Marcos 5
EL ENDEMONIADO DE GERASA (MT 8,28; LC 8,26)
[1] Llegaron a la otra orilla del lago, que es la región de los gerasenos. [2] Apenas había bajado Jesús de la barca, un hombre vino a su encuentro, saliendo de entre los sepulcros, pues estaba poseído por un espíritu malo. [3] El hombre vivía entre los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. [4] Varias veces lo habían amarrado con grillos y cadenas, pero él rompía las cadenas y hacía pedazos los grillos, y nadie lograba dominarlo. [5] Día y noche andaba por los cerros, entre los sepulcros, gritando y lastimándose con piedras. [6] Al divisar a Jesús, fue corriendo y se echó de rodillas a sus pies. [7] Entre gritos le decía: «¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo! Te ruego por Dios que no me atormentes.» [8] Es que Jesús le había dicho: «Espíritu malo, sal de este hombre.» [9] Cuando Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?», contestó: «Me llamo Multitud, porque somos muchos.» [10] Y rogaban insistentemente a Jesús que no los echara de aquella región. [11] Había allí una gran piara de cerdos comiendo al pie del cerro. [12] Los espíritus le rogaron: «Envíanos a esa piara y déjanos entrar en los cerdos.» Y Jesús se lo permitió. [13] Entonces los espíritus malos salieron del hombre y entraron en los cerdos; en un instante las piaras se arrojaron al agua desde lo alto del acantilado y todos los cerdos se ahogaron en el lago. [14] Los cuidadores de los cerdos huyeron y contaron lo ocurrido en la ciudad y por el campo, de modo que toda la gente fue a ver lo que había sucedido. [15] Se acercaron Jesús y vieron al hombre endemoniado, el que había estado en poder de la Multitud, sentado, vestido y en su sano juicio. Todos se asustaron. [16] Los testigos les contaron lo ocurrido al endemoniado y a los cerdos, [17] y ellos rogaban a Jesús que se alejara de sus tierras. [18] Cuando Jesús subía a la barca, el hombre que había tenido el espíritu malo le pidió insistentemente que le permitiera irse con él. [19] Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti.» [20] El hombre se fue y empezó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y todos quedaban admirados.
JESÚS RESUCITA A LA HIJA DE JAIRO (MT 9,18; LC 8,40) [21] Jesús, entonces, atravesó el lago, y al volver a la otra orilla, una gran muchedumbre se juntó en la playa en torno a él. [22] En eso llegó un oficial de la sinagoga, llamado Jairo, y al ver a Jesús, se postró a sus pies [23] suplicándole: «Mi hija está agonizando; ven e impón tus manos sobre ella para que se mejore y siga viviendo.» [24] Jesús se fue con Jairo; estaban en medio de un gran gentío, que lo oprimía. [25] Se encontraba allí una mujer que padecía un derrame de sangre desde hacía doce años. [26] Había sufrido mucho en manos de muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía, pero en lugar de mejorar, estaba cada vez peor. [27] Como había oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto. [28] La mujer pensaba: «Si logro tocar, aunque sólo sea su ropa, sanaré.» [29] Al momento cesó su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba sana. [30] Pero Jesús se dio cuenta de que un poder había salido de él, y dándose vuelta en medio del gentío, preguntó: «¿Quién me ha tocado la ropa?» [31] Sus discípulos le contestaron: «Ya ves cómo te oprime toda esta gente: ¿y preguntas quién te tocó?» [32] Pero él seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado. [33] Entonces la mujer, que sabía muy bien lo que le había pasado, asustada y temblando, se postró ante él y le contó toda la verdad. [34] Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu enfermedad.» [35] Jesús estaba todavía hablando cuando llegaron algunos de la casa del oficial de la sinagoga para informarle: «Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar ya al Maestro?» [36] Jesús se hizo el desentendido y dijo al oficial: «No tengas miedo, solamente ten fe.» [37] Pero no dejó que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. [38] Cuando llegaron a la casa del oficial, Jesús vio un gran alboroto: unos lloraban y otros gritaban. [39] Jesús entró y les dijo: «¿Por qué este alboroto y tanto llanto? La niña no está muerta, sino dormida.» [40] Y se burlaban de él. Pero Jesús los hizo salir a todos, tomó consigo al padre, a la madre y a los que venían con él, y entró donde estaba la niña. [41] Tomándola de la mano, dijo a la niña: «Talitá kumi», que quiere decir: «Niña, te lo digo, ¡levántate!» [42] La jovencita se levantó al instante y empezó a caminar (tenía doce años). ¡Qué estupor más grande! Quedaron fuera de sí. [43] Pero Jesús les pidio insistentemente que no lo contaran a nadie, y les dijo que dieran algo de comer a la niña.
[1] Jesús calmó el mar desencadenado y acalló las fuerzas del mal, y al desembarcar en la orilla pagana, se enfrenta con el demonio. Aquí abundan las imágenes para pintar el combate victorioso que va a tener Jesús con el demonio. El texto nos dice tres veces que el poseído vivía entre los sepulcros, y menciona también tres veces las cadenas con las que habían tratado en vano de atarlo. Para un judío, recordar algo tres veces es decirlo en superlativo; es decir, que el poseído está ligado en parte con la muerte y en parte con la impureza que va unida a ella (Núm 19,11), pero nadie, absolutamente nadie había podido dominarlo. Por último, este poseso, al igual que hacían los servidores de los ídolos (1 Re 18,28), se había hecho incisiones con piedras, dejando correr la sangre. Sin embargo, este adversario se prosterna reconociendo así la superioridad de Jesús, Hijo de Dios Altísimo, quien le obliga a que diga cómo se llama. Una vez más el nombre es todo un símbolo: legión, es decir, que este hombre estaba poseído por un regimiento de demonios. Jesús procedió a liberar al poseso; los demonios entran en los cerdos, que se lanzarán al mar. Marcos nos muestra cómo el demonio, que es el autor de toda impureza, es devuelto por Jesús a su reino, a los cerdos, que según la tradición judía eran el prototipo de los animales impuros, y echados al mar, que simboliza el imperio del mal, como ya se vio en el episodio de la tempestad apaciguada. En un instante dichas piaras se arrojaron al agua... Ver Mt 8,30 y Lc 8,32. El texto actual de Mc dice: en número de dos mil se arrojaron..., lo que es increíble, pues nunca existieron piaras tan numerosas. Pero hay que notar que la palabra piara en hebreo se diferencia de la palabra dos mil tan sólo en un acento; un error, pues, de acento pudo originar esa frase tan extraña de Marcos. Pero Jesús no se lo permitió (19).«No son ustedes quienes me han elegido a mí, sino que yo los elegí a ustedes» (Jn 15,16). Jesús elige a los que estarán con él, es decir, a los doce (Mc 3,13). Eso no quiere decir que los demás, todos los que se encontraron con Jesús y lo reconocieron como el Hijo de Dios, no tengan nada que hacer: darán testimonio en medio de los suyos de lo que Jesús hizo por ellos y de la compasión que tuvo de ellos. De este modo Jesús recuerda la diversidad de vocaciones.
[25] Esta mujer, debido a su enfermedad, era considerada «impura» en la mentalidad de los judíos (Lev 15,19) y contaminaba a todo el que tocara. Por eso las leyes sobre la «pureza» le prohibían mezclarse con el gentío. Pero su fe la lleva a violar algo más sagrado todavía; los flecos del manto eran un recuerdo de Dios y de su ley, y tocarlos estando «impura» era un sacrilegio. Pero Jesús le dice: Tu fe te ha salvado. Muchas personas que se creen instruidas y formadas, miran con desprecio tales actitudes que son otras tantas expresiones de la «religiosidad popular». Pero Jesús no juzga por las apariencias; vio el gesto de la mujer y la fe que la animaba: «Padre, te doy gracias porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
LA FE Y LOS MILAGROS.
SANACION Y SALVACION
¿A qué se debe el milagro? ¿Lo produce la fe del que pide, o es Cristo quien lo realiza? La mayoría de las sanaciones que cuenta el Evangelio no se parecen a las que hace un curandero. Está claro que los que venían a Jesús tenían la convicción íntima de que Dios les reservaba algo bueno por medio de él, y esta fe los disponía para recibir la gracia de Dios en su cuerpo y en su alma. Pero en la presente página se destaca el poder de Cristo: Jesús se dio cuenta de que un poder había salido de él, y el papel de la fe: Tu fe te ha salvado. Jesús dice «te ha salvado», y no «te ha sanado», pues esta fe y el consiguiente milagro habían revelado a la mujer el amor con que Dios la amaba. Nos cuesta a veces creer, con nuestra inteligencia moderna e ilustrada, que el milagro es posible. Olvidamos que Dios está presente en el corazón mismo de la existencia humana y que nada le es ajeno en nuestra vida. Alguien dirá: Si Dios hace milagros, ¿por qué no sanó a tal o cual persona, o por qué no respondió a mi plegaria? Pero, ¿quiénes somos nosotros, para pedir cuentas a Dios? Dios actúa cuando quiere y como quiere, pero siempre con una sabiduría y un amor que nos supera infinitamente. ¡Los padres tampoco dan a sus hijos todo lo que les piden...!
[35] Aquí Jesús se enfrenta con la muerte de una persona joven llamada a vivir. Jairo era jefe de la sinagoga, o sea, responsable de la comunidad local de la religión judía. ¿Para qué molestar ya al Maestro? Nosotros también pedimos a Dios la sanación, pero no nos atrevemos a pedirle que resucite a los muertos, porque consideramos la muerte como algo absolutamente irreversible. Pero Jesús quiere demostrarnos que ninguna ·«ley del destino» o de la naturaleza puede detener al amor de Dios. Unos lloraban y otros gritaban. En aquella época era costumbre contratar lloronas profesionales y músicos para los entierros; en la actualidad, en cambio, se tienen largos discursos y ceremonias...; es que a toda costa se trata de ocultar o exorcizar la presencia terrible de la muerte, para que no perturbe nuestra paz aparente. Pero Jesús vino para llevarnos a la verdad, comenzando por la verdad sobre la vida y la muerte. La niña no está muerta, sino dormida. En realidad la niña estaba muerta y por eso la gente se burlaba de él; pero Jesús echa fuera todo ese mundo agitado y toma consigo al padre y a la madre: éstos son capaces de comprender, puesto que han ido a verlo movidos por la fe. ¡Levántate! Desde el primer momento los discípulos de Jesús emplearon ese vocabulario de «dormir y levantarse» para indicar la muerte y la resurrección. Creían que Jesús, Hijo de Dios, con su propia resurrección había vencido definitivamente a la muerte (1 Cor 15). Algunas encuestas revelan que en la actualidad muchos cristianos no creen en la resurrección; ¿no será esto el resultado de una educación religiosa hecha en base a consideraciones moralistas y no en base a escuchar la palabra de Dios?
Comentarios