Marcos 11

ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN (MT 21,1; LC 19,28; J 12,12)

[1] Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y de Betania, al pie del monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos [2] diciéndoles: «Vayan a ese pueblo que ven enfrente; apenas entren encontrarán un burro amarrado, que ningún hombre ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. [3] Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El Señor lo necesita, pero se lo va a devolver aquí mismo.» [4] Se fueron y encontraron en la calle al burro, amarrado delante de una puerta, y lo desataron. [5] Algunos de los que estaban allí les dijeron: «¿Por qué sueltan ese burro?» [6] Ellos les contestaron lo que les había dicho Jesús, y se lo permitieron. [7] Trajeron el burro a Jesús, le pusieron sus capas encima y Jesús montó en él. [8] Muchas personas extendían sus capas a lo largo del camino, mientras otras lo cubrían con ramas cortadas en el campo. [9] Y tanto los que iban delante como los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! [10] ¡Ahí viene el bendito reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» [11] Entró Jesús en Jerusalén y se fue al Templo. Observó todo a su alrededor, y siendo ya tarde, salió con los Doce para volver a Betania.

JESÚS MALDICE A LA HIGUERA (MT 21,18; LC 13,6)

[12] Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. [13] A lo lejos divisó una higuera llena de hojas, y fue a ver si encontraba algo en ella. Se acercó, pero no encontró más que hojas, pues todavía no era tiempo de higos. [14] Entonces Jesús dijo a la higuera: «¡Que nadie coma fruto de ti nunca jamás!» Y sus discípulos lo oyeron.

JESÚS EXPULSA DEL TEMPLO A LOS VENDEDORES (MT 21,10; LC 19,45; J 2,14) [15] Llegaron a Jerusalén, y Jesús fue al Templo. Comenzó a echar fuera a los que se dedicaban a vender y a comprar dentro del recinto mismo. Volcaba las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los vendedores de palomas, [16] y no permitía a nadie transportar cosas por el Templo. [17] Luego se puso a enseñar y les dijo: «¿No dice Dios en la Escritura: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? ¡Pero ustedes la han convertido en una guarida de ladrones!» [18] Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se enteraron de lo ocurrido y pensaron deshacerse de él; le tenían miedo al ver el impacto que su enseñanza producía sobre el pueblo. [19] Cada día salían de la ciudad al anochecer.

EL PODER DE LA FE (MT 21,20)

[20] Cuando pasaban de madrugada, los discípulos vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. [21] Pedro se acordó, y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.» [22] Jesús respondió: «Tengan fe en Dios. [23] Yo les aseguro que el que diga a este cerro: ¡Levántate de ahí y arrójate al mar!, si no duda en su corazón y cree que sucederá como dice, se le concederá. [24] Por eso les digo: todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán. [25] Y cuando se pongan de pie para orar, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, [26] para que su Padre del Cielo les perdone también a ustedes sus faltas.

» ¿CON QUÉ AUTORIDAD HACES ESTO? (MT 21,23; LC 20,1)

[27] Volvieron a Jerusalén, y mientras Jesús estaba caminando por el Templo, se le acercaron los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y las autoridades judías, [28] y le preguntaron: «¿Con qué derecho has actuado de esa forma? ¿Quién te ha autorizado a hacer lo que haces?» [29] Jesús les contestó: «Les voy a hacer yo a ustedes una sola pregunta, y si me contestan, les diré con qué derecho hago lo que hago. Háblenme [30] del bautismo de Juan. Este asunto ¿venía de Dios o era cosa de los hombres? [31] Ellos comentaron entre sí: «Si decimos que este asunto era obra de Dios, nos dirá: Entonces, ¿por qué no le creyeron?» [32] Pero tampoco podían decir delante del pueblo que era cosa de hombres, porque todos consideraban a Juan como un profeta. [33] Por eso respondieron a Jesús: «No lo sabemos.» Y Jesús les contestó: «Entonces tampoco yo les diré con qué autoridad hago estas cosas.»

[1] Ver el comentario de Mt 21,1.


EL SALVADOR

Jesús «sube» con la gente que va a celebrar la fiesta, de Jericó a Jerusalén. Muchos vienen de Galilea, la provincia de Jesús, y al verlo en el cortejo, piensan que va a hacerse proclamar como el Mesías. Hasta entonces Jesús se había negado a que lo proclamaran, pues la gente esperaba de su Mesías una liberación muy diferente de la que Jesús les traía. Pero en este momento, en que su misión está para llegar a su término, ha llegado para Jesús la hora de definirse públicamente. El es el Enviado de Dios y no habrá nadie más después de él. Jesús era el Enviado de Dios a todos los hombres, pero se presentó primero como el Salvador del pueblo judío. Y vino precisamente cuando este pueblo necesitaba ser salvado, porque las cosas andaban muy mal. Los profetas habían anunciado a ese rey pacífico que visitaría a su pueblo, no montado en un caballo como los militares de aquel tiempo, sino en un burro, como la gente que no llevaba armas (Za 9,9). Y por eso también el burro en que va Jesús viene a cumplir las Escrituras. Jerusalén era una ciudad grande. El entusiasmo de los galileos, si bien conmovió a la ciudad, no por eso la arrastró. Los judíos no pensaban que su salvador se presentaría en forma tan humilde. A lo largo de su historia, Dios los había salvado de la opresión, del hambre, de su propia irresponsabilidad por medio de líderes prestigiosos. Esta vez venía en persona a traerles el verdadero camino de la salvación, mediante el perdón y la no-violencia, pero no lo reconocieron. Y los mismos galileos que le hicieron una entrada triunfal esperando de él una decisión política, renegaron después de él.


[12] Ver el comentario de Mt 21,13.


EL TEMPLO

[15] El Templo de Jerusalén era para los judíos el único Templo del único Dios. En cada ciudad tenían sinagogas para reunirse, leer la Biblia y cantar los salmos, pero los sacerdotes ofrecían los animales sacrificados y celebraban el culto verdadero sólo en el Templo. Este era el lugar en que descansaba la presencia de Dios, y desde ahí protegía y santificaba la Ciudad Santa y a todo el pueblo judío. Un edificio de regular tamaño era el centro de todo el conjunto. En él entraban sólo los sacerdotes para ofrecer el incienso, mientras que la muchedumbre se agolpaba en los patios pavimentados que había alrededor. En esos patios se habían introducido los vendedores y cambistas que proporcionaban los animales y las aves para los sacrificios. Mientras Juan enfatiza el aspecto profético de la palabra de Jesús: «Destruyan ese Templo... (Jn 2,19), Marcos se fija en la «purificación del Templo». Pues tanto los vendedores establecidos en los patios, como la gente que se agitaba en torno a ellos, se interesaban muy poco por la oración de Israel. Los sacerdotes se habían acostumbrado a todo esto, y el jefe de los sacerdotes, Caifás, recibía buenas entradas con las autorizaciones que daba para vender en el Templo. Jesús no era sacerdote ni guardia del Templo. Pero ese Templo era la casa de su Padre. Por eso se hizo un látigo con cuerdas y los echó fuera a todos. Será llamada casa de oración para todas las naciones (17). Los hombres no saben vivir en presencia de Dios y, al mismo tiempo que se vuelven fanáticos para defender su religión, no se preocupan para deshacerse -y limpiar así sus templos- de todo lo que impide la oración verdadera. Eran precisamente los patios destinados a los extranjeros, los que ocupaban los vendedores. Limpiar el Templo significa para Jesús restituirle su verdadero sentido, haciendo que todos puedan tener allí un encuentro con Dios. Ver también comentario de Jn 2,14.


EL PODER DE LA FE

[20] Si no duda en su corazón, y cree que sucederá como dice (23). Ver lo mismo en Stgo 1,6. Jesús se refiere en forma más precisa a «la fe que hace milagros» (ver 1 Cor 13,2). Jesús no dice que esa fe será dada a todos y en todo momento. Se trata de un carisma o don de Dios, que concede a quien quiere (1 Cor 12,9). Es una seguridad interior de que Dios quiere realizar un milagro; con esta seguridad uno se atreve a actuar y a mandar en su nombre. Pero también la palabra de Jesús vale, en forma más amplia, para todas nuestras oraciones. Por supuesto que no pensaremos que Dios va a hacer cualquier milagro que le pidamos. Cuando un enfermo trata de convencerse de que va a sanar, puede ser que con esto la mejoría se haga más fácil, pero este ejercicio mental o esta esperanza no es necesariamente fe. Y si me sugestiono a mí mismo para persuadirme de que Dios me hará ganar el gordo de la lotería, él no tiene obligación de pensar que, siendo más rico, seré mejor. En realidad, el que quiere humildemente a Dios, comprende que Dios lo quiere levantar en sus apuros; por eso pide con fe, porque ya sabe que Dios le quiere dar. El que está apasionado por el Reino de Dios pide al Señor que su mano todopoderosa quite los obstáculos que se oponen a la extensión de ese Reino. Nos cuesta pedir cosas grandes o que se puedan comprobar, porque si Dios se niega a concedérnoslas, ¿cómo seguiremos confiando? Es muy hermoso no pedir a Dios más que «su gracia», pero muchos actúan así, no tanto por aprecio a la vida interior cuanto por miedo a no ver una respuesta concreta. ¿Quién se atrevería a pedir lluvia o sequía, como hizo Elías y como lo hacen hoy los pobres, a los que Dios escucha? Pero los que se juegan totalmente por el Evangelio se atreven a pedir a Dios cosas imposibles, obedeciendo las sugerencias muy discretas del Espíritu de Dios. Crean que ya lo han recibido (24). Jesús nos invita a pedir con fe y perseverancia hasta conseguir de Dios la certeza de que nuestra oración ha sido escuchada, o al revés, la seguridad de que lo que pedíamos no era lo bueno o no era la voluntad de Dios.


LOS SACERDOTES OPORTUNISTAS

[27] Jesús no pidió ninguna autorización para enseñar en el Templo, como tampoco para echar fuera a los vendedores. Actuó con la libertad de un profeta. Siendo los sacerdotes los encargados de mantener la fe auténtica, era normal que interrogaran a Jesús para reconocer si era verdadero profeta o no. Pero, ¿se preocupaban realmente por la verdad? ¿Estaban dispuestos a reconocer que Jesús venía de Dios? Aparentemente no pensaban más que en defender el orden que les convenía y, antes de escuchar a Jesús, ya lo tenían como un elemento subversivo. Por eso Jesús les hace la pregunta referente a Juan Bautista. Como la predicación de Juan había sido el acontecimiento más importante de los últimos años, los sacerdotes debían también pronunciarse respecto de él. Pero no lo habían hecho ni estaban dispuestos a definirse. ¿Cómo podrían pedir cuentas a Jesús, si se averiguaba que hablaban sólo cuando les convenía? Jesús obedece, pero pide a los responsables religiosos de todos los tiempos que se pregunten si cumplen los requisitos para que el pueblo respete sus declaraciones y sus denuncias.

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