Lucas 7
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LA FE DE UN PAGANO [1] Cuando terminó de enseñar al pueblo con estas palabras, Jesús entró en Cafarnaún. [2] Había allí un capitán que tenía un sirviente muy enfermo al que quería mucho, y que estaba a punto de morir. [3] Habiendo oído hablar de Jesús, le envió algunos judíos importantes para rogarle que viniera y salvara a su siervo. [4] Llegaron donde Jesús y le rogaron insistentemente, diciéndole: «Este hombre se merece que le hagas este favor, [5] pues ama a nuestro pueblo y nos ha construido una sinagoga.» [6] Jesús se puso en camino con ellos. No estaban ya lejos de la casa, cuando el capitán envió a unos amigos para que le dijeran: «Señor, no te molestes, pues ¿quién soy yo, para que entres bajo mi techo? [7] Por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente donde ti. Basta que tú digas una palabra y mi sirviente se sanará. [8] Yo mismo, a pesar de que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y cuando le ordeno a uno: "Vete", va; y si le digo a otro: "Ven", viene; y si digo a mi sirviente: "Haz esto", lo hace.» [9] Al oír estas palabras, Jesús quedó admirado, y volviéndose hacia la gente que lo seguía, dijo: «Les aseguro, que ni siquiera en Israel he hallado una fe tan grande.» [10] Y cuando los enviados regresaron a casa, encontraron al sirviente totalmente restablecido.
JESÚS RESUCITA AL HIJO DE UNA VIUDA [11] Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naím, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas. [12] Cuando llegó a la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba. [13] Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.» [14] Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te lo mando, levántate.» [15] Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. [16] Un santo temor se apoderó de todos y alababan a Dios, diciendo: «Es un gran profeta el que nos ha llegado. Dios ha visitado a su pueblo.» [17] Lo mismo se rumoreaba de él en todo el país judío y en sus alrededores.
JESÚS RESPONDE A LOS ENVIADOS DE JUAN BAUTISTA [18] Los discípulos de Juan lo tenían informado de todo aquello. Llamó, pues, a dos de sus discípulos [19] y los envió a que preguntaran al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» [20] Los hombres, al llegar donde Jesús, dijeron: «Juan Bautista nos envía a preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» [21] En ese momento Jesús curó a varias personas afligidas de enfermedades, de achaques y de espíritus malignos y devolvió la vista a algunos ciegos. [22] Contestó, pues, a los mensajeros: «Vuelvan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos se despiertan, y una buena nueva llega a los pobres. [23] Y ¡dichoso aquél para quien yo no soy un motivo de escándalo!» [24] Los mensajeros se fueron, y Jesús empezó a hablar de Juan a la gente: «Cuando ustedes salieron al desierto, ¿qué iban a ver? ¿Una caña agitada por el viento? [25] ¿Qué iban a ver? ¿Un hombre con ropas finas? Pero los que visten ropas finas y tienen comida regia están en palacios. [26] Entonces, ¿qué fueron a ver? ¿Un profeta? Eso sí, y créanme, más que profeta. [27] Este es el hombre de quien la escritura dice: Ahora envío a mi mensajero delante de ti para que te preceda y te abra el camino. [28] Yo les digo que entre los hijos de mujer no hay ninguno más grande que Juan Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más que él. [29] Todo el pueblo escuchó a Juan, incluso los publicanos; confesaron sus faltas y recibieron su bautismo. [30] En cambio, los fariseos y los maestros de la Ley no pasaron por su bautismo, y con esto desoyeron el llamado que Dios les dirigía. [31] ¿Con quién puedo comparar a los hombres del tiempo presente? Son como niños sentados en la plaza, que se quejan unos de otros: [32] ''Les tocamos la flauta y no han bailado; les cantamos canciones tristes y no han querido llorar.'' [33] Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dijeron: [34] Está endemoniado. Luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe y dicen: Es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores. [35] Sin embargo, los hijos de la Sabiduría la reconocen en su manera de actuar.
» EL FARISEO Y LA MUJER PECADORA [36] Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se reclinó en el sofá para comer. [37] En aquel pueblo había una mujer conocida como una pecadora; al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, tomó un frasco de perfume, se colocó detrás de él, a sus pies, [38] y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de secarlos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el perfume. [39] Al ver esto el fariseo que lo había invitado, se dijo interiormente: «Si este hombre fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, conocería a la mujer y lo que vale.» [40] Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» Simón contestó: «Habla, Maestro.» Y Jesús le dijo: [41] «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta. [42] Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de los dos lo querrá más?» [43] Simón le contestó: «Pienso que aquel a quien le perdonó más.» Y Jesús le dijo: «Has juzgado bien.» [44] Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. [45] Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies de besos. [46] Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume sobre mis pies. [47] Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor.» [48] Jesús dijo después a la mujer: «Tus pecados te quedan perdonados». [49] Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: «¿Así que ahora pretende perdonar pecados?» [50] Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
[1] Este capitán del ejército extranjero había sabido ganarse el aprecio de los judíos. Lo grande no era que hubiera dado un aporte para la construcción de la Sinagoga, sino que los judíos lo hubieran aceptado de él. Ese hombre ciertamente era bueno, pero conocía demasiado bien los prejuicios de los judíos como para atreverse a presentar personalmente a ese Jesús del que todos hablaban. Pues, ¿hasta qué punto Jesús compartiría el orgullo de sus compatriotas? ¿Respondería al llamado de un militar romano? Por eso le envía a unos judíos amigos suyos. Luego se pone inquieto: ¿aceptará Jesús ir a la casa de un pagano y «mancharse con impuros»? (Mt 7,14). Entonces el capitán da otro paso: que Jesús no venga a su casa. Mientras otros exigían ser tocados por el Maestro porque tiene algún poder de curandero, éste, en cambio, ha comprendido que Jesús tiene el mismo poder de Dios y no es necesario que vaya hasta el enfermo; para Jesús no será más difícil dar una orden, aunque sea desde lejos, a la vida que se está acabando.
[11] Nadie ha atribuido jamás poder sobre la muerte a ningún hombre. Sólo Jesús puede vencer a la muerte, y ¡con qué sencillez lo hace! Jesús no conocía a ese joven más que a través de su madre, y por ella lo devolvió a la vida. Viuda y sin hijo: para la Biblia era el colmo de las desgracias (véase Ruth), y tal había de ser la suerte de María. La madre representa a la humanidad que lleva su condición dolorosa. «Sufrirás por tus hijos», así se le dijo después del primer pecado. La humanidad sólo puede acompañar a sus muertos; entierra llorando a sus jóvenes, pero lo hace, muchas veces, después de haberles quitado las razones de vivir.
LOS QUE DUDAN
[18] Jesús y Juan Bautista: La situación ha tenido un vuelco. Juan era considerado un gran profeta, mientras que Jesús comenzaba su camino sin tener todavía el mismo impacto (3,18-20). Pero ahora, en cambio, Juan está en prisión y Jesús tiene una aureola de curandero. ¿Tenía Juan sus dudas en la prisión? Nada es imposible, aunque les hubiera dicho a algunos que Jesús era su sucesor. Pero tal vez se debe interpretar la pregunta de Juan como una invitación insistente: Si tú eres el que debe venir, ¿por qué tantas demoras? Los discípulos de Juan presencian las curaciones; pero las curaciones no son todo y Jesús añade: una Buena Nueva llega a los pobres. Esta señal estaba escrita ya en el libro de Isaías (61,1).Los ciegos ven, los cojos andan... Los profetas ya anunciaban estas señales (Is 35,5) que eran realmente nuevas, pues en el pasado Dios se manifestaba habitualmente como poderoso salvador. Estas sanaciones significaban la liberación que Jesús les traía; no el castigo de los malos (que ocupaba un lugar destacado en la predicación de Juan Bautista), sino y ante todo una reconciliación apta para sanar a un mundo de pecadores, de violentos y de rencorosos. ¡Dichoso aquel para quien yo no soy un motivo de escándalo! (23). Y felices los que no dudan de la salvación de Cristo después de ver los frutos de la evangelización. Felices los que no dicen: este camino es demasiado lento. El Evangelio demuestra su fecundidad especialmente en su fuerza para levantar a las personas, devolviendo la esperanza a quienes han experimentado el pecado y la propia debilidad. Esto es lo que había que ver, y se tenía que haber comprendido que esto es lo importante. No importa que el mundo siga aparentemente entregado a las fuerzas del mal. La presencia de personas liberadas obliga a los otros a que se definan por el bien o por el mal, y es eso lo que hace madurar al mundo. Jesús responde así a los discípulos de Juan, preocupados por el triunfo de la causa de Dios. Tal vez la búsqueda de la justicia los había absorvido tanto que no pudieran reconocer, en la aparentemente muy discreta actuación de Jesús, el paso de la misericordia de Dios.
[24] Los mensajeros se fueron... La mayoría de los discípulos de Juan se quedaron con su maestro y no reconocieron a Jesús. El no los culpa, sino que elogia a Juan y toma posición respecto a él. Un profeta... y más que profeta (26). Jesús toma abiertamente posición a favor de Juan. Era fácil idealizar a los profetas del pasado, mientras que Juan era objeto de muchas críticas en los círculos rabínicos. Entre los hijos de mujer no hay ninguno más grande que Juan. El pueblo consideraba a Juan como el personaje más grande de su tiempo. Jesús está de acuerdo con ellos pero da a entender que su grandeza está en que a él mismo lo introdujo, y al Reino de Dios. El más pequeño en el Reino de Dios es más que él, en el sentido que los discípulos de Jesús entran en el Reino que Juan tan sólo anunciaba. A pesar de su santidad, Juan no se benefició del conocimiento de Dios que resplandecía en Jesús. En realidad Jesús quiere poner de relieve la superioridad de su misión respecto a la de Juan y no la superioridad de sus discípulos con relación a Juan. Juan decía que cada uno debía enderezar su vida. Jesús insiste en que todos nuestros esfuerzos no sirven hasta que no hayamos creído en el amor del Padre. Los discípulos de Juan ayunaban; los discípulos de Jesús sabrán perdonar. Juan atraía al desierto a los que lograban desprenderse de sus comodidades; Jesús vive entre los hombres y sana sus llagas. Pedían el bautismo de Juan, dispuestos a deponer sus vicios; el bautismo de Jesús, en cambio, comunica el Espíritu de Dios. Son como niños, sentados... (32). Todo lo hacen a destiempo: reprochan a Juan por su austeridad, y a Jesús por su falta de austeridad. No existe una manera "única" de servir a Dios, ni un "único" modelo de santidad, o un "único" estilo de vida cristiana. Dios actúa de mil maneras en la historia, estimulando en un momento determinado lo que más tarde o en un ambiente distinto rechazará. El ascetismo terrible de los eremitas del desierto o de los antiguos monjes irlandeses fue una riqueza para la cristiandad; un cristianismo con aspecto más humano no ha impedido sin embargo a muchos creyentes de seguir Jesús hasta la cruz. Jesús irá más lejos que Juan, pero tenía necesidad de él: el Evangelio es escuchado con gusto pero no es tomado en serio allí donde se ignora el arrepentimiento y el sacrificio. Tal vez la renovación de la fe entre nosotros esté aguardando a profetas y movimientos no oficialmente cristianos, que cuestionen una cultura y una sociedad que se han tornado estériles.
[36] El fariseo Simón tenía algunos principios religiosos claros y sencillos: el mundo se divide entre buenos y pecadores. Los buenos son los que cumplen la Ley y los pecadores son los que cometen faltas notorias. Dios ama a los buenos y no ama a los pecadores, sino que se aparta de ellos. Simón es bueno y se aparta de los pecadores. Jesús no se aparta de la pecadora, luego Jesús no se guía por el Espíritu de Dios. Simón era un Fariseo, y Fariseo quiere decir "separado". No lo condenemos: Toda una corriente de la Biblia invitaba a los justos a separarse de los pecadores, y se pensaba que la "impureza" de unos contaminaba necesariamente a los demás. Jesús demuestra que esa necesidad de segregarse, así como también el deseo de castigar a los pecadores, ignora tanto la sabiduría de Dios como la realidad del corazón humano. Dios sabe que el hombre necesita tiempo para probar el bien y el mal, y también para madurar su orientación definitiva. Nuestros errores no son la cosa más grave si, al final, logramos conocer mejor que somos malos y que sólo Dios nos hace falta. Por eso a él no le cuesta olvidar nuestros pecados y desórdenes, si, a pesar de ellos o por medio de ellos, llegamos al amor verdadero. Simón no había acogido a Jesús con las muestras de cordialidad usadas en ese tiempo. Luego se acostaron en los sofás, en torno a la mesa, según la costumbre de la gente acomodada, pero Jesús se aburría: ¿sobre qué podía conversar con este hombre respetable que creía conocer las cosas de Dios y que era incapaz de sentirlas? Y Jesús esperaba la llegada de la pecadora. Aquel a quien se le perdona poco (47). Esta no es una afirmación categórica válida para todos los casos. Ha habido muchos que amaron apasionadamente a Jesús y que no fueron grandes pecadores. Pero Jesús habla en forma irónica, dirigiéndose a un hombre muy «decente»: Simón, tú piensas que debes poco (y en esto te equivocas), y por eso amas poco. Sus pecados le quedan perdonados. Algunos ven aquí una contradicción con el v. 42, pues en ese versículo el gran amor es el fruto de un perdón más amplio; en cambio en el v. 47 el mucho amor consigue este perdón. Jesús no pretende definir cuál de los dos, el amor o el perdón, está primero, pues en realidad los dos van a la par. Jesús está oponiendo dos formas de relacionarse con Dios. La religión del fariseo es algo semejante a una contabilidad: Dios que lleva la cuenta de las faltas y de las obras buenas para luego premiar más al que más tiene en su haber. En cambio, para quien está en la verdad, solamente se fija en la calidad del amor y de la confianza, y habitualmente amamos en la medida en que tomamos conciencia de lo mucho que Dios nos ha perdonado. Tus pecados te quedan perdonados. Tratemos de comprender el escándalo que causaron tales palabras. En realidad, ¿a quién había amado la mujer sino a Jesús? ¿Y quién puede perdonar los pecados, sino Dios? A la distancia no es difícil tomar partido por Jesús en contra de Simón y de sus amigos, pero, en realidad, Jesús tenía en su contra todos los argumentos que esgrimen ordinariamente las personas religiosas. Desde los comienzos muchos se han preguntado sobre cuál sería la relación entre la «pecadora» de este párrafo, la María Magdalena del párrafo siguiente y la María de Betania que derramó perfume en los pies de Jesús durante un banquete en la casa de otro Simón (un gesto muy extraño), y también para que la criticaran. ¿Eran la misma persona, o dos o tres mujeres distintas? El Evangelio no permite tener claridad al respecto, tanto más que los evangelistas no dudaron en desplazar tal o cual palabra o conversación de Jesús para ponerlas en un contexto que conviniera más a su relato. Sea lo que fuere, lo cierto es que hay conexiones entre estos episodios diversos. El escándalo de las personas religiosas no consistió en que Jesús dejó que se le acercara una vez una pecadora, sino en que habitualmente lo rodearan mujeres que formaban parte del grupo de discípulos. Y justamente una de ellas, María de Magdala, no debió haber sido un modelo mientras tuvo a sus demonios (8,2).
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