Mateo 13
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LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR (MC 4,1; LC 8,4; 10,23; 13,26)
[1] Ese día Jesús salió de casa y fue a sentarse a orillas del lago. [2] Pero la gente vino a él en tal cantidad, que subió a una barca y se sentó en ella, mientras toda la gente se quedó en la orilla. [3] Jesús les habló de muchas cosas, usando comparaciones o parábolas. Les decía: «El sembrador salió a sembrar. [4] Y mientras sembraba, unos granos cayeron a lo largo del camino: vinieron las aves y se los comieron. [5] Otros cayeron en terreno pedregoso, con muy poca tierra, y brotaron en seguida, pues no había profundidad. [6] Pero apenas salió el sol, los quemó y, por falta de raíces, se secaron. [7] Otros cayeron en medio de cardos: éstos crecieron y los ahogaron. [8] Otros granos, finalmente, cayeron en buena tierra y produjeron cosecha, unos el ciento, otros el sesenta y otros el treinta por uno. [9] El que tenga oídos, que escuche.» [10] Los discípulos se acercaron y preguntaron a Jesús: «¿Por qué les hablas en parábolas?» [11] Jesús les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos, no. [12] Porque al que tiene se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. [13] Por eso les hablo en parábolas, porque miran, y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden. [14] En ellos se verifica la profecía de Isaías: Por más que oigan, no entenderán, y por más que miren, no verán. [15] Este es un pueblo de conciencia endurecida. Sus oídos no saben escuchar, sus ojos están cerrados. No quieren ver con sus ojos, ni oír con sus oídos y comprender con su corazón. Pero con eso habría conversión y yo los sanaría. [16] ¡Dichosos los ojos de ustedes, que ven!; ¡dichosos los oídos de ustedes, que oyen! [17] Yo se lo digo: muchos profetas y muchas personas santas ansiaron ver lo que ustedes están viendo, y no lo vieron; desearon oír lo que ustedes están oyendo, y no lo oyeron. [18] Escuchen ahora la parábola del sembrador: [19] Cuando uno oye la palabra del Reino y no la interioriza, viene el Maligno y le arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Ahí tienen lo que cayó a lo largo del camino. [20] La semilla que cayó en terreno pedregoso, es aquel que oye la Palabra y en seguida la recibe con alegría. [21] En él, sin embargo, no hay raíces, y no dura más que una temporada. Apenas sobreviene alguna contrariedad o persecución por causa de la Palabra, inmediatamente se viene abajo. [22] La semilla que cayó entre cardos, es aquel que oye la Palabra, pero luego las preocupaciones de esta vida y los encantos de las riquezas ahogan esta palabra, y al final no produce fruto. [23] La semilla que cayó en tierra buena, es aquel que oye la Palabra y la comprende. Este ciertamente dará fruto y producirá cien, sesenta o treinta veces más.
» EL TRIGO Y LA HIERBA MALA [24] Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos. Un hombre sembró buena semilla en su campo, [25] pero mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo, sembró malas hierbas en medio del trigo, y se fue. [26] Cuando el trigo creció y empezó a echar espigas, apareció también la maleza. [27] Entonces los trabajadores fueron a decirle al patrón: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, viene esa maleza?» [28] Respondió el patrón: «Eso es obra de un enemigo.» Los obreros le preguntaron: «¿Quieres que arranquemos la maleza?» [29] «No, dijo el patrón, pues al quitar la maleza, podrían arrancar también el trigo. [30] Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero las malas hierbas, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas.
» EL GRANO DE MOSTAZA (MC 4,30; LC 13,18) [31] Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos: el grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. [32] Es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece, se hace más grande que las plantas de huerto. Es como un árbol, de modo que las aves vienen a posarse en sus ramas.» [33] Jesús les contó otra parábola: «Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: la levadura que toma una mujer y la introduce en tres medidas de harina. Al final, toda la masa fermenta.» [34] Todo esto lo contó Jesús al pueblo en parábolas. No les decía nada sin usar parábolas, [35] de manera que se cumplía lo dicho por el Profeta: Hablaré en parábolas, daré a conocer cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. [36] Después Jesús despidió a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de las malas hierbas sembradas en el campo.» [37] Jesús les dijo: «El que siembra la semilla buena es el Hijo del Hombre. [38] El campo es el mundo. La buena semilla es la gente del Reino. La maleza es la gente del Maligno. [39] El enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. [40] Vean cómo se recoge la maleza y se quema: así sucederá al fin del mundo. [41] El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles; éstos recogerán de su Reino todos los escándalos y también los que obraban el mal, [42] y los arrojarán en el horno ardiente. Allí no habrá más que llanto y rechinar de dientes. [43] Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Quien tenga oídos, que entienda.
EL TESORO, LA PERLA Y LA RED [44] El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre, lo vuelve a esconder; su alegría es tal, que va a vender todo lo que tiene y compra ese campo. [45] Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: un comerciante que busca perlas finas. [46] Si llega a sus manos una perla de gran valor, se va, vende cuanto tiene, y la compra. [47] Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: una red que se ha echado al mar y que recoge peces de todas clases. [48] Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla, se sientan, escogen los peces buenos y los echan en canastos, y tiran los que no sirven. [49] Así pasará al final de los tiempos: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los buenos, [50] y los arrojarán al horno ardiente. Allí será el llorar y el rechinar de dientes.» [51] Preguntó Jesús: «¿Han entendido ustedes todas estas cosas?» Ellos le respondieron: «Sí.» [52] Entonces Jesús dijo: «Está bien: cuando un maestro en religión ha sido instruido sobre el Reino de los Cielos, se parece a un padre de familia que siempre saca de sus armarios cosas nuevas y viejas.» [53] Cuando Jesús terminó de decir estas parábolas, se fue de allí. [54] Un día se fue a su pueblo y enseñó a la gente en su sinagoga. Todos quedaban maravillados y se preguntaban: «¿De dónde le viene esa sabiduría? ¿Y de dónde esos milagros? [55] ¿No es éste el hijo del carpintero? ¡Pero si su madre es María, y sus hermanos son Santiago, y José, y Simón, y Judas! [56] Sus hermanas también están todas entre nosotros, ¿no es cierto? ¿De dónde, entonces, le viene todo eso?» Ellos se escandalizaban y no lo reconocían. [57] Entonces Jesús les dijo: «Si hay un lugar donde un profeta es despreciado, es en su patria y en su propia familia.» [58] Y como no creían en él, no hizo allí muchos milagros.
[1] Aquí comienza el tercer "discurso de Jesús" en el Evangelio de Mateo (véase la Introducción). Jesús ha hecho proclamar por medio de sus apóstoles la venida del Reino; se han visto sus primeras señales: curaciones y victorias sobre los demonios, pero tampoco han estado ausentes las oposiciones y da la impresión de que el conjunto del pueblo no se abre. ¿Qué pensar de ese "Reino de Dios" que cambia tan poco la realidad que vivimos? Mateo entrega una respuesta en las siete parábolas siguientes.-Jesús hablaba por medio de comparaciones, usando la manera concreta de expresarse de los campesinos y de los trabajadores manuales. Proverbios y parábolas siempre han sido el gran medio de transmitir la sabiduría. Pero no cualquier comparación es una parábola, sino aquella que hace tomar conciencia de su situación al que escucha, y lo obliga a definirse. Para los auditores de Jesús el Reino de Dios significaba en primer lugar una liberación de su pueblo oprimido y querían que sobre eso se pronunciara claramente. Pero Jesús, por su parte, sólo podía dar una respuesta a sus seguidores; pues el Reino forma parte de esas cosas que brotan a través del mundo, que fermentan infaliblemente pero que no se pueden ver mientras no se crea en ellas. Jesús se referirá a él sólo a través de imágenes, y nosotros las entenderemos en la medida en que tengamos ya alguna experiencia de él. Para esta parábola del Sembrador, que señala las grandes líneas de este capítulo, véase el comentario de Mc 4,1 y Lc 8,4.Jesús es el Sembrador, y como el sembrador vive para el futuro. Jesús se ha lanzado a una empresa desesperada: salvar a su pueblo cuando aparentemente nadie es ya capaz de frenar la ola de violencia que está subiendo en ese pueblo fanático y oprimido. Y no cuenta más que con la fuerza de la Palabra proclamada y puesta en práctica para revertir la corriente de la historia. Habrá sin duda una buena parte de fracaso, pero también habrá que cosechar, con tal que el grano acepte morir en la tierra.
[11] A ustedes se les ha permitido conocer los misterios del Reino. A ustedes que tomaron en serio el llamado de Jesús y se decidieron a seguirlo. Y porque han pasado a ser los cooperadores de Cristo, el Padre les revelará sus secretos. Las palabras de Isaías que aquí se recuerdan pueden sorprendernos porque conocemos la forma hebraica de expresarse: ver al respecto el comentario de Mc 4,11. ¿Acaso Jesús habla en parábolas porque los oyentes no quieren comprender, o para que no comprendan? Tal vez lo uno y lo otro al mismo tiempo (comparar v.13 y 15).Al que tiene se le dará más. El verbo «tener» aquí significa producir, como el árbol que tiene frutos. Es decir, que se dará al que hace fructificar los dones de Dios. El Reino de los Cielos. Ya dijimos que la expresión los Cielos era un modismo propio de los judíos para designar a Dios. El Reino de los Cielos es el Reino de Dios, lo mismo que el Padre de los Cielos es el Padre-Dios. Por no conocer este uso, muchos se han equivocado, pensando que el Evangelio solamente hablaba del Reino de Dios en el Cielo, después de la presente vida. En realidad Jesús proclamaba que Dios había empezado a reinar entre nosotros. ¿Reino de Dios, o Reinado de Dios? Ver el comentario en Lc 8,10.
[18] Quién acogerá la palabra de Dios? Esto no es cuestión de inteligencia o de capacidad para reflexionar o de interés por las cosas religiosas: la reciben los que están abiertos a la esperanza. A los que están a lo largo del camino no les interesa la palabra que les llegó, sea porque no ven más allá de sus intereses (son personas egoístas o de poca visión), sea porque ya han orientado su vida por otro camino. En seguida encontramos a los que no saben enfrentar la contradicción y se desaniman o se acobardan: inmediatamente se vienen abajo. Esperar es mantenerse firme a pesar de los obstáculos. La esperanza es perseverancia y valentía. Luego vienen los que se sembraron entre espinos. Estos creen, pero no se sienten satisfechos con los frutos que se rebuscan en el camino difícil. Quieren «salvar su vida», y sirven a la vez a Dios y al Dinero. La búsqueda del éxito material los tiene amarrados y, en ellos, la esperanza del Reino no es más que un deseo impotente.
[24] Con la parábola de la maleza, Jesús responde a los que se escandalizan al ver el mal presente en todas partes. Hasta el fin del mundo los buenos y los malos estarán mezclados; lo bueno y lo malo estará mezclado en las personas y en las instituciones. Dios respeta a los hombres; sabe que el mal es a menudo más fuerte que sus buenas intenciones. Sabe que necesitan tiempo para afirmarse en el bien. Dios es paciente: la reconciliación de los grupos y de las fuerzas tan diversas que guían al mundo se conseguirá solamente al final de la historia. Mientras tanto, no nos corresponde decidir tajantemente que éstos o aquellos no sirven para nada. Jesús comentó esta parábola: vers. 36 y ss. La levadura que toma una mujer y la introduce... El Evangelio dice más bien entierra o esconde (como en 13,44). Es necesario enterrar y esconder largo tiempo la semilla del Reino para que pueda dar fruto. Y, al revés, poco se puede confiar de lo que sale al aire rápidamente.
LA IGLESIA DE JESUS
Con la parábola del grano de mostaza, Jesús nos muestra que el Reino de Dios debe ser una señal: se desarrollará de tal manera que nadie en el mundo podrá ignorarlo. Una corriente espiritual, lo mismo que una aspiración cultural o un movimiento revolucionario, necesita concretizarse en una o varias instituciones que le dan «cuerpo», o sea, una existencia más clara, más visible, más eficaz. Asimismo Jesús proyecta su Iglesia como portadora (pero no propietaria exclusiva) del Reino de Dios. Iglesia significa: Asamblea de los que han sido convocados. Aquí se indican dos características de esta Iglesia:- por una parte será algo bien visible en el mundo, como el árbol que cobija a los pájaros;- por otra se mezclará íntimamente con la masa humana, sin que los creyentes se aparten de los que no creen. Pues ellos son la levadura del mundo. Jesús no se conforma con una «Iglesia invisible», o sea, una fraternidad sentimental y una comunión espiritual de todos aquellos que por todas partes del mundo creen en él. Se necesita un árbol grande (en otro lugar Jesús dice: una ciudad edificada en una cumbre), en que todos reconozcan que la semilla era buena y llena de vida. Se necesitan comunidades cristianas organizadas, lazos entre estas comunidades, una jerarquía... Pero también es necesario que los creyentes no se encierren en sus capillas, que no dediquen toda su atención a las actividades propias de su Iglesia, sino que sean útiles en el mundo junto con todos los demás hombres de buena voluntad. Deben ser levadura en la masa, y no una masa aparte que quisiera ser más refinada que la otra. La levadura transforma la historia humana, no con traer a todos a la iglesia, sino comunicando a todas las actividades humanas el espíritu que da vida.
[34] No les decía nada sin usar parábolas. Al leer Mt. 13,12, pareciera que Jesús hablaba con parábolas para ocultar su enseñanza. Pero aquí se nos da otra parte de la verdad: Jesús habla con parábolas porque éste es el medio más apto para dar una enseñanza que perdure a lo largo de la historia. Hablaré en parábolas. Estas son las primeras palabras del salmo 78, modificadas y adaptadas por el evangelista. Quiere decirnos que Jesús, al enseñarnos los secretos del Reino de Dios, contesta los interrogantes más esenciales de la humanidad. Desde los comienzos de la civilización el hombre está abocado a problemas y desafíos que no puede solucionar o superar con los recursos de su propia sabiduría, y Jesús le da la clave de sus contradicciones. La ciencia conoce todos o casi todos los elementos de nuestro destino. Pero todavía nos queda por descubrir quiénes somos. Las respuestas de Jesús no se presentan como una teoría y por eso desconciertan a los pequeños intelectuales acostumbrados al lenguaje de los libros. Pero nos ofrecen algo mucho más rico a través de esas figuras o enigmas que exigen de nosotros una comprensión más activa y a las cuales debemos volver. Cada uno deberá profundizarlas a lo largo de su vida y a lo largo de la historia. Sólo con el tiempo llegaremos a descubrir todo su sentido. El campo es el mundo. Esta parábola no se refiere a lo que pasa en cada uno de nosotros, o dentro de la Iglesia, como ocurre con la red (13,47). Nos invita a mirar cómo el Reino de Dios va madurando a través de toda la historia humana: Historia Sagrada no es solamente la historia antigua del país de Jesús, sino toda la historia humana de la que Cristo es el Señor. Así sucederá al fin del mundo. Jesús nos habla de un juicio... La espera de un juicio de Dios sobre el mundo era un elemento esencial de la predicación de los profetas. No debemos ver en ello únicamente un deseo de venganza de parte de las personas honradas que han sufrido el mal. El saber con certeza que nuestra vida va a ser juzgada por el que ve el fondo de los corazones, es una de las bases de la visión cristiana de la existencia. Comprendemos así el carácter trágico de las decisiones que tomamos día tras día y que van trazando como un camino hacia la verdad o un rechazo de la luz. Esta certeza choca a muchos de nuestros contemporáneos, así como en el pasado asustaba a la mayoría de los hombres. Por eso se han refugiado tan a menudo en las teorías de la metempsicosis, es decir, de una serie de existencias: los pecados de la vida presente se pueden reparar en la siguiente. Se pone en duda la importancia de las elecciones que hacemos y desaparece el sentido del pecado junto con el de la presencia de Dios. Pronto se llega a dudar del valor único de nuestra vida y del valor único de la persona humana. Pero junto con reafirmar el juicio, esta breve parábola contiene un elemento muy revolucionario: el juicio es un secreto de Dios, y hasta el fin del mundo, el bien y el mal estarán mezclados en cada uno de nosotros y también en las instituciones. Cuando leemos la Biblia, nos imparta tal vez ver cómo, no sólo en el Antiguo Testamento sino aún en el Nuevo, se divide siempre el mundo en buenos y malos. Y nos parece que esto no debe ser, pues el interior del hombre es un misterio. No existe un grupo de buenos (que seríamos nosotros, por supuesto, los que creen en Dios y los que observan la misma moral que nosotros...) y otro de malos. ¿Por qué entonces Jesús divide así a los hombres? Respondamos inmediatamente diciendo que Jesús hablaba como lo hacían los profetas. Hablar de buenos y malos era una manera sencilla, adaptada a la mentalidad de pueblos menos evolucionados que nosotros, para mostrar que cada uno de nosotros, en cualquiera de sus actos, da un paso en una de las dos direcciones opuestas. Durante siglos los hombres se han sentido interpretados por esta manera de hablar; incluso para nosotros es convincente y pedagógica en muchos momentos. Pero es muy importante observar aquí que Jesús no se deja engañar por las imágenes; para la mayoría de nosotros la separación aún no se ha hecho, aunque hayamos dado pasos decisivos después de una o más conversiones. Los trabajadores representan a los creyentes, pero de un modo muy especial a los «responsables» de la Iglesia. Su celo en reprimir a los que consideran extraviados, para preservar así lo que para ellos es bueno, está tal vez viciado desde adentro. ¿Querrían acabar con todos los errores? Pero en realidad no creen más que en la fuerza o en la autoridad. Si los «maestros» de la fe no dejaran que los fieles tengan la posibilidad de pensar y de equivocarse, la Iglesia estaría condenada a muerte. Dios prefiere que las cosas se aclaren por sí solas y quiere que los hombres vivan su propia experiencia. El mal forma parte del misterio de la cruz: al hacer el bien y al vivir en la luz, venceremos al mal (Rom 12,21).
[44] Las parábolas del tesoro y de la perla nos invitan a que no dejemos pasar la ocasión cuando el Reino viene a nosotros. Muchos han buscado durante años la palabra, o la persona, o la esperanza que daría un nuevo sentido a su vida. Y un día les sale al encuentro. A veces el hallazgo fue modesto: una palabra de perdón, un gesto de amistad verdadera, el primer compromiso que nos ofrecieron y que nosotros tomamos. Pero comprendimos al instante que éste era el encuentro con lo que realmente vale, y entramos alegres al Reino. Pero, dice la parábola: lo vuelve a esconder. Habitualmente Dios es el que vuelve a esconder este tesoro que nos mostró una primera vez y deja que trabajemos y perseveremos largos años para hacerlo nuestro. Va a vender todo lo que tiene. Habrá que despojarse de costumbres y diversiones que ocupaban nuestra vida sin llenarla. Y cuando caiga sobre nosotros la noche y el viento frío de las pruebas, no se deberá olvidar el tesoro que encontramos hasta que volvamos a tenerlo. El filósofo Platón dijo: Es de noche cuando es hermoso creer en la luz.
EL MAL EN LA IGLESIA
[47] La Iglesia ha dado el Reino a los que entraron en ella, pero nadie está seguro de que no lo perderá. Al hablarnos de una red, Jesús nos recuerda que la Iglesia está hecha para la misión («pescadores de hombres»), aún a sabiendas de que muchos entran y no perseveran. No por el hecho de encerrarse en sí misma la Iglesia estará más segura de tener sólo buenos. ¡Cómo nos gustaría una comunidad perfecta, integrada por hombres irreprochables, en la que todos hubieran descubierto el don de Dios! Pero Cristo no lo quiso así, ni ésta es la manera como su Iglesia salva al mundo.
EL INFIERNO
Los arrojarán al horno ardiente (50). Esta afirmación, que ya leíamos al final de la parábola de la maleza, no hace más que confirmar lo que dice toda la Biblia: nuestra vida desemboca en un juicio y en una opción definitiva. Llegará el momento en que nuestras decisiones serán irrevocables. La plenitud de la vida ofrecida a los que están «en Dios», tendrá como contrapartida la suerte desesperada de los que porfían en rechazar la vida. La Iglesia ha hablado siempre, según los términos de la Biblia, de un infierno eterno. También reconoció hacia el siglo doce la palabra «purgatorio», para designar la purificación dolorosa que conocerán después de su muerte todos los que se salven, a menos que hayan probado en esta tierra la quemadura terrible del puro amor de Dios. La afirmación del purgatorio choca a los que no han tenido la experiencia de la santidad divina, la que nunca se aproxima sin quemar todo lo que nos pertenece; ¿hemos realmente sopesado lo que exige de nosotros «llegar a ser Dios en Dios»?El infierno no es menos impactante. Sabemos muy bien que el fuego no es más que una figura y que no debemos ver en ello una venganza de Dios; si los condenados al infierno lo son para siempre, es porque no pueden ni quieren renunciar a esa soledad desgarradora en que se han encerrado por sí mismos. Esta es para ellos tanto su gozo como su suplicio. En nuestros tiempos, sin embargo, muchas personas ya no soportan la idea de una pena sin fin, e inmediatamente echan mano a argumentos filosóficos para apoyar su sentir. Es verdad que Jesús hablaba con el lenguaje de su tiempo y no el nuestro; esa división del mundo entre buenos y malos está inscrita en toda su cultura. Pero también es totalmente cierto que Jesús tenía el conocimiento profundo y verdadero de Dios y del hombre; si hubiera visto en ese «castigo» algo contrario a la bondad infinita de Dios, lo habría dicho sin preocuparse del escándalo. Y si habló como lo hizo, fue porque el amor infinito de Dios no nos quita la libertad de apartarnos de él y de desafiarlo. Es digno de notar que Jesús no habla de condenación sólo para algunos crímenes horribles: condenación o salvación son una opción para todos. Pero debemos considerar también que no habla según nuestras categorías del infierno o del purgatorio: la «gehenna» (Mt 5,22; 10,28) o el fuego (Mc 9,34) son figuras imprecisas que posiblemente cubren a la vez todo lo que entendemos con las palabras purgatorio e infierno. En varios lugares se dice que el «fuego del infierno» es «eterno» (Mc 9,22; Mt 18,8; Mt 25,41), pero esa palabra no tenía entonces el sentido preciso que le damos; podría tal vez entenderse de algo que está más allá de nuestra experiencia del tiempo. Podemos pues plantearnos preguntas, a pesar de que el sentido de la frase parece bien claro. Pero debemos también considerar dos cosas: En primer lugar, hablar de lo que Dios debe o no debe hacer, es como enseñarle la justicia. Pero si la justicia no es más que algo del misterio de Dios. ¿Y qué sabemos de él? En seguida, tendremos que responder a esta pregunta: Si Jesús quería decir que algunos van a una desgracia que no tendrá fin, ¿cómo tenía que decirlo para que no diéramos vuelta a sus palabras? El misterio sigue pues tal cual. Pero si hemos comprendido a qué nos invita Dios -y esto por una eternidad, en el sentido más estricto del término- y que la vida es única, y que es en esta tierra donde terminaremos de dar a luz nuestra eternidad, ¿habría palabras demasiado fuertes para el que lo ha perdido todo?
[51] Jesús habla del discípulo que ha pasado a ser maestro de la Ley, es decir que es capaz de instruir a los demás. Este, al meditar constantemente las parábolas de Jesús, sacará de ellas enseñanzas siempre nuevas y adaptadas a nuevas circunstancias. Y al mismo tiempo verá que su experiencia se ajusta a la anterior experiencia de la Iglesia.
[53] Comparar con Lc 4,14. Ver comentario de Mc 3,31.
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