Lucas 15


LA OVEJA PERDIDA [1] Los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharle. [2] Por esto los fariseos y los maestros de la Ley lo criticaban entre sí: «Este hombre da buena acogida a los pecadores y come con ellos.» [3] Entonces Jesús les dijo esta parábola: [4] «Si alguno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el desierto y se va en busca de la que se le perdió, hasta que la encuentra? [5] Y cuando la encuentra se la carga muy feliz sobre los hombros, [6] y al llegar a su casa reúne a los amigos y vecinos y les dice: "Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido." [7] Yo les digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse. [8] Y si una mujer pierde una moneda de las diez que tiene, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? [9] Y apenas la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: Alégrense conmigo, porque hallé la moneda que se me había perdido. [10] De igual manera, yo se lo digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte.» EL HIJO PRÓDIGO [11] Jesús continuó: «Había un hombre que tenía dos hijos. [12] El menor dijo a su padre: "Dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y el padre repartió sus bienes entre los dos. [13] El hijo menor juntó todos sus haberes, y unos días después, se fue a un país lejano. Allí malgastó su dinero llevando una vida desordenada. [14] Cuando ya había gastado todo, sobrevino en aquella región una escasez grande y comenzó a pasar necesidad. [15] Fue a buscar trabajo, y se puso al servicio de un habitante del lugar que lo envió a su campo a cuidar cerdos. [16] Hubiera deseado llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero nadie le daba algo. [17] Finalmente recapacitó y se dijo: ¡Cuántos asalariados de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! [18] Tengo que hacer algo: volveré donde mi padre y le diré: «Padre, he pecado contra Dios y contra ti. [19] Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus asalariados.» [20] Se levantó, pues, y se fue donde su padre. Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó. [21] Entonces el hijo le habló: «Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo.» [22] Pero el padre dijo a sus servidores: «¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies. [23] Traigan el ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta, [24] porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado.» Y comenzaron la fiesta. [25] El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercaba a la casa, oyó la orquesta y el baile. [26] Llamó a uno de los muchachos y le preguntó qué significaba todo aquello. [27] El le respondió: «Tu hermano ha regresado a casa, y tu padre mandó matar el ternero gordo por haberlo recobrado sano y salvo.» [28] El hijo mayor se enojó y no quiso entrar. Su padre salió a suplicarle. [29] Pero él le contestó: «Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y a mí nunca me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. [30] Pero ahora que vuelve ese hijo tuyo, que se ha gastado tu dinero con prostitutas, haces matar para él el ternero gordo.» [31] El padre le dijo: «Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. [32] Pero había que hacer fiesta y alegrarse, puesto que tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.»




LA OVEJA NEGRA
[3] ¿Por qué se quejan los fariseos? Porque viven muy preocupados por la pureza ritual. En esa óptica, que está inserta en el Antiguo Testamento, si dos personas tienen un contacto físico, el que es impuro contamina al otro. Como por definición los pecadores no piensan limpiarse de las mil impurezas de la vida cotidiana, Jesús pasa por ser un maestro que acepta volverse impuro a cada momento. Jesús pues hablará de la misericordia de Dios que no ha eliminado de su horizonte a los pecadores.Por otra parte, ¡nada más humano que la indignación de los "buenos": debe verse la diferencia entre nosotros y los demás! Y Jesús de nuevo se lanza en contra de la vieja idea de los méritos que se adquieren y que Dios debe recompensar.¡Feliz la oveja que Cristo fue a buscar dejando a las otras noventa y nueve! Y ¡pobres de los justos que no necesitan el perdón de Dios!Hoy, en las grandes ciudades, la Iglesia parece que se quedó tan sólo con una oveja. ¿Por qué, entonces, no se marcha al campo, es decir, deja sus rentas, sus instituciones desgastadas, el estilo formalista de sus reuniones, para salir en busca de las noventa y nueve que se han perdido? Hay que salir del círculo tan simpático de los creyentes sin problemas, mirar más allá de nuestras ceremonias renovadas, y estar dispuestos a que nos critiquen como a Jesús.¿Quién enciende la lámpara, barre la casa y busca, sino Dios mismo? Pero por respeto a Dios, los judíos del tiempo de Jesús preferían no nombrarlo y usaban expresiones como los ángeles o el cielo.


EL PECADO ORIGINAL.


EL PADRE PRODIGO
[11] Hay tres personajes en esta parábola. El Padre representa a Dios y el hijo mayor al fariseo. Pero ¿quién es el hijo menor: el pecador o, más bien, el hombre?El hombre busca su libertad y muchas veces piensa que Dios se la quita. Empieza por alejarse del padre, cuyo amor no ha entendido y cuya presencia se le hace pesada. Después de sacrificar esa herencia, cuyo precio no conoce, se deshonra a sí mismo y se hace esclavo de otros hombres y de obras vergonzosas (para un judío, el cerdo era el animal impuro).Pero el hijo vuelve. Habiendo tomado conciencia de su esclavitud, se convence de que Dios le reserva una suerte mejor, y emprende el camino de regreso. Al volver descubre que el Padre es muy diferente de la idea que de él se había forjado, pues lo estaba esperando y corre a su encuentro; lo restablece en su dignidad, borrando el recuerdo de la herencia perdida. Y se celebra el banquete del que Jesús había hablado tantas veces.Al final comprendemos que Dios es Padre. El no nos ha puesto en la tierra para cosechar méritos y premios, sino para descubrir que somos sus hijos. Porque, de hecho, nacimos pecadores; desde los orígenes de nuestra vida nos dejamos llevar por nuestros sentidos y por los malos ejemplos del ambiente en que nos hemos criado. Más aún, hasta que Dios no ha tomado la iniciativa de descubrirse a nosotros, nos es imposible pensar en una libertad que no sea independizarnos respecto a él.Dios no se sorprende de nuestras maldades, pues al crearnos libres aceptó el riesgo de que cayéramos. Y a todos nos acompaña en nuestra experiencia del bien y del mal, hasta que pueda llamarnos hijos suyos, gracias a su único Hijo, Jesús.Nótese la magnífica expresión: He pecado contra Dios y ante ti. El pecado va «contra» Dios, porque ofende la verdad y la Santidad del Unico. Pero él es también Padre, y por más que el hijo peque, peca «ante» el que saca el bien del mal.Pero el hijo mayor, el hombre irreprochable, no entendió nada de todo esto. Sirve con la esperanza de ser premiado o, por lo menos, de ser reconocido superior a los demás, y por eso no puede participar en la fiesta de Cristo, porque en realidad no sabe amar.

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