Mateo 23
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NO IMITEN A LOS MAESTROS DE LA LEY (LC 20,45; MC 12,38)
[1] Entonces Jesús habló tanto para el pueblo como para sus discípulos: [2] «Los maestros de la Ley y los fariseos han ocupado el puesto que dejó Moisés. [3] Hagan y cumplan todo lo que ellos dicen, pero no los imiten, porque ellos enseñan y no practican. [4] Preparan pesadas cargas, muy difíciles de llevar, y las echan sobre las espaldas de la gente, pero ellos ni siquiera levantan un dedo para moverlas. [5] Todo lo hacen para ser vistos por los hombres. Miren esas largas citas de la Ley que llevan en la frente, y los largos flecos de su manto. [6] Les gusta ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos reservados en las sinagogas. [7] Les agrada que los saluden en las plazas y que la gente los llame Maestro. [8] Lo que es ustedes, no se dejen llamar Maestro, porque no tienen más que un Maestro, y todos ustedes son hermanos. [9] No llamen Padre a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, el que está en el Cielo. [10] Tampoco se dejen ustedes llamar Guía, porque ustedes no tienen más Guía que Cristo. [11] El más grande entre ustedes se hará el servidor de todos. [12] Porque el que se pone por encima, será humillado, y el que se rebaja, será puesto en alto.
SIETE MALDICIONES CONTRA LOS FARISEOS (LC 11,39)
[13] Por lo tanto, ¡ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes cierran a la gente el Reino de los Cielos. No entran ustedes, ni dejan entrar a los que querrían hacerlo. [14] ¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! [15] Ustedes recorren mar y tierra para ganar un pagano, y cuando se ha convertido, lo transforman en un hijo del demonio, mucho peor que ustedes. [16] ¡Ay de ustedes, que son guías ciegos! Ustedes dicen: Jurar por el Templo no obliga, pero jurar por el tesoro del Templo, sí. [17] ¡Torpes y ciegos! ¿Qué vale más, el oro mismo, o el Templo que hace del oro una cosa sagrada? [18] Ustedes dicen: Si alguno jura por el altar, no queda obligado; pero si jura por las ofrendas puestas sobre el altar, queda obligado. ¡Ciegos! [19] ¿Qué vale más, lo que se ofrece sobre el altar, o el altar que hace santa la ofrenda? [20] El que jura por el altar, jura por el altar y por lo que se pone sobre él. [21] El que jura por el Templo, jura por él y por Dios que habita en el Templo. [22] El que jura por el Cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él. [23] ¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes pagan el diezmo hasta sobre la menta, el anís y el comino, pero no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe. Ahí está lo que ustedes debían poner por obra, sin descartar lo otro. [24] ¡Guías ciegos! Ustedes cuelan un mosquito, pero se tragan un camello. [25] ¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes purifican el exterior del plato y de la copa, después que la llenaron de robos y violencias. [26] ¡Fariseo ciego! Purifica primero lo que está dentro, y después purificarás también el exterior. [27] ¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes son como sepulcros bien pintados, que se ven maravillosos, pero que por dentro están llenos de huesos y de toda clase de podredumbre. [28] Ustedes también aparentan como que fueran personas muy correctas, pero en su interior están llenos de falsedad y de maldad. [29] ¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes construyen sepulcros para los profetas y adornan los monumentos de los hombres santos. [30] También dicen: Si nosotros hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos consentido que mataran a los profetas. [31] Así ustedes se proclaman hijos de quienes asesinaron a los profetas. [32] ¡Terminen, pues, de hacer lo que sus padres comenzaron! [33] ¡Serpientes, raza de víboras!, ¿cómo lograrán escapar de la condenación del infierno? [34] Desde ahora les voy a enviar profetas, sabios y maestros, pero ustedes los degollarán y crucificarán, y a otros los azotarán en las sinagogas o los perseguirán de una ciudad a otra. [35] Al final recaerá sobre ustedes toda la sangre inocente que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al que ustedes mataron ante el altar, dentro del Templo. [36] En verdad les digo: esta generación pagará por todo eso. [37] ¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Qué bien matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, y tú no has querido! [38] Por eso se van a quedar ustedes con su templo vacío. [39] Y les digo que ya no me volverán a ver hasta que digan: ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor!»
[1] Aquí comienza el quinto discurso del Evangelio de Mateo. Estamos a pocos días de la partida de Jesús de este mundo, y Mateo pone en esta ocasión palabras y parábolas de Jesús que esclarecen la actitud que deberán adoptar sus discípulos frente a los nuevos tiempos que se avecinan para ellos. Apenas nacida, la Iglesia deberá hacer frente a la poderosa oposición de las instituciones y partidos judíos, sobre todo a la de los fariseos. Deberá seguir entonces su propio camino y separarse de las comunidades judías. Es el fondo del capítulo 23. El capítulo 24 declara que Dios va a confirmar esta separación con la ruina de la nación judía. La Iglesia deberá entonces volverse al porvenir y aguardar el regreso de Cristo. Que no pierda el tiempo esperando el fin del mundo, sino que esté atenta con una vigilancia activa.
LAS AUTORIDADES RELIGIOSAS
[2] Jesús no era de la tribu de Leví, de la que salían los sacerdotes y los encargados del culto. Tampoco pertenecía a una institución religiosa como la de los fariseos. Estaba de parte del pueblo y miraba cómo actuaban los jefes del pueblo de Dios y las élites. Jesús critica a los fariseos (Mc 8,11). Sin lugar a dudas, Mateo desea que las palabras de Jesús recaigan sobre los personajes importantes de sus comunidades; para él Jesús juzga de antemano a las autoridades de la Iglesia, y, más allá de ellas, a todo grupo que crea ser el mejor, el más consciente o el más eficiente. Los fariseos creían serlo, y en algún sentido, lo eran. Los maestros de la Ley han ocupado el puesto que dejó Moisés. El Evangelio dice en forma más precisa: «se sentaron en la cátedra de Moisés». Esta fórmula es algo irónica, pues da a entender que en el pueblo de Dios los ambiciosos se han tomado los puestos, y Dios lo tolera hasta cierto punto. Mateo, pues, nos invita a mantener la igualdad fundamental de los creyentes; la comunidad es la que goza de la presencia del Espíritu Santo, y los «doctores» no tendrían autoridad si no estuvieran profundamente arraigados en esta vivencia fraternal. Pablo usará la comparación del cuerpo y de la cabeza para aclarar las relaciones de Cristo con su Iglesia. Asimismo la autoridad del obispo va a la par con la fidelidad a su Iglesia; la ha aceptado como es y no trata de imponerle sus propios proyectos. Hagan y cumplan todo lo que ellos dicen. La mala conducta de los responsables no desacredita la palabra de Dios que enseñan. Tampoco desvirtúa el principio de autoridad. Si Jesús pide que se escuche a quienes eran los sucesores de Moisés, con mayor razón hay que prestar atención ahora a quienes son los sucesores de sus apóstoles. Ellos no pueden renunciar a su autoridad bajo pretexto de servicio humilde, o convertirse en los ejecutores de lo que decide la mayoría. No se dejen llamar «padre» o «maestro». «Maestro» es el que sabe y en cuya presencia uno calla; «padre» es el que veneramos e imitamos, olvidando de mirar directamente a Aquel que solo es bueno. En la Iglesia nadie debe eclipsar al único Padre. Muchos, por supuesto, van a decir que la palabra Padre sólo expresa cariño y respeto, pero Jesús nos afirma que este término tiene efectos perversos. El culto de la personalidad siempre perjudica a la pureza de la fe, que se somete sólo a Dios. La Iglesia, pues, debe ser una comunidad de personas libres que se expresan con toda franqueza.
[13] Ustedes cierran a la gente el Reino de los Cielos. Recordemos aún otra vez que el Reino de los Cielos significa el Reino de Dios. Numerosos maestros del pueblo de Dios son un obstáculo en el camino del conocimiento de Dios Padre. Los judíos tenían maestros de la Ley en los pueblos más insignificantes, pero de hecho, eran multitudes que venían a pedir a Jesús lo que ellos no les daban. ¿Cómo podríamos olvidar que muchas veces en la Iglesia la educación religiosa se ha limitado al comportamiento moral y el cumplimiento de normas religiosas? La escucha y la meditación constante de la Palabra de Dios habrían favorecido el despertar de grandes ambiciones: la búsqueda de Dios y las iniciativas apostólicas. Ustedes dicen: Jurar por el Templo... (16). Jesús se refiere a usos de su tiempo. Algunos maestros encontraban argumentos para no respetar todos los juramentos. Con esto quien era experto en religión podía jurar cosas falsas y engañar a su interlocutor, haciendo juramentos que parecían fuertes, pero en forma tal que no lo comprometían gravemente.
LOS DEFENSORES DE LA FE
¿Cómo pudo Jesús llamar hipócritas a esos hombres tan bien preparados en el conocimiento de la Biblia? En el idioma de Jesús, la palabra hipócrita designa también al que juzga según las apariencias y al que se burla de las cosas de Dios. No todos los fariseos eran hipócritas, por supuesto, pero Jesús denuncia una deformación que se ve a menudo en las élites religiosas. Y nos invita a mirar siempre con mucho recelo las instituciones que, nacidas de los poseedores de la cultura y del dinero, pretenden guiar a los demás y dirigir la Iglesia, sin haber antes aprendido de los pobres ni guardado la verdadera humildad. Dios es tan grande que nadie puede presentarse como su lugarteniente. Estos practicaban, enseñaban, conseguían nuevos adeptos para la fe, pero por más que ayunaran y dieran limosnas, no se deshacían de su orgullo y de su amor al dinero.
LOS PROFETAS
[29] Por una parte están los profetas, y por otra los que matan a los profetas. Y la Biblia nos muestra que los profetas tienen muchos adversarios en el pueblo de Dios, y en especial entre sus responsables. Está el pueblo de Dios, que necesita instituciones para permanecer fiel a su misión; sin embargo este pueblo sigue obedeciendo a reacciones y prejuicios sociales, por lo que toda institución, aun la nacida del Espíritu, se vuelve pesada hasta anquilosarse con el tiempo. Los profetas son habitualmente condenados cuando ponen en tela de juicio la unidad en la mediocridad o incluso la infidelidad a la Palabra de Dios. El pueblo judío, acosado por la presión extranjera, apretaba filas en torno al Templo, la práctica religiosa y el grupo de los fariseos. Inspirados por el miedo, los judíos hacían lo que se hace en cualquier sociedad que se siente amenazada: se volvían fanáticamente conservadores, y sólo se sentían seguros con las instituciones que Dios les había dado en el pasado. Actualmente observamos el mismo fenómeno. Nuestra generación se enfrenta bruscamente en muchos terrenos a crisis y amenazas a escala mundial para las que no estábamos preparados; todas nuestras certezas son puestas en tela de juicio, y así es como surgen en todas las religiones grupos fundamentalistas que ofrecen una visión aseguradora, encerrándose en estructuras y sistemas de pensamiento -o de no pensamiento- heredados del pasado. En cuanto a los jefes, defensores de la fe, tampoco estaban dispuestos a escuchar. Una cosa era honrar a los profetas del pasado y los libros sagrados, y otra recibir las críticas que Dios les dirigía en esos días, no escritas en un libro sagrado, sino proferidas por el carpintero Jesús. De este modo dejaron pasar la hora en que Dios los visitaba y siguieron la senda que llevaba su nación a la ruina. El ejemplo del pueblo judío debe servirnos de advertencia. Nuestras comunidades cristianas, enfrentadas hoy en día a una crisis mayor, ¿sabrán edificar una Iglesia más pobre, más exigente? ¿Estarán más preocupadas del Evangelio que se da al mundo que de su propia sobrevivencia?
[37] Los profetas habían visto en la primera destrucción de Jerusalén el castigo de sus infidelidades. Ahora Jesús anuncia una tragedia muy cercana de mayores proyecciones históricas: ...la sangre de los profetas pasados, la de Jesús, la de los mártires de todos los tiempos. Su Templo vacío. En este templo, corazón de la nación judía, descansaba la presencia de Dios. Dios lo abandona nuevamente (ver Ez 8), para ir a residir entre quienes hayan acogido a Jesús, encontrando en el templo verdadero.
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