Romanos 8

HEMOS RECIBIDO EL ESPÍRITU
[1] Ahora bien, esta condenación ya no existe para los que viven en Cristo Jesús. [2] En Cristo Jesús la ley del Espíritu de vida te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. [3] Esto no lo podía hacer la Ley, por cuanto la carne era débil y no le respondía. Dios entonces quiso que su propio Hijo llevara esa carne pecadora; lo envió para enfrentar al pecado, y condenó el pecado en esa carne. [4] Así, en adelante, la perfección que buscaba la Ley, había de realizarse en los que no andamos por los caminos de la carne, sino por los del Espíritu.

EL ESPÍRITU NOS GUÍA [5] Los que viven según la carne van a lo que es de la carne, y los que viven según el Espíritu van a las cosas del espíritu. [6] Pero no hay sino muerte en lo que ansía la carne, mientras que el espíritu anhela vida y paz. [7] Los proyectos de la carne están en contra de Dios, pues la carne no se somete a la ley de Dios, y ni siquiera puede someterse. [8] Por eso los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. [9]Ustedes ya no están en la carne, sino que viven en el espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes. Si alguno no tuviera el Espíritu de Cristo, éste no le pertenecería. [10] Pero Cristo está en ustedes, y aunque el cuerpo lleve en sí la muerte a consecuencia del pecado, el espíritu es vida por haber sido santificado. [11] Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en ustedes, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que habita en ustedes. [12] Entonces, hermanos, no vivamos según la carne, pues no le debemos nada. [13] Si viven según la carne, necesariamente morirán; más bien den muerte a las obras del cuerpo mediante el espíritu, y vivirán. [14] Todos aquellos a los que guía el Espíritu de Dios son hijos e hijas de Dios. [15] Entonces no vuelvan al miedo; ustedes no recibieron un espíritu de esclavos, sino el espíritu propio de los hijos, que nos permite gritar: ¡Abba!, o sea: ¡Papá! [16] El Espíritu asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. [17] Siendo hijos, son también herederos; la herencia de Dios será nuestra y la compartiremos con Cristo. Y si hemos sufrido con él, estaremos con él también en la Gloria.

TAMBIÉN EL UNIVERSO ESPERA SU REDENCIÓN [18]Estimo que los sufrimientos de la vida presente no se pueden comparar con la Gloria que nos espera y que ha de manifestarse.[19] Algo entretiene la inquietud del universo, y es la esperanza de que los hijos e hijas de Dios se muestren como son. [20] Pues si la creación se ve obligada a no lograr algo duradero, esto no viene de ella misma, sino de aquel que le impuso este destino. Pero le queda la esperanza; [21] porque el mundo creado también dejará de trabajar para que sea destruido, y compartirá la libertad y la gloria de los hijos de Dios. [22] Vemos que la creación entera gime y sufre dolores de parto. [23] Y también nosotros, aunque ya tengamos el Espíritu como un anticipo de lo que hemos de recibir, gemimos en nuestro interior mientras esperamos nuestros derechos de hijos y la redención de nuestro cuerpo. [24] Estamos salvados, pero todo es esperanza. ¿Quieres ver lo que esperas? Ya no sería esperar; porque, ¿puedes esperar lo que ya ves? [25] Esperemos, pues, sin ver, y lo tendremos, si nos mantenemos firmes. [26] Somos débiles pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero el Espíritu lo pide por nosotros, sin palabras, como con gemidos. [27] Y Aquel que penetra los secretos más íntimos entiende esas aspiraciones del Espíritu, pues el Espíritu quiere conseguir para los santos lo que es de Dios.

¿QUIÉN NOS PODRÁ APARTAR DEL AMOR DE DIOS?
[28] También sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado. [29]A los que de antemano conoció, también los predestinó a ser como su Hijo y semejantes a él, a fin de que sea el primogénito en medio de numerosos hermanos. [30] Así, pues, a los que él eligió, los llamó; a los que llamó, los hizo justos y santos; a los que hizo justos y santos, les da la Gloria. [31] ¿Qué más podemos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? [32] Si ni siquiera perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a dar con él todo lo demás? [33] ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios mismo los declara justos. [34] ¿Quién los condenará? ¿Acaso será Cristo, el que murió y, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros? [35] ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? [36] Como dice la Escritura: Por tu causa nos arrastran continuamente a la muerte, nos tratan como ovejas destinadas al matadero. [37] Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. [38] Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, [39] ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

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[1] Después de haber mostrado las limitaciones de una ley religiosa, o más bien, de cualquier religión que valorice la observancia de las prácticas, Pablo nos va a hablar de la vida en el Espíritu. Pues la vida cristiana es eso para él en primer lugar. Pareciera que todo lo que sigue fuera una larga discusión teológica; lo es hasta cierto punto, y Pablo argumentará como había aprendido a hacerlo en las escuelas rabínicas. Pero si lo miramos más de cerca, no es el desarrollo de una tesis, sino que más bien Pablo trata de participarnos su propia experiencia espiritual. Un cristiano no cree que haya recibido al Espíritu de Dios simplemente porque se le dijo que lo recibió en la confirmación. Si hay una experiencia característica en la vida cristiana, esa es la del Espíritu actuando en nosotros. Y si bien lo importante no es sentir las cosas de Dios, sino creer en su palabra, es imposible sin embargo que un creyente no tenga una experiencia de Dios: ver com. de Hechos 21,5.Pablo, por su parte, sabe lo que es una vida conducida en forma permanente por el Espíritu, pues ha escapado a la situación del pecador dividido entre su conciencia y sus malas costumbres, y se ha unificado, quedando disponible para Dios. Hablará, pues, sin vacilar de una total transformación de los que creen en Cristo, aunque en seguida reconozca que para sus lectores se trata tal vez de algo que se debe conseguir, más bien que de algo ya hecho. Dios quiso que su propio Hijo... (3) ¿Habrá enviado Dios a su Hijo únicamente para que nos hable, nos dé leyes, o nos entregue grandes ejemplos del amor divino? No, pues la salvación que Dios nos da es algo muy distinto. Veamos lo que ocurre cuando queremos ayudar a otros: nos gusta dar y ayudar, pero ellos no serán nunca responsables si no afrontan por sí mismos sus problemas. Esto Dios lo sabía. No es él quien tiene piedad de los pecadores y se dice: «¡Pobres niños! ¡Tan irresponsables! Voy a vestirlos de blanco y a olvidar sus pecados para que tengan una cara santa y puedan sentarse a mi lado». Para Dios no se trata de disfrazar la realidad, sino de re-crear la humanidad. Era necesario, pues, que un miembro de la raza humana venciera al pecado, a esa fuerza de muerte que mantiene a la humanidad paralizada, y que le diera acceso a la Gloria de Dios (3,23; 5,2).Quiso que llevara esa carne pecadora (3). Jesús, que nunca cometió pecado, toma sobre si los pecados de los hombres (He 2,14 y 4,15). Después del sacrificio de Jesús, su Espíritu les permitirá vencer a la muerte. Dios ha creado un mundo nuevo por medio del amor y del perdón, donde no hay ni rencor ni deseo de venganza, ni remordimientos ocultos en la conciencia. Estamos en paz con El y en paz los unos con los otros.

[5] La vida humana de Cristo preparó, pues, la comunicación del Espíritu para los que debían ser adoptados, y luego divinizados. Primero vino Cristo, y después el Espíritu. Pablo nos habló primero de la obra de salvación de Cristo (caps. 5 y 6) y ahora nos habla del Espíritu. Los que viven según la carne: Dijimos ya algunas palabras sobre el sentido de esa palabra «carne», cuando nos referimos a 7,14. Pablo tiene aquí muy presentes los conflictos interiores de cada uno de nosotros, y la carne designa una realidad animal cuyo peso sentimos. Pero esta carne que llevamos encima no puede llamarse sin más "la naturaleza humana", pues la naturaleza del hombre del siglo veinte, sus deseos instintivos, sus fantasmas, aquello a lo que le parece imposible sobreponerse, dependen en gran medida de nuestra educación y de nuestra cultura. La tensión que experimentamos entre la carne y el espíritu, es en parte la tensión entre nuestra cultura (que ahora es la cultura liberal, con una búsqueda desenfrenada del placer y de lo siempre novedoso) y el espíritu de Cristo que sólo busca servir al Padre. En ese contexto, no nos asombremos por las «reivindicaciones» de libertad sexual de algunos grupos que se dicen cristianos; hablan siempre de derechos, como si un cristiano tuviera otros derechos con respecto al Padre que de ser servidor como lo fue Jesús, y renunciar a sí mismo. En el versículo 5 tradujimos: van a lo que es de la carne; el verbo griego designa lo que uno tiene en mente, lo que se desea y se proyecta; la misma palabra reaparece en los vv. 6 y 7 donde pusimos «ansía» y luego «proyectos». Es, pues, tanto lo que desea instintivamente nuestra naturaleza como lo que proyectamos cuando seguimos sin más las aspiraciones de nuestros contemporáneos. No hay sino muerte en lo que ansía la carne...; los proyectos de la carne son contrarios a Dios... Estas son afirmaciones muy chocantes para los que vivimos en un mundo ajeno a la fe, y en el cual, sin embargo, se hacen tantas cosas buenas. Digamos simplemente que el Espíritu de Dios trabaja incluso allí donde no se lo nombra. Pero sólo hay vida donde se cuestionan las verdades ya establecidas. Para agradar a Dios habrá que estar siempre, lo mismo que Abrahán, al margen del mundo, es decir, en guardia contra la carne. Los que viven según el Espíritu (5). ¿Debemos escribir «según el Espíritu» o «según el espíritu»? En la cultura bíblica, el espíritu es a la vez nuestro y de Dios. El espíritu es lo que Dios envía al hombre; es también nuestra apertura a la acción de Dios. En este párrafo conviene decir a veces «el espíritu», nuestro espíritu visitado por Dios; otras, convendrá decir «el espíritu», una manera de actuar de Dios en nosotros; y otras, «el Espíritu», es decir, Dios que se comunica. Aquí Pablo no está haciendo la teoría de lo que debe pasar «en el fondo de nuestra alma», sino que se refiere directamente a su experiencia. Habitualmente, sólo una parte de Pablo, su espíritu, se deja totalmente llevar por el Espíritu. El resto, lo que él llama la carne (habría que decir la realidad viviente, todo el resto de su psique) continúa siendo lo que es. Tal vez se desbanda más libremente ahora, porque no está todo el tiempo ocupado en reprimirla para someterla a la Ley, como trataba de hacerlo antes (7,15-25). No puede ser sometida, y fuera de una gracia especial de Dios, sólo desea descanso y comida, soñar con sexo y pasarlo bien. Pero Pablo contempla esos deseos de la carne como desde fuera, pues está sólidamente en el espíritu. Este espíritu está ahora bajo la influencia del Espíritu y conoce la alegría de dejarse llevar. Pablo continúa viendo y sintiendo en él contradicciones (2 Cor 12,7), pero ya no es como antes una lucha que lo dejaba herido, sino que está presenciando en él una victoria del Espíritu. Pablo no olvida que otros no están tan avanzados como él y que deben todavía conquistar penosamente su libertad. No les dice que la carne es mala, sino que deben hacer morir las obras del cuerpo (13), y a eso llamamos mortificación. Espíritu de hijos (15). El texto griego se puede traducir por "espíritu de adopción", pero también por "espíritu de hijos con plenos derechos" (en algún modo como entre nosotros el hijo mayor: Gál 4,5). Pablo no quiere subrayar sin duda la diferencia que nosotros hacemos con frecuencia al decir: "Jesús es hijo único, y nosotros, hijos de adopción". Hablando así levantamos una barrera, todo lo frágil que se quiera, entre Dios y nosotros, cosa contraria al Evangelio, dado que hemos reconocido al Padre. El Espíritu asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (16). El que vive según el espíritu vive en la luz, y es consciente de ello. Mientras guardamos la enseñanza de Cristo y participamos de la vida de la Iglesia, el Espíritu nos da un conocimiento y una alegría de las cosas de Dios. Cada día el Espíritu nos guía y nos inspira la manera de agradar a Dios.

[18] El Espíritu es mucho más que el «consolador» de los creyentes, pues él lleva toda la creación a Dios. El creyente irá descubriendo que la transformación comenzada en él afecta a todo el mundo. La Gloria que ha de manifestarse. Aunque la presencia del Espíritu en nosotros es muy discreta, nosotros esperamos la transformación de todo nuestro ser. Por ahora, aunque tengamos la paz de Cristo, el sufrimiento y las tentaciones impiden que gocemos de la Gloria y seamos completamente libres. Mediante la transformación de nuestro ser (Pablo dice: la redención de nuestro cuerpo) alcanzaremos la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Es imposible considerar al hombre separado del universo del cual forma parte. ¿Acaso existen en otra parte del universo otros seres inteligentes? La Biblia no nos habla de ello, sólo nos dice que toda la creación está guiada por el mismo misterio de muerte y de resurrección que marca nuestro destino y que el Hijo de Dios vino a asumir. Aquel que le impuso este destino. ¿Es Dios o el hombre? Eso aquí no cambia casi el sentido. Pablo nos muestra que el pecado destruyó el orden de la naturaleza; algunos textos del Antiguo Testamento muestran la naturaleza sufriendo por culpa del hombre (Jer 14, Jon 3,7 y 4,11). Es evidente que la humanidad se ha desarrollado en la agresividad y la violencia; de ahí la dominación de las mujeres por los hombres y el espíritu masculino belicoso. De ahí también el desarrollo de una ciencia de sólo conquista. ¿El pecado de Adán no fue, acaso, de querer apoderarse del conocimiento? El hombre no puede olvidar que es hermano y solidario con todo lo que vive. La Biblia no nos invita a soñar con una naturaleza vuelta al estado de un paraíso terrenal, del que podrían gozar algunos ricos. Ni nos pide que miremos a los animales como a personas que tienen derechos. El amor verdadero respeta el orden de la creación. La naturaleza entera ha sido confiada al hombre para que él la devuelva a Dios, para que la utilice y para que ella, a su vez, lo ayude a ser ofrenda para Dios (Rom 12,1 y 15,7). Ese es el sentido de los sacrificios de animales en el Antiguo Testamento. La reciente toma de conciencia ecológica nos abre los ojos sobre un aspecto del pecado, pero también nos obliga a preguntarnos a dónde va nuestra historia. La creación gime y sufre dolores de parto (22). Vemos en el mundo más contradicciones y tensiones que progreso tranquilo. En efecto, esta tierra no es la morada permanente de los hijos de Dios; el tiempo de las luchas y de la fe oscura nos prepara para lo que esperamos de Dios, nuestros derechos de hijos. La naturaleza participa con nosotros de este parto (v. 22), cuyo signo es la pasión de Jesús. Pero también participará de la libertad y de la gloria de los hijos de Dios, pues es difícil pensar que personas resucitadas no estén también situadas en un mundo espiritualizado y transfigurado.

[24] No sabemos cómo pedir, ni qué pedir. A menudo pensamos que sólo oramos cuando decimos algo o cuando pedimos algo. Pero Pablo nos recuerda que las palabras no son lo importante, pues la oración está en el profundo y ardiente deseo del Espíritu de Dios en nosotros. El Espíritu lo pide por nosotros. Es bueno presentar a Dios nuestros problemas e inquietudes con las palabras que nos inspira el Espíritu. Pero es mejor aún cuando el Espíritu nos invita a una oración en silencio en que Dios nos comunica su paz.

[28] Pablo describió en las páginas precedentes la acción de Dios en nosotros por medio del Espíritu. Su providencia, en realidad, abarca todos los acontecimientos de nuestra vida. Nada acontece en el mundo, en nuestra familia o en nuestra vida, simplemente por casualidad o porque así estaba escrito que iba a suceder. A los que de antemano conoció... Pablo destaca la atención permanente del Padre para con cada uno de nosotros. Dios nos conoce en Cristo desde el principio del mundo: somos hijos conocidos antes de que naciéramos, y destinados también para ocupar un lugar único en la creación. Los llamó. Cualquiera que sea la manera de cómo conocimos a Cristo, Dios fue el que nos llamó a la fe. Los hizo justos y santos. Deberíamos traducir: "Dios los ha rectificado". Eso es mucho más que enrielar en el plano moral a personas que no andaban muy derechas, e incluso esa puesta en orden no nos garantiza que vamos a andar siempre derechos. Pero algo más profundo ha tenido lugar en nosotros, y es nuestra apertura al misterio de Dios. Algo se ha sembrado en el mundo, y ya durante nuestra vida o en algunos siglos después, aparecerá en la humanidad una nueva conciencia a raíz de esas innumerables puestas en orden, cuyos portadores somos. También los predestinó. La palabra es impresionante. De ahí que algunos hayan concluido que no son realmente libres. Según ellos, los que han sido escogidos o rechazados por Dios están automáticamente salvados o condenados. Pero el texto no dice que algunos son elegidos para la salvación y que otros no serán salvados. Pablo dice únicamente que han sido elegidos para que conozcan a Cristo y reciban la salvación que El anunció, lo que no es igual a ir al cielo. El Reino de Dios se extiende más allá de la Iglesia. Si bien la mayoría de los hombres no conoce a Cristo ni el Evangelio, Dios sabe guiarlos y salvarlos: el sacrificio de Cristo salva a todos los hombres. Pero aquí Pablo se dirige a los creyentes y les recuerda que su fe en Cristo les viene de un llamado de Dios. Por lo tanto, no se deben desanimar. Véase también el comentario de 9,14.¿Quién estará contra nosotros? Pablo piensa en el mal que nos rodea y que a menudo nos arrastra. Piensa en el día del juicio en que el «acusador», el espíritu del mal, nos va a recordar todas las faltas que hayamos cometido. Piensa en los remordimientos que perturban nuestra conciencia. Nada de todo eso es más fuerte que el amor y el perdón de Cristo. El creyente no debe, ni temer que se repitan sus faltas, ni dudar del amor de Dios, sino esforzarse en vivir según la verdad.

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