este lenguaje es muy duro. ¿Cómo podrían creer los oyentes de Jesús que el «hijo de José» había venido de Dios? ¿Y cómo creeremos nosotros ahora que necesitamos la Eucaristía? Jesús entonces nos enseña en dos palabras el sentido de su venida: el Hijo de Dios ha bajado a nosotros para luego subir al lugar donde estaba antes. De Dios ha venido el que nos comunica la vida misma de Dios y que nos llevará de vuelta hasta el seno del Padre (Jn 14,12).Entendamos que nuestro mundo ha sido renovado por la resurección de Cristo. El Hijo de Dios ha subido al lugar donde estaba antes, revestido de su carne transfigurada por el Espíritu. El Hijo de Dios ha subido, revestido de nuestra humanidad: el primero de nuestra raza ha llegado hasta Dios. Cuando el Hijo del Hombre entró a la Gloria de su Padre, llevaba en sus hombros la creación entera que quería renovar y consagrar. A pesar de que, según las apariencias, la vida sigue igual que antes, otro mundo, que es el verdadero, se hizo presente. Ahora el Espíritu está actuando dentro de los gigantescos remolinos que agitan y revuelven la masa humana. Cristo va consagrando este mundo invisiblemente, o sea, va haciendo que la humanidad llegue a su madurez mediante un sinnúmero de crisis y de muertes que preparan una resurrección. Los oyentes de Jesús no podían comprender (6,61) el misterio del Hijo de Dios, que quiso humillarse y desprenderse de su gloria divina, llegando a ser hombre y muriendo como un esclavo (ver Jn 1,14 y Fil 2,6), para que luego el Padre lo hiciera subir al lugar donde estaba antes. Asimismo a nosotros nos cuesta creer en la obra divina que prosigue entre nosotros: esta humanidad tan irresponsable a la que Dios ama; esta Iglesia tan indigna, con la que Dios realiza sus designios; esta historia tan desesperante que, sin embargo, prepara el banquete del Reino. La carne no sirve para nada. Si Jesús habla de darnos su carne, esto no se debe entender como la continuación de la religión judía en que se comían carnes de animales sacrificados. Carne y sangre designan, en la cultura hebrea, ese mundo de abajo en que se mueven los hombres y que no puede captar el misterio de Dios. La eucaristía, en cambio, contiene el cuerpo, o la carne, de Cristo resucitado. Es realidad transformada por el Espíritu y que actúa en forma espiritual. Señor, ¿a quién iríamos? Mientras muchos seguidores de Jesús se alejan, Pedro expresa su fidelidad en nombre de los que se quedan, en términos muy parecidos a como figura en Mateo 16,13.
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